Diario de un skin (Invitación a lectura y reflexión)

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4 Ago 2003
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Diario de un Skin –Página 2 de 135
INDICE
Prólogo………………………………………………………………..……11
Capítulo 1. La infiltración………………………………………..….…….15
Capítulo 2. Cabezas rapadas, corazones furiosos……………..……..39
Capítulo 3. El movimiento skinhead en España…………………..……69
Capítulo 4. El enemigo de mi enemigo es mi amigo………………….119
Capítulo 5. Ellas: cuando el skin lleva nombre de mujer……………..137
Capítulo 6. El sonido del odio……………………………………………159
Capítulo 7. Paganos, satánicos y esotéricos…………………………..201
Capítulo 8. El poder de la ira……………………………………………..259
Capítulo 9. Cazadores de hombres……………………………………..281
Epílogo………………………………………………………….……………313
Notas…………………………………………………………………………327
Anexo…………………………………………………………………………335
Anexo documental…………………………………………………………..341
A Santi y Chema por creer que lo imposible puede hacerse. Y a mis compañeros en el equipo de investigación, María,
Eva, Antonio, Alberto, Alfonso y Fernando, que compartieron mis miedos.
Al agente David X., gracias al que, quizás, sigo con vida.
A Arcanus, Lector, Charly, Miguel y los demás… por consentir mis extraños comportamientos y continuar estando ahí.
A Belinda. Sin tu desamor no habría sido posible.

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Prólogo
Sergio y su hermano David bajaron las escaleras del aparcamiento pletóricos de alegría. Su equipo el Futbol Club
Osasuna había perdido por dos a uno, pero la emoción del partido y aquella primera visita a la capital de España
compensaban el esfuerzo del viaje. Además la imponente y colosal grandiosidad del Santiago Bernabeu había
impresionado a los dos jóvenes navarros, disipando el disgusto de la derrota.
Cuando salieron del estadio tras el partido se dirigieron rápidamente al aparcamiento para recoger su coche y enfilar
la autopista del norte. Querían hacer noche en casa y tenían muchos kilómetros por delante. No hablaron con nadie.
No provocaron a nadie. No incitaron de ninguna manera el odio que se estaba gestando contra ellos.
Apenas tuvieron tiempo de descender hasta el primer descanso por aquellas escaleras cuando de pronto David sintió
un potente golpe en la espalda. José Carlos F. uno de los miembros más activos de la peña madridista Ultrassur se
había acercado a ellos sigilosamente, propinando a traición una brutal patada al joven navarro. La bota de José Carlos
se hundió en la columna de David, haciéndole perder el equilibrio y caer de bruces contra la pared de enfrente. La
sangre del joven salpicó el suelo del aparcamiento cuando su ceja derecha se abrió por el golpe.
Casi al mismo tiempo otros tres componentes de Ultrassur se unieron a José Carlos en la feroz agresión.
David no era capaz de comprender lo que ocurría cuando una tormenta de golpes se cebó con su frágil cuerpo. Y
como única defensa posible se acurrucó en el suelo intentando protegerse la cabeza, con las manos, mientras la lluvia
de puñetazos y patadas granizaba sobre él.
Sergio tuvo más suerte. Consiguió esquivar los primeros golpes de los skinheads del Real Madrid y echó a correr en
busca de auxilio, mientras su hermano recibía el odio de los “neonazis” de Ultrassur. Los gritos de socorro de Sergio
resonaron en el aparcamiento subterráneo de la Castellana, provocando un instante de confusión en los cabezas
rapadas, que dudaron entre seguir masacrando a Javier o perseguir a su hermano. Y ese segundo de indecisión tal
vez salvó la vida al joven navarro que, cegado por la sangre que manaba a borbotones de su ceja, oído y labios rotos,
huyó a tientas, guiado tan sólo por su instinto de supervivencia. Tuvo mucha suerte. Por fortuna escapó escaleras
arriba. Si lo hubiese hecho hacia el interior del subterráneo habría sido atrapado por los Ultrasur en un callejón sin
salida y no habría podido escapar.
