Litros y litros de tinta se llevan vertido sobre el tema del multiculturalismo, la integración o el mestizaje y pese a todo ello, creo que es algo de lo que jamás se llegará a consenso.
La evolución es fundamental en la vida de una persona, yo he sido muchas cosas: durante mi juventud era un débil ciudadano del mundo; en mi período castrense me convertí en intolerante racista y antisemita. Pero mi mentalidad ha seguido evolucionando; a día de hoy tengo un poco de ambos y algo más. He viajado, he hablado con una amplísima diversidad de personas y he llegado a la conclusión de que cada raza y cultura tiene sus virtudes y majaderías: el pueblo ario-caucásico-blanco-indoeuropeo, como creadores de cultura, arte y belleza (un faro de la civilización); el resto (subhumanos) como destructores de lo anteriormente mencionado (follacabras) pero todos con sus corazoncitos y hermosos a su manera.
Debemos ser tolerantes y convivir pacíficamente. Desconozco si el multiculturalismo ha tenido oportunidad de éxito alguna vez, o desde el principio ha estado abocado al fracaso; lo único cierto es que ha fallado y hay que estar ciego para no admitirlo. Yo, como persona tolerante, respeto a todo el mundo y defiendo un relativismo cultural, eso sí, estoy emponzoñado por un sinfín de influencias tóxicas y pondré un ejemplo para finalizar la disertación:
Todavía me hierve la sangre cuando camino por nuestras calles corruptas y decadentes, que no son sino la prolongación de las alcantarillas y me cruzo con innumerables rebaños infrahumanos llegados de todas partes del orbe.
La última vez que leí sobre la construcción de una mezquita en mi ciudad, me dieron ganas de iniciar un holocausto ahí mismo. Cuando veo parejas interraciales (sobre todo de blanca con negrata) mi único deseo es reventarlos a patadas.
Sin embargo, cuando me pongo un filme de actrices de la talla de Mya Lovely o Mia Khalifa (de Mias va la cosa) no puedo evitar la irrefrenable e imperiosa necesidad de regar todos y cada uno de sus orificios con el ilustre caldo de mis gloriosas pelotas. Nimias contradicciones de la vida.
Hay días que me miro al espejo y ni me reconozco. ¿Pero en qué me he convertido?
¡SOY UN MONSTRUO, MO ME MIREN, EUUGGG!