Kutxinasky
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Haces bien, nunca se sabe cuando va a sonar la flauta.
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Desde ese mismo momento te odio, porque yo, que abría mi pecho a la noche, corría entre los titanes de las tormentas y tiraba de sus barbas, reía tan alto que humillaba a los truenos… me miré en ti y tuve miedo. Miedo de saber que tu vida y la mía estaban ligadas para siempre, como mi saliva y tu boca. La certeza de tener que protegerte, mirar hacia atrás en las callejuelas sucias del Carmen, agarrar tu mano como un paraguas de cristal, abrazarte hasta acompasar nuestros latidos y nunca más dejar que el viento te corrompa.
El de la fnac, que sinceramente espero que gane un forero para echarnos unas risas. De lo peorcito que he parido que las cosas decentes las atesoro para que las publiquen mis herederos una vez fenezcaNunca se veía sometido a sus deseos carnales pero ultimamente no podía evitarlo. Era el libro, necesitaba escribir una página, y otra y otra más narrando toda la jugada. Aún sudando sacó su boligrafo y sentado en la sucia y quebrada acera empezó a escribir. Como la había visto por primera vez saliendo de aquella lujosa casa, sus rizos castaños que apenas dejaban adivinar esos ojos luminosos, era una estampita perfecta de la jovialidad y la felicidad. Con el corazón aún acelerado pasa otra página y describe como provocó su encuentro, tras indagar concienzudamente en sus horarios. Como la violó salvajemente, destrozó sus ropas y la mató ahogándola con sus propias manos mientras sangraban sus ojos. Este libro traía mucha muerte pero a él le daba la vida. Se levantó y tras asegurarse que el cadaver de la niña estaba tapado recogió pesadamente el hatillo y partió a otra ciudad.
Clark Gable rebuznó:Yo me cago un poco en las críticas
Clark Gable rebuznó:mi profesor dijo que mis últimos relatos eran redondos...![]()
Neutral Malvado rebuznó:He llegado a tiempo de leerlo.
Tampoco está tan mal. El problema es que, más que un relato, parece la típica carta carcelaria de un pederasta que se presenta como un pobre enfermo de apetitos irrefrenables para conseguir la indulgencia del jurado. Se percibe ahí una dosis excesiva de autodesprecio, cuando el narrador nunca tendría que juzgar ni despreciar al protagonista, todo lo contrario, debe justificar la conducta del pederasta tanto como pueda, y no limitándose a lugares comunes hipertrillados del estilo "infancia arrebatada" e "inocencia de los niños" (no me jodas, eso está muy visto).
Revisa también la utilización de la palabra "clítoris", que un clítoris no se penetra.
Venga, quiero la versión definitiva antes de las 9 de la noche. Esmérate, jodido pederasta.
Pasaron unos cuantos años y yo seguía en aquel trabajo que me permitía vivir cómodamente y sin preocupaciones. Parecía una persona completamente normal, con una vida anodina e insulsa, pero pronto comenzaron a cambiar las cosas, frente a mi casa habían construido un colegio. Al principio no me preocupaba, pero cuando comenzaron a corretear las primeras niñas por aquel patio mi vida cambió totalmente. Desde mi ventana las miraba, no entendía porque no podía dejar de mirarlas. Me tocaba mientras veía a los lejos aquellos cuerpos jóvenes, aquellas pieles suaves que me incitaban al mayor de los placeres. Había una niña con coletas y pequitas, era sin duda mi favorita. Me tocaba a diario pensando en ella, mientras mi manos rodeaban aquel cuerpo que se desarrollaba, había descubierto una droga. Soñaba con hacerla mía, con deleitarme con sus besos y sus labios deslizándose por mi pene en estado de erección. No sabia bien si debía seguir con aquella droga o no, pero esta era mas fuerte que yo, y por una extraña razón no podía abandonar aquella nueva adicción. Incluso llegué a pensar mas de una vez que no había nada malo en lo que hacia.
Una tarde, al salir del trabajo, me detuve ante esos barrotes que me separaban de aquel paraíso virgen, lleno de hembras puras y sin corromper. Por mi mente se sucedían pensamientos obscenos con todas las niñas a las que miraba. Finalmente volví en mí y decidí que ya era tarde y tenía que volver a casa.
Pronto las imágenes en mi mente necesitaron hechos, necesitaban hacerse reales. Al salir del trabajo me acercaba a la puerta de aquel colegio, y entre el barullo de crías y con una voluntad férrea en mi empresa, intentaba tocar todo lo que podía de sus pequeños cuerpos. Lo hacia siempre con mucha cautela, aunque no cesaba en mi empeño de disfrutar de ellas. Las madres de las criaturas estaban muy cerca, pero no por ello iba a renunciar al deleite que suponían aquellos cuerpos. Era sin duda el mejor momento del día, cuando entraba en el paraíso que era para mi aquel colegio. Aquellos pechos que comenzaban a formarse, aquellos culos prietos y pequeños, aquellas miradas que desprendían dulzura. Estaba enamorado de aquellas niñas.
