Ayer, iba caminando por una ciudad de esas que son dormitorio y polígono industrial a la vez, sazonada esta con instalaciones militares. Discurría por una gran avenida arbolada y jalonada con zonas verdes a un lado y la carretera al otro. Un estruendo previno al sobrecogimiento. De mi interior se adueñó el runrun y un meneo de engranajes que no presagiaba nada bueno. Aligeré el paso y aquello no hizo más que recolocar algo la carga y acercar más la cabeza de la tortuga al exterior del caparazón.
Un mendigo, menos remilgado que yo, se había parapetado tras unas piracantas (o euvonimos, tanto da, no estaba yo para observancia botánica) y se había bajado los pantalones, aliviando así el más inmediato de sus problemas. El hedor era insufrible y la gente que pasaba corriendo o caminando miraban de reojo el espectáculo, pues los arbustos eran insuficientes y sus canillas en semicuclillas contrastaban con su palidez entre el verde.
Estuve tentado de meterme en el mismo corrillo de arbustos con un "buenos días ¿le importa que le acompañe?" pero el olor era nauseabundo. Desconozco la dieta de aquel espectro, pero supongo que la abundancia de vino de cartón no ayuda en estos asuntos.
Miré el teléfono y vi que, a unos ochocientos metros, estaba la estación de cercanías. Un aldeano como yo, acostumbrado a infraestructuras ferroviarias de provincias, suponía un baño, quizá en peor condición, porque los de ciudad sois unos guarros, pero un baño al fin donde descolgar un poco los pantalones y estucar la pared aunque fuese. Este día llevaba pañuelos de papel en la mochila. Tremendo acierto, no llevo nunca. Podría haber utilizado algún catálogo que me habían dado o algo, pero el diseño engolado hace que resbale mucho y recoja poca mierda. He probado.
El caso es que, al llegar, la frialdad de una máquina me recibió, no me molesté en preguntarle por el baño. La estación estaba completamente vallada con planchas opacas y se adivinaba en semirruina. Un negro esperaba en un banco sin correa ni nada y al otro lado había más almas.
Busqué vegetación pero me hallaba en la jungla del asfalto. Vi un parking, corrí hacia él de forma trepidante y cómica a la vez, pues no podía aguantar más y las piernas tocaban rodilla contra rodilla de forma constante. El parking era precario, pero una vieja valla de adobe estaba caída. Salté como Rambo y busqué un árbol. Lo encontré, milagro, milagro milagroso.
Unas mujeres iban a por su vehículo y otros paseaban, pero no estaba yo para explicaciones. Dejé la mochila alejada por si había explosión, bajé los pantalones sin desabrochar el cinturón ni nada y excreté la MAYOR MIERDA de la década. Un churro esponjoso y de color caramelo más largo que una longaniza de Graus. Una mierda cuasi perfecta. Cuando terminé de gemir, unos obreros que andaban tras una valla con una miniexcavadora me dijeron algo. Creo que se veía el churulo desde ahí y lo elogiaban, pero no me enteré.
Me puse en pie, preguntándome si habría alguien más aventurado que yo cuando, al volver la vista, vi otro mierdón a unos metros de mayor envergadura y belleza.
El resto del día anduve que no me tocaban los pies en el suelo.
Hace un rato, a las 7:30 de la mañana, he tenido que parar el coche en un campo, acuclillarme cerca del haz de luz (no lo suficiente para estar en el foco pero sí para ver si me ataca algún zorro o jabalí y... bueno, no mearme en los zapatos) y repetir la operación con un parto muy similar.
¿Me habré enviciado a cagar en la calle? No es mi primera vez, pero la verdad es que la sensación de alivio fue tal que temo que mi cuerpo, ya falto de estímulos, haya interpretado esa dopamina como necesaria y ahora me vaya a soltar la mierda en cualquier situación que se tercie alejada de un baño. ¿Lo siguiente será cagar entre un corro de personas? ¿Os ha pasado? Tengo miedo de volverme adicto.
PD: Esta mierda se podría haber escrito en una frase o en el hilo de la India, pero quiero que sirva como reivindicación para LA VUELTA DEL GRANDIOSO SUBFORO RETARDS.