Subiendo las escaleras de tres en tres consiguió alcanzar la calle, pero allí le esperábamos otro grupo de skinheads y
cuatro o cinco de mis compañeros lo rodearon justo en la esquina de General Perón con Castellana, rematando la
faena iniciada por José Carlos F. De nuevo David procuró salvar su vida acurrucándose en el suelo e intentando que
las patadas y puñetazos no le destrozasen la cara… más de lo imprescindible.
Yo estaba paralizado por el horror. Sabía que si intervenía para proteger a David me delataría como infiltrado, y ni mi
cabeza completamente rapada, ni mi cazadora bomber cubierta de svásticas, ni mis botas militares, me protegerían.
También sabía que al no participar en las palizas estaba comenzando a levantar sospechas entre los skinheads.
Pero, sobre todo, me aterrorizaba pensar que alguno de los neonazis que me rodeaban descubriese la cámara oculta
que, escondida bajo mi bomber, llevaba meses grabando las andanzas reuniones y forma de vida de los skins
españoles Pensé en gritar: “¡Que viene la policía!”, pero mi garganta estaba tan petrificada como todo mi cuerpo. Y no
pude. Ojalá David pueda perdonarme algún día por aquel pánico paralizante.
Gracias a Dios, la paliza duró sólo unos minutos. De pronto, alguien nos advirtió de que coches con matrículas de
Navarra estaban saliendo del aparcamiento y todos corrimos a coger “munición” para apedrearles. El estrépito de los
cristales rotos inundó la Castellana mientras gritábamos: Sieg heil sieg heil.
El odio. Un odio nacional, absurdo e irrefrenable nos embargaba a todos. Nos envolvía, como un banco de espesa
niebla. Nos impregnaba, como el olor del tabaco en la sala de espera de un paritorio. Se nos adhería a la piel, como el
sudor en una sauna. No podías eludirlo. Te empapaba. Yo no entendía de dónde venía. No podía verlo, olerlo ni
tocarlo. Pero estaba allí. Abrazándonos fuertemente y creciendo a medida que duraba la cacería. Aquel odio extraño y
misterioso nos unía a todos los guerreros arios como el vínculo secreto de la hermandad. En aquella cacería como en
todas las demás, lo único que teníamos en común aquellas docenas de jóvenes españoles eran nuestras cabezas
rapadas, nuestra estética neonazi y aquel incomprensible brote de odio que sólo podíamos liberar golpeando, y
apaleando a quien considerábamos «el enemigo 90».
Esa noche «el enemigo» escogido para saciar nuestra sed de violencia no eran travestis ni negros, ni moros, ni
«guarros», ni mendigos, ni «pijos», ni siquiera judíos. Esa noche nuestro secreto aliado, el odio, había escogido un
nuevo manjar para saciar su apetito. Nuestra misión consistía en apedrear, robar y apalear a todos los hinchas del
equipo rival que encontrásemos a nuestro paso. Sin preguntas ni concesiones.

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Así que, envuelto en aquel torbellino de adrenalina, me dejé llevar por la corriente y escuché mí propia voz, como la
de un extraño, maldiciendo a la madre de nuestras víctimas, mientras tomaba una piedra de los jardines de la
Castellana para apedrear a los coches navarros que salían del aparcamiento. Si no fuera porque mi cámara oculta
grabó todo el episodio, a la mañana siguiente creería haber tenido una atroz pesadilla. Tan sólo en esa noche los
componentes de Ultrassur -uno de los muchos grupos neonazis españoles con los que conviviría durante casi un añopropinamos
más de medio centenar de palizas en los alrededores del Santiago Bernabéu. Después de cada paliza
robábamos a nuestras víctimas algún «trofeo». Un «fetiche» que pudiésemos mostrar a nuestros líderes Ocha Alvaro
y Gordo *** como prueba de nuestro valor. Una bufanda, una mochila, un jersey... cualquier prenda hurtada a los
desafortunados que acabábamos de masacrar servía. Y si estaba manchada con la sangre de nuestras víctimas,
mejor.
