Pues yo protagonicé un lamentable ejemplo de esto, del que me avergonzaría muchísimo si no fuera por todo lo que aprendí.
Mi primera novia, con la que conviví 4 años y que me llevó al borde de la locura, a pesar de que debía haber besado el suelo por donde yo pisaba, siendo objetivos. Un día, tras haber encontrado un trabajo y empezar a codearse con gente 15 años mayor, que se iba de vacaciones tropicales y tenía 2 coches (nótese que esto me parece una puta mierda, pero para una muerta de hambre como ella era estar en otro nivel), se da cuenta de que no le compensa estar conmigo, en 4º de ingeniería, sin vistas de producir réditos en al menos un par de años.
Lejos de dejarme, simplemente hizo que mi vida fuera mucho más infernal, hasta el punto de que tuve que ser yo, con mucho dolor entonces porque era gilipollas y pensaba que ahí importaba algo que yo creía que era amor pero consistía únicamente en estupidez, le tuve que decir que así no se podía seguir, que teníamos que ir pensando una salida. Jamás he dicho que yo la dejara, que no parezca que busco algo de orgullo donde es imposible verlo, tengo muy claro que la ruptura la decidió ella, pero de la forma más rastrera posible.
Decidí pedir el traslado de expediente a la politécnica de Madrid, donde quería entrar desde el principio (pero no lo hice porque ella no quería irse tan lejos), mudarme y que ella se quedara de alquiler en ese piso, que pertenecía a mi familia, en el que habíamos convivido y por el que ella había pagado un total de cero euros hasta entonces. Luz, agua, comunidad, nada. Pues casi que me acabó echando, la hija de la grandísima puta.
Seguimos en contacto y no fueron pocas veces las que le presté dinero, pensando que volvería a verlo alguna vez. Cuando me di cuenta de que la dinámica de las conversaciones se intensificaba cuando tenía interés en pedirme otro préstamo, le cerré el grifo y el contacto se hizo mucho más moderado, ya no éramos tan amiguitos. No obstante, no se hizo un vacío, seguíamos hablando con relativa frecuencia. Es innegable que cuando has compartido años y experiencias intensas con tu pareja, cuando te conoce tan bien, se crea un vínculo que puede generar dependencia, la quieras ver o no, una confianza cuya comodidad esconde realidades tan repugnantes como las que he descrito y unas cuantas más que me dejo para abreviar.
Años después empecé una relación con una loca de remate que no veía con buenos ojos la tontería esta de ser amigo del alma de mi ex. Tuvo que plantarme el últimatum de o esa zorra o yo para que yo abriera los ojos un poco y viera el despropósito que había tolerado durante tanto tiempo. Hoy me convenzo a mí mismo de que si me lo hubiera sabido decir con otros modos que no fueran entrar en histérica cólera, quizás yo habría sido capaz de razonar antes. Pero eso nunca lo sabremos porque lo de la histeria era mensual, cada 28 días, exactamente. El caso es que en una llamada algo incómoda le dije que no podíamos seguir hablando, que no estaba bien y que respetara mi decisión.
Un día después, un día nada más, de que mis más allegados se enteraran de que la relación con la puta loca había terminado, recibí una llamada que no dejaba lugar a dudas, no se esforzó nada en disimular, quería retomar el contacto y "quién sabe, ninguno de los dos tiene pareja ahora".
Me hubiera gustado disfrutar de la situación, sentir el poder que en ese momento se me ofrecía, cuando ella volvía magullada de su fracaso en el carrusel de pollas y reconocía que no sabía lo que tenía cuando lo dejó marchar. Echó tanta carne en el asador que me podría haber empachado con sus tripas. Me hubiera gustado pensar que mentía para tenerme de pelele. Pero lo cierto es que no podía darme más igual, no me he sentido tan frío en mi vida. No es que quisiera romper definitivamente con ella, es que sentía la necesidad imperiosa de apuñalar y enterrar en cal viva a todo lo que quedaba de mí, de aquel joven imbécil que pensaba que tenía algo de civilizado mantener lazos con quien masacró esperanzas construidas durante años.