Hay algo infantiloide en él, en su cara de gañan, en sus mofletes de niño obeso el día de su comunión, en sus ojillos negros y diminutos, en su enigmática sonrisa a lo monalisa. Ese cuerpo orondo, ese pelaje salvaje varonil de las tierras galaicas, esa boca pastosa, esa vocalización defectuosa. Su vida es un cúmulo de momentos de suerte, su trabajo en la citroen con un sueldazo a pesar de ser un puto zote, su designación como liberado sindical y tener tiempo libre para sus aficiones, su falta de vergüenza para subirse a un escenario a tocar un instrumento junto a otros mataos de la vida y que ninguno tenga talento, su analfabetismo oculto tras una falsa dislexia, su jodida ignorancia, sus escarceos con el género débil, su hijo disfuncional que está tirando para delante como buenamente puede con la madre, los abuelos y la visita los fines de semana de un padre irresponsable. Las incursiones a los madriles a follarse chochetes, en un bolsillo lleva una fotocopia compulsada de una nómina, en otra un flyer de su grupo y el resto de la magia es cosa de su acento galleguiño.