Pero todo esto ocurría meses después de que hubiese abandonado mi vida habitual para convertirme en uno de los
más activos componentes del movimiento skinhead español... así que tal vez debería comenzar por el principio.
Capítulo 1
La infiltración
“Sólo puedo combatir por lo que amo, amar sólo lo que respeto, y a lo sumo respetar sólo lo que conozco”.
Adolf Hitler -Mi lucha–
Quien esto escribe ha realizado numerosos trabajos de investigación introduciéndose como infiltrado en diversas
organizaciones, desde mafias hasta sectas satánicas pasando por grupos de extrema izquierda o redes de trata de
blancas... Pero nada le resultó tan difícil como introducirse, durante casi un año en la piel de un skinhead.
En todos los casos, según mi experiencia personal, el infiltrado debe seguir un proceso de mutación muy similar al de
un actor cuando prepara un papel. No basta un disfraz un cambio estético; tampoco es suficiente con estudiar el
Fundamento teórico del colectivo que deseamos investigar. Al menos si el objetivo es un grupo potencialmente
peligroso y pretendemos profundizar en el objeto de nuestro estudio y no limitamos a la elaboración de un reportaje
superficial y simplista.
Es factible, y hasta sencillo disfrazarse de heavy metal para introducir la cámara oculta en un concierto clandestino; o
acudir a un barrio marginal para filmar una compra de heroína; o visitar un prostíbulo y entrevistar a hurtadillas a la
esclava sexual de una mafia rusa; o engañar a un traficante de armas para grabar la adquisición de un revólver
ilegal... Pero lo verdaderamente complejo, angustioso y psicológicamente agotador, es asumir la personalidad tan
diferente a la propia durante un periodo largo de tiempo.
En mis trabajos como infiltrado he tenido que adoptar nombres, nacionalidades y aspectos diferentes a los míos en
numerosas ocasiones. Las primeras semanas es relativamente sencillo mantener la concentración que requiere
responder instantáneamente cuando alguien pronuncia el nombre que has adoptado; o reaccionar instintivamente
ante estímulos que se presuponen inherentes a la por personalidad que has asumido, como por ejemplo hacer una
reverencia al cruzar casualmente frente a una mezquita si te estás haciendo pasar por un integrista islámico. Sin
embargo, a medida que transcurren los meses, resulta más y más difícil mantener permanentemente la concentración
que requiere sustentar una mentira. Por eso el infiltrado no debe mentir, o al menos no hacerlo salvo que sea
estrictamente necesario.
Por el contrario, si el objetivo de una infiltración implica más trabajo prolongado, es decir, meses o hasta años dentro
de un grupo ajeno a nuestra naturaleza, debemos cambiar esa naturaleza; si no, lo más probable será que nos
descubran.
Naturalmente quien esto escribe no es un delincuente, ni un proxeneta, ni un sectario, ni un pro-terrorista... ni un nazi.
Pero si lo ha sido mientras permanecía en el seno de cualquiera de esos colectivos. Real, sincero, activo... auténtico.
Sólo de esa forma es posible permanecer durante meses infiltrado. El trabajo de un topo es similar al de un actor, sólo
que en el caso de cometer un error, nadie dice «corten» para repetir la escena. Y un error dentro de ciertos grupos
puede suponer que no haya más escenas. En este tipo de trabajo no hay segundas oportunidades. Por eso es tan
importante que el infiltrado consiga acomodarse lo mejor posible a la nueva personalidad que ha de asumir. En mi
caso busqué en mi interior cualquier punto en común, por pequeño que fuese, con los neonazis. Y no fue sencillo.
