¿Qué tal, amigos? Andaba yo esta mañana andurreando por la sierra con el perrete, aprovechando las fiestas en honor al generalísimo, en esas que en una subida noté que la barriga empezaba a rugir. No soy de cagar fuera de casa, intenté tranquilizarme y lanzar consignas relajantes a mis intestinos para que como, otras tantas veces, hiciesen un buen trabajo en equipo aguantando el zurrón lleno de chocolate.
Bien, todo parecía indicar que en esta ocasión el resultado no sería distinto, entonces empecé a disfrutar de las hierbecillas que van saliendo, encontré algunos espárragos salientes ante el rocío y los livianos rayos del sol. En esas que me agacho tras haber apartado hacia un lateral una esparraguera con mi bota y tremendo retortijón, bufff, de esos que, al igual que el relámpago previo a la sucesión de un trueno rápido que avisa que la tormenta está encima, sabes que hay que vaciar ya irremediablemente. Oteé el horizonte buscando un cómplice en forma de hoja suave y de cierta proporción, era una cuestión rápida, no podía esperar mucho, solo vi varios acebuches, no daban el tamaño obviamente y una higuera, no estaba dispuesto a irritarme la mucosa anal. Velozmente me quité la mochila de la espalda y eché un rastreo a mis pertenencias, ningún pañuelo o servilleta, menos un rollo de papel, joder nada. Abrí un bolsillo pequeño y tachán, había un papelito bien doblado, lo abrí rápidamente y comprobé que era el recibo de hace unos días del pago de mi gimlasio. A todo esto me percaté de que los ojos de mi cánido se posaron en mi, se percató de mi nerviosismo y me contemplaba bien alerta, solté la mochila unos metros atrás y me dirigí cerca de la higuera, entre ella y un acebuche vi el sitio ideal para esos segundos satisfactorios y de tranquilidad, pero no iba a ser así. Mi fiel perrete me siguió alarmado, trataba de espantarlo vociferando y con aspavientos mientras estaba en posición de hacer de vientre, temi perder el equilibrio, reaccionó reculando, conseguí relajarme brevemente mientras noté como empezaba a salir el churro, lo bueno que tiene cagar en el campo es que ante la falta de contaminación ambiental puedes escuchar profundamente esos pequeños graznidos que sueltan los esfínteres al relajarse, después de soltarla la meadita de rigor y joder, hamijos, que puta sensación de paz, la gente se siente mal por no follar pero cagar con ganas y más mientras profanas un territorio ajeno al de casa es un orgasmo, una victoria moral. Agarré el papelito y me limpié el ojal como buenamente pude y lo dejé cerca de mi creación.
Al principio no le eché foto, a la vuelta me acordé de esta mierda de hilo y creí que era bueno documentarlo, por el foro. No es que sea un señor mierdón, he parido mierdas que no desmerecen a algunas plastas de confitería, pero no todos los días se caga una mierda con aspecto arcilloso y sobre todo dada la factura en el lugar del crimen, con nombre y apellidos, amigos.
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