stavroguin 11
Clásico
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- 14 Oct 2010
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Empezaba a anticipar el momento durante la aproximación, cuando el avión, a veces sacudido por notables baches aéreos, se aproximaba a Compostela a una altura suficiente para apreciar el verde de los bosques pero no el inevitable feísmo ladrillero. Atrás quedaban dos semanas de trabajo en el exilio manchego, por delante un viernes de aquella vida nocturna que tanto echaba de menos en el páramo con viñas al que me había arrojado una certera patada bajuna de la vida. Recogía el equipaje, tomaba el taxi al hostal donde de vez en cuando me llevaba alguna guarrilla si la noche era propicia y me encaminaba al momento especial que ya llevaba rato paladeando. En una céntrica cava de puros elegía uno cualquiera: un Cohíba, un Montecristo, un Davidoff, y de ahí a esa cafetería con sillones de cuero, mostrador de caoba, camareras amables y música y decoración sin estridencias ni cutreríos. Durante un par de horas soltaba humo mientras daba tragos al cubata, dejando volar la imaginación de un tema a otro, entre la tristeza del exilio y la anticipación de la fiesta, en una especie de nirvana que ninguna otra sustancia, circunstancia o persona me ha provocado jamás.
Fumar puros no es una compulsión, como las pajas o los cigarrillos. Es, como decía el gran Zino Davidoff (hablaremos de él), un ritual, una filosofía. No se puede fumar un puro en momentos de stress, mucho menos como pasatiempo o rutina. Un amante de los buenos cigarros no es un comepalomitas de cine. Para que esa experiencia, que provoca un estado de ánimo tan particular, sea satisfactoria se necesitan varias cosas: tiempo, tranquilidad, ánimo lúdico o reflexivo, un interior confortable (jamás al aire libre), a veces una buena compañía. Y, por supuesto, un excelente cigarro. Y ahí ya podemos disfrutar de la dulce y remolona experiencia que tan bien describió un célebre escritor cubano: "Un buen habano es como la buena música, te permite echar de menos los viejos buenos tiempos que no existieron nunca".
Cuando uno renuncia voluntariamente a esa maravillosa actividad que le provoca maneras de pensar y sentimientos absolutamente singulares, amputa una parte importante de su experiencia vital y de su disfrute. Es como una ruptura de pareja que siempre va a dejar una cicatriz dolorosa. Pensar que nuca más vamos a paladear un buen habano viendo una buena película de cine clásico, en el relax postbuceo, en el momento previo a una decisión importante aclarada por el humo, en una sobremesa con amigos, puede hacerse muy cuesta arriba. Pero un hombre de verdad no se anda con vaivenes y lo decidido, decidido está. Porque el puro es todo lo que he estado contando hasta ahora. Pero también es otra cosa más: cáncer. Y hay que saber escarmentar en esas ajenas cabezas que llevaron su pasión hasta la barca de Caronte y saber apearse antes de pagar el óbolo.
Este hilo será, pues, la historia de un viejo amor que da punzadas. Se revolverán viejos papeles, se enseñaran antiguos cachivaches inevitables en esa afición, se hablará de vitolas, personajes, marcas, historia, libros y películas (si no se aburren antes). Pero antes de llegar a eso recuerden solamente una cosa: el puro no está formado solo de tabaco. El ingrediente principal es la materia de la que están hechos los sueños.
Fumar puros no es una compulsión, como las pajas o los cigarrillos. Es, como decía el gran Zino Davidoff (hablaremos de él), un ritual, una filosofía. No se puede fumar un puro en momentos de stress, mucho menos como pasatiempo o rutina. Un amante de los buenos cigarros no es un comepalomitas de cine. Para que esa experiencia, que provoca un estado de ánimo tan particular, sea satisfactoria se necesitan varias cosas: tiempo, tranquilidad, ánimo lúdico o reflexivo, un interior confortable (jamás al aire libre), a veces una buena compañía. Y, por supuesto, un excelente cigarro. Y ahí ya podemos disfrutar de la dulce y remolona experiencia que tan bien describió un célebre escritor cubano: "Un buen habano es como la buena música, te permite echar de menos los viejos buenos tiempos que no existieron nunca".
Cuando uno renuncia voluntariamente a esa maravillosa actividad que le provoca maneras de pensar y sentimientos absolutamente singulares, amputa una parte importante de su experiencia vital y de su disfrute. Es como una ruptura de pareja que siempre va a dejar una cicatriz dolorosa. Pensar que nuca más vamos a paladear un buen habano viendo una buena película de cine clásico, en el relax postbuceo, en el momento previo a una decisión importante aclarada por el humo, en una sobremesa con amigos, puede hacerse muy cuesta arriba. Pero un hombre de verdad no se anda con vaivenes y lo decidido, decidido está. Porque el puro es todo lo que he estado contando hasta ahora. Pero también es otra cosa más: cáncer. Y hay que saber escarmentar en esas ajenas cabezas que llevaron su pasión hasta la barca de Caronte y saber apearse antes de pagar el óbolo.
Este hilo será, pues, la historia de un viejo amor que da punzadas. Se revolverán viejos papeles, se enseñaran antiguos cachivaches inevitables en esa afición, se hablará de vitolas, personajes, marcas, historia, libros y películas (si no se aburren antes). Pero antes de llegar a eso recuerden solamente una cosa: el puro no está formado solo de tabaco. El ingrediente principal es la materia de la que están hechos los sueños.
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