Decidí que apoyaría el peso de mi personaje en el amor a la naturaleza y el deporte, el gusto por la música clásica, el
interés por el paganismo y las religiones indoeuropeas y la fascinación por los conceptos de honor, lealtad y
camaradería de los templarios, en los que intentan verse reflejados los actuales neonazis. Pero sabía que eso no

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sería suficiente, así que acudí a todo tipo de triquiñuelas psicológicas para intentar hacer más convincentes mis
reacciones y comentarios ante situaciones imprevistas. Por ejemplo, recordé que una antigua novia mía se había
casado con un cubano de raza negra, y procuré ensuciar mi mente imaginándomela haciendo el amor con aquel
hombre de color, dejando que los celos me poseyesen e imaginando el rostro de aquel cubano en cada varón de color
que me cruzase por la calle a partir de entonces. Sólo así podría disfrazar mis reacciones ante los negros de un
racismo que no siento.
Tal vez parezca una actitud exagerada a ojos del lector. Pero entre leer un relato como éste, y vivir durante casi un
año dentro de la comunidad neonazi hay un abismo. Y el lector nunca sentirá los golpes, puñetazos, patadas o algo
peor, que evidentemente sentiría un periodista descubierto en el seno de la comunidad skinhead, mientras la grababa
con una cámara oculta. Así que toda precaución es poca.
Un periodista infiltrado tiene mucho más que perder ante otro tipo de topos. Si la infiltración es desarrollada por un
funcionario de los cuerpos de seguridad del Estado (Policía, Servicio de Inteligencia, etc.), el riesgo, en caso de ser
detectado, es alto. Pero si es un periodista armado con una cámara oculta, el riesgo se multiplica por mil. En primer
lugar, un grupo presuntamente delictivo sabe que las consecuencias de atentar contra un miembro de las Fuerzas de
Seguridad del Estado pueden ser muy graves; darle una paliza a un periodista, incluso asesinarle, no tendrá la misma
repercusión en el ámbito policial que la agresión a un compañero. Además, un infiltrado que pertenezca a cualquier
cuerpo de seguridad del Estado puede ir armado y, en general, se supone que un periodista no.
Por otro lado, el reportero que trabaja con una cámara oculta lleva adherida a ella una sentencia de muerte.
Evidentemente, si un grupo de narcotraficantes, una banda terrorista, o la mafia, sospecha del topo, puede actuar con
mayor o menor violencia según lo intensas que sean sus sospechas; pero si al cachear al infiltrado le descubren una
cámara oculta, las sospechas se tomarán en seguridad absoluta. Y obrarán en consecuencia.
Periodismo de investigación y cámaras ocultas
Las cámaras ocultas son un instrumento excelente para captar fragmentos de realidad sin adulterar. Congelan
secuencias temporales, en las que todos los datos, actos, reacciones, comentarios y movimientos del objeto de
nuestra investigación quedan fielmente registrados. Pero, en contrapartida, suponen un lastre porque restan
capacidad de movimiento al infiltrado y dividen su concentración, ya que la mayoría de los equipos de grabación que
utilizamos, al menos hasta fecha de hoy, tienen una autonomía de 90 minutos. Pasado ese tiempo, el topo deberá
encontrar un lugar discreto para cambiar las baterías y las cintas de la cámara y renovar sus 90 minutos de vida. Y
doy fe de que, en ciertas circunstancias, resulta muy difícil conseguir que no descubran tu falsa identidad, acordarte
de cambiar las cintas y las baterías y encontrar un lugar donde hacerlo sin levantar sospechas, todo ello a la vez.
Por otro lado, y sin entrar demasiado en detalles que pudiesen perjudicar a mis compañeros, existen básicamente dos
tipos de equipos de grabación con cámara oculta. En primer lugar, están las pequeñas cámaras, alimentadas con una
batería, que envían la señal captada a un emisor de radio. En este caso el infiltrado tan sólo debe transportar en su
cuerpo tres elementos; cámara, batería y transmisor. Estos equipos, al ser mucho más pequeños, tienen la ventaja de
ser más difíciles de descubrir. Sin embargo, presentan la dificultad de que debe existir un equipo de apoyo que siga
de cerca al infiltrado, para poder recibir la señal de radio enviada desde la cámara oculta y grabarla en un
magnetoscopio. Desgraciadamente, si el infiltrado debe penetrar en un sótano, ascensor, etc., la señal suele
deteriorarse hasta el punto de quedar inservible, o simplemente desaparece y no hay imágenes ni sonido que grabar.
