La sensibilidad, como el sentido del humor, es un patrimonio naturalmente varonil. En el hombre, así como en todas las especies de mamíferos, qué casualidad, siempre son abismalmente más afectuosos los machos. Toda la construcción cultural relativa a que las mujeres son más amables hacia los sufrientes, los desamparados, los miserables... no es más que un rol de género que comenzó en la iconografía religiosa, con arquetipos femeninos de la piedad, la caridad, la esperanza, los remedios para los apestados de la sociedad. Insisto en que son arquetipos conductuales, no figuras históricas, cuyas biografías inspiraran tales loables comportamientos. Mostrar que ellas serían más virtuosas en la ética del cuidado de quienes están en situación de dependencia, asignar de ese modo a las mujeres tales tareas, tuvo cimientos eclesiásticos.
Siempre se han quejado del heteropatriarcado, de la opresión falogocentrista, de la prevalencia machista en la historia, cuando el talento y la capacidad intelectual surge incluso en las cárceles. Hasta los mejores chefs son varones, por mucho que las pobrecitas hayan estado encerradas durante milenios en la esfera de la reproducción, la preparación de los víveres y el cuidado de la familia... ¡cuánto tiempo malgastaron en la cocina!
La naturaleza humana invertida en los roles de género, esa es la identidad cultural que homogeneizó Occidente. Guiones en rígidos papeles impuestos sobre nuestras raíces biológicas para debilitar los instintos y dejarnos embobados. Hellboy puede ser caracterizado todo lo duro que quieran, pero su guarida está llena de gatos, que cuida como ninguna de las trastornadas salvadoras de los callejeros que no tienen valor para hacerse monjas misioneras.
CAMPANO PUTO AMO