De niño, cuando llegaban las vacaciones de verano y Navidad, mis padres me llevaban al cortijo del abuelo, que así es como lo llamaba yo aunque no era de mis abuelos, era de un señorito extremeño. Mi abuela era simplemente la que le limpiaba y mi abuelo el que se tocaba los huevos todo el día en la pequeña casa que tenían para ellos alejada de la zona principal del cortijo, al lado del establo. Allí había un montón de gente trabajando: la familia de guardeses, el chófer, el jardinero y su familia, el gitano que domaba los caballos y hasta un mayordomo, sin contar con la familia del señorito, que iban por allí todos los fines de semana. Los hijos del señorito eran todos unos golfos, y uno de ellos, el más pequeño, era un auténtico psicópata que la tenía tomada con mis abuelos y con mi familia entera. A mi abuelo le pegaba con una vara y le tiraba pan mojao a la cara, como si fuese un perro, y cada vez que mi abuelo llegaba al cortijo un poco borracho se lo decía a su padre para que le despidiera.
Con mi abuela era incluso más sádico, la llamaba hija de puta, la obligaba a limpiarle los zapatos, se montaba en ella como si fuese un caballito y un día hasta llegó a orinarle encima desde una terraza. Ese día lo recuerdo muy bien, mi abuela estaba regando las plantas del exterior y de repente el niño desde arriba la bañó en meado, y mi abuela ay dios mío, ay dios mío, que solo tengo una muda. Me hizo gracia, la verdad, yo quería ser como ese niño malo, y en realidad lo era, la diferencia es que no podía demostrarlo porque yo no tenía a nadie por debajo de mí, a mí me pegaban y humillaban los hijos de los guardeses, los del jardinero, y hasta el gitano se reía de mí. Las perrerías que me hacía el hijo del señorito directamente dan para otra historia.
Todo cambió cuando a mi abuela se le partió la espalda un día limpiando la chimenea. Se ve que la familia del señorito se asustó, porque lo que le hacían hacer era ilegal y no querían denuncias así que le permitieron seguir viviendo allí a cambio de evitar problemas legales. En ese momento llegó una familia de panchitos y por fin tuve a alguien por debajo de mí. La madre panchita limpiaba la casa como había hecho mi abuela y el padre panchito hacía también exactamente lo mismo que mi abuelo: tocarse los huevos y vivir del sueldo de su mujer. La madre me ponía el rabo duro porque tenía el culo gordo y las tetas grandes así que le tocaba las tetas y el culo y un día me corrí en su pelo, delante del marido, al que también insultaba cada vez que podía. Y luego estaba el niño, que se llamaba Walter. La tomé con él desde el primer día. Le llamaba sudaca de mierda, le escupía, le bajaba los pantalones y me reía porque no tenía ni calzoncillos, una vez le di de beber meado y solía tirarle mierda de caballo que se le quedaba repegada en el pelo.
Un día desapareció y salimos todos a buscarlo, y vino hasta la guardia civil y lo encontraron inconsciente en un pozo metido y con hipotermia. Se ve que yo era el principal sospechoso pero os aseguro que yo no fui, si hubiese sido yo lo reconocería tan tranquilamente. Yo creo que fue el niño malo, el hijo del señorito, que ese le pegaba más que yo pero después de eso la volvió a tomar conmigo porque la familia panchita se fue.