P
pulga
Guest
Hace no mucho asistí a una escena políticamente incorrecta, de un casticismo montaraz.
Ocurrió en una terraza de un bar del Pirineo.
Unos clientes estaban hablando ruidosamente en vasco, mientras comían una ración de callos de la tierra.
El dueño del bar, al oírles hablar en vasco, se acercó fríamente, les retiró sus callos caseros y las bebidas de la mesa, y les espetó lo siguiente: "Venga, venga, que aquí ustedes no comen más, a veranear a la impar Donosti, que es mucho más bonita que mi puta casa, que está más jodida que el coño de la Bernarda".
Y los echó.
Era su establecimiento.
Era su propiedad privada.
Era su negocio.
Era, como dijo, su "puta casa".
Y tampoco les cobró los siete u ocho callos que ya se habían comido con suma rapidez.
Luego, al ver mi gesto hosco y muy molesto, el camarero se me acercó y me dijo "me da exactamente igual lo que usted piense".
Lo cierto es que yo también vi peligrar mi ración de callos y mi Heineken helada -era un agosto tórrido-, y claudiqué.
Y dije: "Eso, eso, a veranear a las enguarradas rías de Bilbao".
Uno, como los políticos, valora lo que más le conviene en cada momento y yo me vendí por una ración de callos, otros se venden por mucho menos, y de eso es de lo que estoy hablando.
Ocurrió en una terraza de un bar del Pirineo.
Unos clientes estaban hablando ruidosamente en vasco, mientras comían una ración de callos de la tierra.
El dueño del bar, al oírles hablar en vasco, se acercó fríamente, les retiró sus callos caseros y las bebidas de la mesa, y les espetó lo siguiente: "Venga, venga, que aquí ustedes no comen más, a veranear a la impar Donosti, que es mucho más bonita que mi puta casa, que está más jodida que el coño de la Bernarda".
Y los echó.
Era su establecimiento.
Era su propiedad privada.
Era su negocio.
Era, como dijo, su "puta casa".
Y tampoco les cobró los siete u ocho callos que ya se habían comido con suma rapidez.
Luego, al ver mi gesto hosco y muy molesto, el camarero se me acercó y me dijo "me da exactamente igual lo que usted piense".
Lo cierto es que yo también vi peligrar mi ración de callos y mi Heineken helada -era un agosto tórrido-, y claudiqué.
Y dije: "Eso, eso, a veranear a las enguarradas rías de Bilbao".
Uno, como los políticos, valora lo que más le conviene en cada momento y yo me vendí por una ración de callos, otros se venden por mucho menos, y de eso es de lo que estoy hablando.