Jacques de Molay
Freak total
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Siempre que leo la historia de Roma me deprime llegar al fin, a los años de la decadencia, a los años en los que los bárbaros estaban a las puertas, porque la época que nos ha tocado vivir mucho tiene que ver con aquélla. Vivimos los años convulsos antes de Diocleciano y Constantino, o peor aun, los años que siguieron a Juliano, el apóstata, antes del desastre de Adrianópolis.
Y sólo podemos entonces rezar a los dioses, para que surja un hombre de genio, para que aun pueda llegar un Diocleciano que frene, por un tiempo, la caída y contenga a los bárbaros con su auctoritas y su potestas.
Nuestra sociedad, sin embargo, está caduca. Pasó ya su apogeo. ¿Dónde están los maestros de las artes y el pensamiento? Todo lo domina la técnica. El hombre fáustico ha desaparecido. Es el tiempo de hombres menores, de aquellos que nunca se alzaran sobre las cabezas de los demás, como los gigantes de antaño, aquellos que nunca serán olvidados.
Más allá del limes, los bárbaros se congregan, tímidos al principio, el tiempo los hará más atrevidos (y no los detendrán los muros de los Adrianos y los Antoninos). Nuestro consuelo momentáneo es que sus tribus aun no pueden enfrentarse cara a cara a nuestras legiones. El día en que lo hagan y nuestras armas ya no susciten temor, hordas vendrán de más allá del este y Asia, al fin, conquistará Occidente.
El Oeste se disuelve en la mediocridad de un mestizaje que reúne lo peor de cada raza. Todo fluye hacia Occidente, tota la basura, toda la hez de la tierra. Nuevamente el Tíber ha devenido el Orontes.
El fin llegará. Podemos verlo a lo lejos. Puede ser que se apresure en llegar o que tarde cien, doscientos años. Su llegada es, sin embargo, segura i nos extinguiremos como se extinguieron en el pasado grandes naciones. Serán entonces los conquistadores quienes decidirán si merecemos el recuerdo o el olvido.
Y sólo podemos entonces rezar a los dioses, para que surja un hombre de genio, para que aun pueda llegar un Diocleciano que frene, por un tiempo, la caída y contenga a los bárbaros con su auctoritas y su potestas.
Nuestra sociedad, sin embargo, está caduca. Pasó ya su apogeo. ¿Dónde están los maestros de las artes y el pensamiento? Todo lo domina la técnica. El hombre fáustico ha desaparecido. Es el tiempo de hombres menores, de aquellos que nunca se alzaran sobre las cabezas de los demás, como los gigantes de antaño, aquellos que nunca serán olvidados.
Más allá del limes, los bárbaros se congregan, tímidos al principio, el tiempo los hará más atrevidos (y no los detendrán los muros de los Adrianos y los Antoninos). Nuestro consuelo momentáneo es que sus tribus aun no pueden enfrentarse cara a cara a nuestras legiones. El día en que lo hagan y nuestras armas ya no susciten temor, hordas vendrán de más allá del este y Asia, al fin, conquistará Occidente.
El Oeste se disuelve en la mediocridad de un mestizaje que reúne lo peor de cada raza. Todo fluye hacia Occidente, tota la basura, toda la hez de la tierra. Nuevamente el Tíber ha devenido el Orontes.
El fin llegará. Podemos verlo a lo lejos. Puede ser que se apresure en llegar o que tarde cien, doscientos años. Su llegada es, sin embargo, segura i nos extinguiremos como se extinguieron en el pasado grandes naciones. Serán entonces los conquistadores quienes decidirán si merecemos el recuerdo o el olvido.