Ahasver ha desplegado claramente su gran erudición. Ya que se trata el tema hablaré de un poco de sexo romano.
Primero, el teorema de Mahoma, según el cual tan maricón es el que da como el que toma, aun no había sido descubierto. Ahí se podía encular (pedicare) a los jovencitos (no a los hombres barbados) sin pasar por bujarrón. Eso sí, el sodomita pasivo (en griego kataphygon o así, en latino pathicus) era lo peor de lo peor. Y las tortilleras estaban también pésimamente vistas.
Otra especie de depravados muy detestada eran los cunnilinguos, lamer la raja a una señorita era una costumbre nefanda, basta ver los agudos epigramas de Marcial en los que pone a parir a los lamecoños.
Y, ya que estamos, aprended la diferencia entre irrumar y felar, que es bien curiosa. Irrumar implica una acción positiva en el hombre, algo casi violento, coger a alguien y meterle la méntula en la boca a lo bruto.
Felar es más de buenrollito.
Así que Sres. coged a una señorita de las trencitas y metedle el cimbrel hasta la garganta, IRRUMEMOS A TODAS LAS GUARRAS DEL LUGAR.
Por cierto: Se da una anología con la porculización en el sexo oral: esto es, el irrumator era un macho man, pero el que era irrumado (cinaedus), un pervertido.
Es decir, a los romanos les parecía bien quien adoptaba una actitud activa, siempre penetrando al personal. Lo pasivo o lo de dar placer a la mujer era algo degradante para nuestros ancestros, que lo sepáis.