Victor I
Freak
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La vida tiene esta y otras cosas, que inspira, inquieta, genera dudas y me impele a escribir sobre ella y sus profundidades teleológicas. ¿Que es la vida y para que sirve? Nuestra existencia ¿que sentido tiene?
Homenaje a Merodeador
Se dio cuenta cuando estaba enamorado y en lo alto de la roca Cecropia, observando el claroscuro del atardecer entreverado en el bosque de columnas dóricas del Partenón. Le pasó también en Roma y en Lisboa, el día era perfecto y la ciudad magnífica, el sol refulgía contra los edificios blancos, pero él era consciente de que aquello era sólo una experiencia personal, algo que quedaría almacenado en su memoria y que algún día le provocaría nostalgia, el anhelo por lo hermosa que era la vida y lo que había llegado a ser.
Comprendía que una obra de arte, un premio Nobel, ser un mártir del cristianismo o conquistar la Luna no le serviría de nada. La inmortalidad era para los vivos. A pesar de todo él moriría con todos sus magníficos recuerdos y con sus mejores momentos. Nada le protegería del abismo inminente. Se estaba muriendo, pero jamás estaría muerto, porque estar implica existir, respirar, tener una biología activa y una consciencia. El muerto tan sólo esta ocupando un espacio concreto, cada vez menor, al igual que una roca que se deshace.
Todo lo que había pensado, sentido y escrito estaba aquí. Todo lo que había pensado, sentido y escrito Pérez Galdos estaba en la Biblioteca Nacional. Pero los dos estaban muertos y jamás disfrutarían de la diferencia. Eso le consoló, le hizo darse cuenta de que no había desperdiciado su vida, porque en realidad todas las vidas se desperdiciaban irremediablemente. Llegó al último momento, miró hacia atrás y sintió que había merecido la pena. Eso era todo a lo que se podía aspirar.
Homenaje a Merodeador
UN ASUNTO MENOR
Se dio cuenta cuando estaba enamorado y en lo alto de la roca Cecropia, observando el claroscuro del atardecer entreverado en el bosque de columnas dóricas del Partenón. Le pasó también en Roma y en Lisboa, el día era perfecto y la ciudad magnífica, el sol refulgía contra los edificios blancos, pero él era consciente de que aquello era sólo una experiencia personal, algo que quedaría almacenado en su memoria y que algún día le provocaría nostalgia, el anhelo por lo hermosa que era la vida y lo que había llegado a ser.
Comprendía que una obra de arte, un premio Nobel, ser un mártir del cristianismo o conquistar la Luna no le serviría de nada. La inmortalidad era para los vivos. A pesar de todo él moriría con todos sus magníficos recuerdos y con sus mejores momentos. Nada le protegería del abismo inminente. Se estaba muriendo, pero jamás estaría muerto, porque estar implica existir, respirar, tener una biología activa y una consciencia. El muerto tan sólo esta ocupando un espacio concreto, cada vez menor, al igual que una roca que se deshace.
Todo lo que había pensado, sentido y escrito estaba aquí. Todo lo que había pensado, sentido y escrito Pérez Galdos estaba en la Biblioteca Nacional. Pero los dos estaban muertos y jamás disfrutarían de la diferencia. Eso le consoló, le hizo darse cuenta de que no había desperdiciado su vida, porque en realidad todas las vidas se desperdiciaban irremediablemente. Llegó al último momento, miró hacia atrás y sintió que había merecido la pena. Eso era todo a lo que se podía aspirar.