Respecto a lo que se dice más arriba, inmediatamente antes de la bronca (al final conseguireis que cierren el hilo, hijos de puta), permítanme escribir algunas doctas, autoritarias y trascendentes palabras:
Es una cuestión de actitud, ni más ni menos. Hay quien se vuelca con la primera pelandrusca que le hace caso, que la considera novia suya después de haberle echado un polvo, que se monta castillos en el aire y, como es natural, sale escaldado. Pero esa no es la única opción.
Una panchita puede ser un complemento de algo mejor, puede ser un medio fácil y sin complicaciones de ponerle los cuernos a nuestra prometida, que la pobre es tan buena y tan hacendosa como poco dada a satisfacer nuestras perversiones de más bajo rango, lo que nos crea un doloroso vacío existencial, por otra parte fácilmente subsanable.
Podemos, con algo de tesón, organizarnos un mini harén, ir rotándolas periodicamente; hoy llamamos a Daysy, mañana a Catherine, y para el fín de semana dejamos a Mirtha, que para eso está más buena y la podemos llevar por ahí, incluso presentarla a las amistades.
Los perros huelen el miedo, y las sudamericanas la pusilanimidad. A mí nunca me han pedido dinero, ni papeles, ni favores, ni cristo que lo fundó, porque no estoy por la labor y su sexto sentido lo advierte certeramente. Hasta ahora, toco madera.
Cuando conozco alguna, nunca me hago ilusiones excesivas, no me monto películas ni albergo ansias desaforadas: fluya la relación por sus cauces naturales y no le pidamos peras al olmo. Me relajan, me entretienen y me alegran la vida sin más pretensiones, lo que creo que es bastante.
También alguna vez, todo hay que decirlo, ha habido algo más. Sin quererlo, buscarlo ni desearlo, lo ha habido. Y no me arrepiento de ello.