Hace un rato que he venido del un bar con terraza, céntrico en un pueblo, sólo por saltarme el plan de comida una vez cada quince días. Lo que he encontrado son parejas, algunos de ellas, el vestido de José Manuel Soto y ellas de salir de un convite de boda. Muchas lagartas, con la niña con cara de ir matando con la mirada y alguna gorda, pero gorda en sus veintena larga, berreándole al teléfono mientras lleva paseando al pobre perrillo mil leches con una cara para esto mejor en la perrera abandonado.
Yo, por mi forma de ser y lo que estudié, ni en la universidad, ni lo que vino después salí y creo que volví al ruedo con casi 29. Ya entonces, estaba tan fuera de lugar, que decidí incluso cortar con las viejas amistades. Volví al ruedo con 34, cuando cambié de trabajo, pero volvía estar fuera de onda.
La conclusión que saqué es que no es que la onda haya cambiado, si no que era yo, que nunca había estado en eso. Aquello de que si se repite, el problema eres tú.
Prefiero ir ahora a mi bola, que parece que es lo que está de moda. Ejercicio por un tubo, las clases de guitarra, aprender a usar bien estos chismes de teclas y la música. Los bares y salir, sólo para ver el partido de turno y nada más.
Amigos, ninguno, prefiero los conocidos para una tarde de risas intrascendente y a otra cosa. Con la mierda de politización de la vida privada, te encuentras más que amistades, gente que quiere que seas su seguidor o que solo "aquí hemos venido a hablar de mi libro". Por eso a la perra no le doy mucho la brasa.
Espero no haberos ayudado.