Llevo más de media hora en el portal exterior de mi casa (que tiene un portón de hierro con pinchos por si intenta trepar un maleante que corra el riesgo de quedarse clavado, como deberían ser las vallas de Ceuta y Melilla) custodiando a un gorrioncillo que se había cobijado ahí. Pí pí pí hacía el pobre. Le quedaba una semana o menos para aprender a volar. No me lo podía llevar, que tengo gato, así que me he quedado velándolo protegiéndolo de los perros y he intentado encasquetárselo a cuanto viandante se mostraba enternecido. De repente un gorrión hembra (los que no tienen mancha en el pecho son hembras) adulto revoloteando cerca, ¡llamándolo!
Me he alejado unos pasos y la gorriona se ha acercado al gorrioncillo, lo ha espoleado y ha ido detrás de ella revoloteando a trompicones. Qué cosa más bonita, ojalá le vaya bien al pobre.