Yo actúo de la siguiente manera: Primero me decido a salir de fiesta, que lo suelo hacer muy pocas veces, yo diría una vez al mes como mucho. Después, una vez dentro del Pub o discoteca o como quiera llamarse, me coloco en una esquina con los amigos y comienzo a arrepentirme de haber salido. Superada esta fase de desasosiego y confusión, me fijo en alguna chica que por cualquier causa me llame la atención, evidentemente, no me quedo mirándola fijamente, sino que lo hago en pequeños intervalos de tiempo muy separados entre sí. Entonces es cuando comienzo a pensar de la siguiente guisa: “Esta chica me gusta, pero ¿por qué me gusta? Es evidente que no la conozco, por lo tanto me debe gustar por su físico, ¡ay!, pero que injusto es que alguien te guste por algo tan fútil como esto. ¿Y si resulta que después no te cae bien? No deberías comportarte como un vulgar animal, es cierto que te atrae físicamente, y que éste es un instinto muy poderoso, de hecho sabes que si ella viniera y solicitara tus favores te rendirías inmediatamente, como lo hace un pajarillo ante el ímpetu de un águila, pero, por otra parte, ¿y eso por qué?, ¿acaso no soy un hombre, no tengo dignidad? Precisamente porque eres un hombre…” Y así me paso un buen rato hasta que, ya cansado de tanto divagar, termino concluyendo que los actos de conquista son demasiado complicados para mí, y que ni siquiera soy capaz de dar el primer paso. Por último, le doy un trago al zumo que me haya pedido y me pongo a pensar en otras cosas.