Alraune
Asiduo
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Año mil novecientos noventa y pico. Recuerdo la primera vez que entré en internet. Entramos en una especie extraña de cybercafé un amigo y yo. Buscamos en Yahoo páginas de filosofía. Para los generación Z: no era como Google, donde introduces una palabra en el campo del buscador y te aparece un listado de resultados. Era un directorio de websites. Escogimos una guiándonos por el nombre. Pasamos de las secciones del sitio y su contenido (¿quién a venido aquí a leer, al fin y al cabo?) y fuimos a su sección de comentarios/libro de visitas. Esto fue lo primero que escribí en Internet en toda mi vida: «Filosofía tu puta madre». Enviar. Nos reímos como cenutrios.
Graham Bell tuvo su «Señor Watson, venga aquí, quiero verlo». Primeras palabras de la historia pronunciadas por teléfono. Yo tenía mi «Filosofía tu puta madre». Desde entonces, toda una carrera fulgurante de aportar basura a este vertedero.
Salto por corte al aula informática de la universidad. Año 1999. Año 2000. Una sala abarrotada de gente esperando que se cargaran lentamente los datos en sus pantallas, a la velocidad tortuguesca de la época. Charlas con personas random por IRC, conversaciones con gente que no conocías de nada pero que se convertían inmediatamente en tus mejores amigos, incluso en tus romances.
Yo en un rincón entrando en una web maldita: justmeat.com. Galerías con fotos de freaks de feria, de malformaciones y rarezas médicas, el famoso vídeo de la ballena muerta varada siendo volada por los aires con dinamita. Nunca tuve el estómago ni las ganas suficientes para verlo.
A mi lado dos chavales. Uno de ellos se cosca de lo que estoy viendo y tiene una idea. «Mira», le dice al otro. Y entra en otro peso pesado de la época: rotten.com para enseñarle algo. Entonces veo de reojo en su pantalla una imagen que aún a día de hoy puedo visualizar casi perfectamente. Primerísimo plano de un tío víctima de un accidente de moto. El forense le sujeta la cabeza ante la cámara. Su mandíbula ha desaparecido. Su boca es un amasijo de colgajos de carne. Su mirada fija, muerta, inolvidable.
Cyber cafés, disquetes llenos de relatos eróticos de petardas.com y sus pajas subsiguientes ya en casa, zumbidos en el MSN Messenger, foros, paquetear en el Counter, pagar para que niñatos te vuelen la cabeza una y otra vez nada más divisarte, el dependiente del cyber poniendo a todo volumen la canción de Cartman cantando "La madre de Kyle es una puta", ciber-novias, ciber-besos, ciber-sexo, ciber-virgen, más IRC.
Veintipico años más tarde, aquí estoy, delante de un ordenador portátil mucho más potente, con una conexión mucho más veloz, casi instantánea, pero igual de solo, más gordo y a unos días de cumplir los 45 años.