Admirose un portugués, de ver que en su tierna infancia, todos los niños de Francia, supiesen hablar francés.
Por aquí, como por el resto de la sociedad española, predominan las personas que se asombran como tontos del bote de la inexorabilidad de ley de la gravedad.
Antes de estas elecciones había 2 millones de votos independentistas. En las mentes calenturientas de los editoriales de los medios españolistas, de millones de españoles y de unos cuantos foreros de esta casa se instalaba la insidiosa especie de que iban a desaparecer como un azucarillo en un café cortado. Por arte de magia: con porrazos en la cabeza de abuelitas votantes, con boicots a empresas, encarcelando políticos mientras Rato y Urdangarin cenaban en casita, con una campaña de odio e intoxicación hacia Cataluña que no se recuerda parecida, con amenazas apocalípticas de huidas de bancos y empresas, pensaron que todas esas personas iban a desvanecerse en el aire, a hacerse transparentes, a bajarse los pantalones como ruines peseteros, oportunistas y cobardes...
Pues ahí siguen: los dos millones, con su mayoría absoluta, con su conciencia cívica y principios intactos. Sin dejarse doblar el brazo. Sin chupar pollas mesetarias, sin la patética excusa de esa mayoría silenciosa que ya no existe tras votar casi el 82 por ciento del censo y a la que no pudieron traer a votar desde Córdoba o Albacete como en las manifestaciones unionistas, proporcionándonos el LOL
de enviar a los hijos de puta del PP al grupo mixto compartido con la CUP. Y ahí seguirán, y ahí tendrán que seguir aguantándolos y tragando bilis los Ciclón Larry y demás bobos de guardia que confunden la democracia con sus pataletas infantiles por no poder imponer un uniforme país de pandereta que solo existe en sus tristes y manipulados cerebros, confundiendo la valentía de una sociedad avanzada con el adoctrinamiento escolar nacionalista.
En vez de hacerse tantas lamidas de polla y tantos patéticos intentos de acoso de jauría al forero disidente, aprovechen un poco el tiempo. Por ejemplo, leyendo la historia de cuando el Conde-Duque de Olivares, mangoneador de la todopoderosa España Imperial, tuvo que recular con el rabo entre las piernas cuando intentó que las Cortes Catalanas le diesen el dinero que pedía para las ridiculas guerras de Flandes. Tal vez analizando un poco el pasado comprendan el porque de sus fallidos y ridiculos análisis de la realidad presente.
PD: si, que si, que ya lo sé. Stavroguin, tu antes molabas.