La segunda opción es, a día de hoy, más aparatosa. En este caso -y no profundizaré demasiado en los detalles- el
infiltrado debe transportar en su cuerpo la cámara oculta, su batería y el magnetoscopio donde va grabando las
imágenes que capta la cámara. Y como un servidor, dadas las particularidades de su trabajo y su empeño en no
poner en peligro ninguna vida humana, salvo la suya, suele investigar solo, sin equipo de apoyo en la práctica
totalidad de los trabajos de infiltración realizados hasta la fecha, ha utilizado siempre esta segunda opción.
En ambos casos, por un extraño mecanismo de autodefensa de la mente, resulta casi imposible evitar la incómoda
sensación de que nos han descubierto la cámara. Una mirada casual, un gesto brusco, una reacción inesperada por
parte de nuestros objetivos, producen inmediatamente un brinco en el corazón, porque creemos que han descubierto
la cámara. Pero cuando transportamos encima todo el instrumental de grabación completo, sin equipo de apoyo, esa
sensación se multiplica, ya que tememos constantemente que alguno de los cables que rodea nuestro cuerpo se haya
soltado y asome por encima de nuestras ropas; o que el bulto del magnetoscopio o la mochila que transportamos
haya delatado nuestra naturaleza como infiltrados... En suma, el miedo y la tensión son prácticamente constantes. Y
así debe ser. Ya que el miedo nos mantiene alerta, atentos, concentrados. Y estoy convencido de que cuando un
infiltrado pierde el miedo mientras realiza su trabajo, comete un error fatal. De hecho, y aunque la utilización de la
cámara oculta en el periodismo de investigación televisivo es relativamente reciente, ya existen ejemplos dramáticos,
terribles y atroces, de en qué puede desembocar un error en este tipo de reportajes. No puedo evitar mencionar al
menos un ejemplo, el de la desgraciada historia del conocido periodista brasileño Tim Lopes.

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Ocurrió en el verano de 2.002. Tim Lopes se había infiltrado en el ambiente de la prostitución y el narcotráfico
brasileño y terminó abierto en canal por los dirigentes de una mafia que descubrieron su cámara oculta. Cedo la
palabra a los compañeros de El País:
“UN PERIODISTA BRASILEÑO, ASESINADO POR UN "CAPO" CUANDO
REALIZABA UN REPORTAJE”
“La policía brasileña ha confirmado el asesinato del periodista de TV Globo Tim Lopes, de 51 años, que desapareció
hace nueve días en una favela de Río de Janeiro cuando realizaba una investigación sobre el crimen organizado en
torno al narcotráfico. Dos miembros de la banda homicida detenidos el domingo confesaron que el reportero fue
"juzgado y condenado" sumariamente por un tribunal fantoche de delincuentes, tras descubrir que Lopes preparaba
un reportaje. El presidente Femando Henrique Cardoso expresó su indignación en nombre "de todos los brasileños" y
aseguró que este crimen "rebasa todos los límites".
“El asesinato ha conmocionado a la profesión periodística, que hoy siente como nunca la indefensión frente a los
delincuentes. "Es la primera vez que asesinan a un periodista en Río de Janeiro", dice Felipe Werneck, corresponsal
de 0 Estado do Sao Paulo y colega de Lopes. El viernes pasado, una manifestación de compañeros de la víctima,
convocada por sindicatos y asociaciones de prensa, recorrió las calles de Río para exigir mayor eficacia a las
autoridades frente a la violencia y reclamar por el paradero del periodista desaparecido.
“Tim Lopes fue visto por última vez a las ocho de la tarde del pasado 2 de junio por el chófer que le dejó a la entrada
de la favela Vila Cruzeiro, en el llamado Complexo do Alemao, donde viven unas 250.000 personas. La policía
empezó a rastrear la zona al día siguiente. Era la cuarta vez que el veterano reportero visitaba aquel territorio de alto
riesgo y la segunda que lo hacía con una microcámara oculta. Esta vez su objetivo era grabar clandestinamente una
fiesta de música funk, en la que la venta de drogas y la prostitución infantil, con shows de sexo explícito, eran los
protagonistas.
