Fue la vista lo que nos decidió a alquilarla.
Es cierto que la casa tenía sus inconvenientes. Estaba bastante lejos de la ciudad y no tenía teléfono. El alquiler era excesivamente caro y los desagües deficientes.
En las noches de viento, cuando los vidrios mal colocados hacían en las maderas de las ventanas un ruido terrible como el de los ómnibus de hotel, la luz eléctrica, por algún misterioso motivo, se apagaba invariablemente y uno se quedaba en ruidosa oscuridad.
Había un espléndido cuarto de baño; pero la bomba eléctrica, destinada a llevar el agua de los tanques a la terraza, no funcionaba. Puntualmente, en el otoño, el pozo de agua potable se secaba. Y nuestra casera mentía y era una tramposa.
Pero éstas son las pequeñas desventajas de todas las casas alquiladas, en todo el mundo. Para Italia no eran tan graves.
He visto muchas casas que las tenían con cien más, sin poseer las compensadoras ventajas de la nuestra: la orientación al sur del jardín y la terraza para el invierno y la primavera, las amplias y frescas habitaciones al abrigo del calor estival, el aire de lo alto de la colina, la ausencia de mosquitos, y, por último, la vista.
¡Y qué vista! O más bien, ¡qué sucesión de vistas! Cambiaban cada día; y sin moverse de la casa se tenía la impresión de un perpetuo cambio de decoración: todos los encantos del viaje sin ninguno de sus inconvenientes.
Había días de otoño en que todos los valles estaban llenos de neblina y las crestas de los Apeninos emergían, oscuras, de un liso lago blanco contra el brillante cielo azul pálido, como enormes gestos heroicos.
Y en lo alto del cielo, las colgaduras hinchadas de aire, los cisnes, los mármoles aéreos, desbaratados e inacabados por dioses hartos de creación casi antes de formarlos, vagaban adormecidos, a impulsos del aire, cambiando de forma con el movimiento.
Y el sol aparecía y desaparecía detrás de ellos; y tan pronto la ciudad, allá en el valle, se esfumaba y casi desaparecía en la sombra, y semejante a una inmensa joya cincelada entre las colinas resplandecía con brillo propio.