Si Mario Bava aseveró que
El Diablo Se Lleva A Los Muertos, servidor afirma a día de hoy que
Cine de Barrio se lleva a los nuestros. No son pocas las glorias del cine patrio que, tras haber sido convocadas a merendola y charla nostálgica con Carmen Sevilla y el desnaturalizado, han muerto presas de un soplo al corazón, gota o por los numerosos achaques que tenían. Que pase esto con una cupletista de tercera o con un Manolo Escobar tendría un pase y una mínima importancia, pero llevarse a Don Jose Luis López Vázquez es intolerable, por mucho que se venga a emitir una semana después esta película para enmendar el asesinato. Mal fatal.
Operación Cabaretera es una de las primeras películas de Don Mariano Ozores, si bien ya se había marcado no menos de diez dislates fílmicos; también es la primera de su
trilogia operacional aka
trilogía del espionaje marbellí, tetralogía si incluimos la apócrifa
Objetivo: bi-ki-ni. Y cumple con lo que vendría a exhibir en las posteriores películas: sol, playas, Marbella, familiares enchufados hasta en el catering, descapotables, bebidas de colorines, microfilms, aviones, helicópteros y caacharros voladores, saltos de raccord, mujeres de ropa ligera y moral laxa, chistes de jardín de infancia, etc etc. También viene a proporcionar 90 minutos de diversión absoluta, en buena medida gracias a Jose Luis López Vazquez y su reverso femenino, la nunca suficientemente alabada Gracita Morales. Cada vez que estos dos titanes comparten plano la carcajada está asegurada, pues tienen un dominio absoluto de los resortes que provocan la risa en el espectador, estemos ebrios o no, aunque en solitario también funcionan perfectamente. De hecho, algunas imágenes icónicas del cine español, ya casi arquetípicas, son gracias a López Vázquez: poca gente podrá olvidar su deambular por el recinto de la piscina con gorra, bermudas y camiseta roja de manga larga mientras va acosando a chinas, suecas y guiris en general, coronando dicho acoso con un enorme
arriba Espaaaaña!!, o su piscinazo en la playa, donde se da un guarrazo tremendo por presumir que habrá más profundidad de la que es lógica en la orilla. Esto, claro está, para los señores del
Cahiers du Cinema no merece ni ser comentado, pero para servidor es tan digno como cualquier cosa de, yo que sé, Bela Tarr, King Vidor o Truffaut. Y más divertido, a qué negarlo.
Por lo demás, juraría que es una de las pelis de espionaje de Ozores que contó con presupuesto más holgado (o mejor aprovechado, al menos), como se puede inferir de la persecución final por mar, rodada al uso de las películas de James Bond tan en boga por aquellos años sesenta, y recomendaría su visionado a toda persona que guste de ver cine auténtico, sin imposturas ni complejos. Amenabar, aprende, hijo.