Cerca de aquel colegio había un parque donde la mayoría iban a jugar. Yo solía acercarme y sentarme en un banco, mientras contemplaba sus movimientos, sus correteos y sus sonrisas. Eso me excitaba, tanto que a veces no podía controlarlo y metía mi mano por dentro del pantalón, buscando liberar todo el deseo que me poseía.
Esto, junto con las miraditas por la ventana y mis tocamientos a aquellas escolares a la salida del colegio, se convirtieron en mi único motivo para existir. Estas nunca notaron mi presencia en aquel parque, ni tampoco mis sobeteos cuando salían del centro de enseñanza. Era muy sutil y muy precavido, nadie tenia porque saber lo que hacia ni tampoco quería. Durante esos momentos recobraba aquella infancia que me había sido arrebatada y me invadía una sensación de felicidad indescriptible. Pensaba que habría mas gente como yo, que disfrutaría con esto, lo pensaba, y a mi me servia como sustento para seguir haciéndolo.
Estos placeres no levantaron sospecha alguna, pero yo necesitaba más. Observé a las niñas durante un tiempo y finalmente me decanté por una niña rubia de ojos marrones. Ella iba a ser la elegida para ser mi reina. La seguí observando durante algunos días mas, recreándome en su belleza y en su piel tersa y suave. Todas las noches me tocaba pensando en ella, imaginándola desnuda en mi cama. Masturbarme era de momento mi único alivio para toda aquella tensión sexual que se guardaba en mi interior. Las mujeres de mi edad no me interesaban, solo me interesaban ellas, y en concreto ella.
La espié para saber donde vivía y donde podía entablar “conversación” con ella. Me di cuenta de que no vivía muy lejos de aquel parque y que volvía sola a casa. Al descubrir eso me sentí aliviado y envalentonado, estar cerca de ella no sería tan difícil pensé. Un día cuando se fue del parque la seguí. Me puse detrás de ella y aligeré un poco la marcha. De repente, cuando estaba a su lado, le cogí de unos de sus brazos. Ella intentó resistirse y chillar, pero yo ya le había tapado la mano con la boca. Me sentía poderoso y en aquel momento estaba aun mas concienciado de que hacia lo correcto. La llevé hacia un callejón cerrado que había en aquella calle, mientras ella pataleaba y movía las manos. En ese callejón la puse contra la pared, mientras que con una sonrisa en mi rostro restregaba mi cebolleta contra ella. En aquel momento, como en los otros, me invadía la sensación del deber cumplido conmigo mismo. No me ponía trabas ni normas morales, hacia algo que los demás condenaban pero que yo disfrutaba. Era consciente de que ella realmente estaba sufriendo, que la estaba violando y arrebatándole su inocencia, pero en aquel momento solo podía pensar en mi y que lo que imaginaba se estaba haciendo realidad. Por otro lado pensaba que quizás estaba exagerando y que a lo mejor incluso le estaba gustando. Mi propia percepción bastaba en ese momento para justificar el acto que estaba cometiendo.
Como pude me desabroché el botón del pantalón y me bajé el calzoncillo. Mientras le agarraba la boca con una mano para que no chillara, con la otra, lentamente, le bajé las braguitas blancas que llevaba y le remangué aquel vestido tan precioso. De aquella manera y como pude le introduje mi miembro. Mientras hacia eso, primero poco a poco, y después con más violencia, en sus ojos se notaba el dolor, pero yo no podía parar. Le hacia daño, mucho daño, aunque yo en aquel momento pensaba que no, que quizás estaba dramatizando un poco, y de hecho a día de hoy tampoco pienso que lo estuviera pasando del todo mal. Iba a seguir así hasta que lograse acabar el trabajo, pero antes de que pudiera terminar un señor que pasaba por allí vio la escena y corriendo se apresuró para socorrerla.
Extasiado por haber podido cumplir mi sueño no me di cuenta de que aquel señor me estaba apalizando por lo que había hecho, y que la policía estaba de camino. Finalmente la policía llegó al lugar y me detuvieron, mientras yo seguía ajeno a todo. Me llevaron a juicio y me condenaron a veinte años de cárcel por pederastia y violación de menores.
Eskizoide rebuznó:Me llevaron a juicio y me condenaron a veinte años de cárcel por pederastia y violación de menores.
Neutral Malvado rebuznó:Mi conclusión final: Tentativa pseudoliteraria juvenil que versa sobre un protagonista que ni siquiera aprecias y sobre una historia que te la suda olímpicamente. Simple y llano afán de escandalizar. Escribe sobre algo que verdaderamente sientas o hayas vivido. No caigas en esas imposturas, hombre. Y madura de una puta vez.
Eskizoide rebuznó:También agradecería que no os limitarais a decir que es una mierda y que fueráis mas específicos como ha hecho Neutral, ayuda más.
Eskizoide rebuznó:En serio, yo soy un neonato que no sabe y lo asumo gustosamente. Lo que a mi me gustaría ver es a gente como Ruben o al cualquier forero postear algo escrito por ellos mismos(Neutral anímate si quieres). A mi me ha costado mucho ponerlo, no estaba seguro, sobre todo (en realidad había puesto sobre todo junto porque soy un subnormal) porque sabía que me lloverían piedros y me dirían que es una mierda y tal,
A saber cómo serían las otras, pero mira, con la tontería me voy a comprar una Wii.La puerta se cerró tras Natalia. Un instante antes, miró detenidamente el hielo, porque sabía que nunca más lo volvería a ver.
Cuando era pequeña, odiaba la nieve. Recordaba las largas ausencias de su padre y el frío que le acompañaba cuando, creyéndola dormida, se acercaba a su cama a besarla. Siempre se quedaban a esperar que viniera del laboratorio, su madre viéndola jugar con los huskys que holgazaneaban en los días tranquilos, ella durmiéndose en el regazo de lana con botones de mamá. En los días en los que arreciaba la ventisca y las paredes crujían, Natalia entraba en el refugio, se acurrucaba en el sofá a mirar el lejano mundo exterior en la televisión y a sentirse segura en su pequeño universo blanco. Tenía miedo de mirar por la ventana y ver amontonarse aquella maldita nieve que, una vez más, lo cubría todo. ¿Por qué tenía ella que haber nacido allí?
Hasta que cumplió los 13 años, Natalia vivió en tierra de nadie. Siempre le dijeron que era argentina, pero ese país que salía en televisión no se parecía en nada a su mundo. En su mundo las casas eran pequeñas y naranjas, no crecía la hierba donde pastaban las inmensas vacas, no había árboles. Aprendió a leer y escribir con otros 9 niños más en la pequeña escuela Presidente Roca, niños que como ella, eran hijos de las famosas familias del plan antártico de Reorganización Nacional. Por orden del general Jorge Rafael Videla, Argentina debía reclamar posesión de la Antártida por su inmenso valor estratégico y táctico, y por supuesto, para su explotación minera en caso de encontrarse fuentes de energía suficientes; así pues, como acto de afirmación de las pretensiones soberanistas del país sobre la región, fueron enviadas ocho familias civiles para vivir de forma estable en la base antártica Esperanza. Un conjunto de módulos anaranjados de tejados negros fue su hogar durante la infancia. Pingüinos y focas merodeaban por el Fortín Sargento Cabral, indiferentes a los ladridos de los perros que, reemplazados por las modernas motos de nieve, mataban el tiempo persiguiéndolos.
Porque si algo sobraba para un niño en el Fortín, era tiempo. Las eternas ventiscas, con fuerzas cercanas a los 200 km/h, paralizaban toda actividad y obligaban a permanecer en los refugios y esperar a que amainase la tempestad, quizá cinco minutos, quizás horas, hasta que se decidía enviar a los snowcats a modo de taxi privado, una mole naranja y negra de tres por 6 metros, con enormes ruedas oruga triangulares. A pesar de la tormenta, estaban tranquilos y resignados, porque sabían que siempre iban a volver a casa. Leían cuentos, jugaban libremente en el suelo de goma y madera o se sentaban a escuchar cómo el señor Lobato tocaba canciones de Gardel o María Elena Walsh. Siempre que la meteorología era favorable, salían al patio a jugar con la nieve, o hacía excursiones a la pingüinera cercana. Ataviados con los reglamentarios polares con parches e insignias de la base, gruesas botas claveteadas, gafas polarizadas y gorros o capuchas protectoras, jugaban a ser sus padres y excavaban agujeros cilíndricos en la nieve, o en temporada, se acercaban hasta Caleta Choza o Faro Esperanza en barco a ver a las ballenas. Aquellos animales le fascinaban y siempre que podía escapaba con sus padres a contemplar sus evoluciones en el agua, con una mezcla de admiración y respeto: ¿cómo un animal tan enorme podía vivir en el agua? ¿Cómo dormían? ¿Qué cantaban? En las seminoches de ventisca, cuando el vendaval hacía temblar las paredes de su habitación, escuchaba entre los silbidos glaciares el canto de las ballenas, y se sentía segura y resguardada por ellas, que asustaban al viento con sus columnas de agua.
Todos los niños que habían nacido en el Fortín de Base Esperanza eran hijos de científicos o militares. En la base se estudiaban fenómenos sísmicos, geológicos y glaciológicos, biológicos y mareográficos que intentaban explicar tormentas, ayudar a la predicción de terremotos o averiguar el sistema de comunicación de las ballenas para aplicarlo a fines militares. Así, entre un manto de nieve y montañas heladas, Natalia vivió su infancia. Cuando dejó la base antártica Esperanza para ir a la verdadera Argentina, juró nunca volver a ver el hielo. Y cumplió su promesa durante 12 años, hasta que Manuel la llevó a ver las estrellas.
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