“La luz del aparato grabador alertó a uno de los narcotraficantes, que rápidamente dio la voz de alarma al capo Elias
Pereira da Silva, Elias Maluco, el hombre más buscado por la policía de Río de Janeiro, con dos órdenes de captura
por homicidio y tráfico de estupefacientes. Según la policía, Elias Maluco dirige un ejército de más de 300 hombres
armados y controla la mitad de la droga que se distribuye en Río. Unas 250.000 personas viven bajo su dictado en las
favelas del norte de la ciudad. Hace dos años salió en libertad provisional después de pasar más de tres años preso.
“El jefe de la banda ordenó el traslado del periodista a la favela da Grota, su reducto principal, donde sus secuaces
dispararon a las piernas de la víctima para impedir un intento de fuga. Maniatado y ensangrentado, fue trasladado a
un lugar conocido como Microoridas, donde se realizan las ejecuciones. El macabro tribunal presidido por Elias
Maluco dictó la pena capital. La sentencia la ejecutó, según la confesión de los detenidos, el jefe supremo con una
espada de tipo samurai, que abrió en canal el cuerpo de Tim Lopes. Uno de los participantes en el simulacro de juicio,
conocido como Ratinho, había sido grabado en una ocasión anterior por la cámara oculta del periodista y aparecía en
el reportaje Feria de droga, que emitió la cadena de televisión Globo, y recibió el premio Esso de periodismo
televisivo. El cadáver fue quemado y enterrado en un cementerio clandestino. La policía de Río ha desplegado un
espectacular operativo en busca de los restos del periodista asesinado y un equipo especial de la Policía Federal ha
sido enviado desde Brasilia.”
Supongo que no es necesario que detalle cómo nos sentimos todos los periodistas de investigación cuando se publicó
esta noticia en la prensa internacional, mientras nos encontrábamos infiltrados en algún grupo similar, utilizando
nuestras cámaras ocultas...
En España, afortunadamente, todavia no se han producido sucesos tan terribles. Sin embargo, en varias ocasiones,
periodistas españoles que trabajaban con cámaras ocultas han sido descubiertos, recibiendo brutales palizas, como
aquella ocasión en que mi compañero Diego, reportero curtido en mil batallas, se introdujo en el sórdido mundo de la
prostitución de lujo, siendo interceptado por los vigilantes de un fastuoso prostíbulo andaluz... todavía lleva en su
mano derecha la cicatriz del «tatuaje» que le hizo el proxeneta con su navaja como advertencia. La próxima vez -vino
a decir- te meto la cámara por el culo, y te rajo el cuello en vez de la mano... 0 el caso de Alfonso, que me dio
cobertura en alguna de mis infiltraciones pero a su vez sufrió una brutal paliza a manos de los guardaespaldas de un
conocido cantante español...
O aquellos reporteros de El Mundo-TV que intentaban demostrar, grabando con cámara oculta, que el Real Madrid
cedía entradas al Bernabéu a la peña radical Ultrassur y fueron descubiertos por varios de los que más tarde serían
mis camaradas skinheads. Tardaron meses en recuperarse tanto la reportera como, sobre todo, el reportero de la
paliza propinada por los ultras. Yo tuve más suerte. No sólo pude completar mi infiltración en la peña neonazi hasta
sus últimas consecuencias, sino que salí vivo para contarlo... y grabarlo.

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¿Infiltrarte en los skinheads? ¡Tú estás loco!
Mi experiencia en el periodismo de investigación, como infiltrado, me ha enseñado muchas cosas a lo largo de los
últimos 18 años. Y tuve que echar mano de todas ellas a la hora de construir un personaje, de forma lo
suficientemente convincente como para penetrar en un mundo tan oscuro, siniestro, peligroso y profundamente
desconocido como es el de los skinheads.
No existían precedentes. No se había hecho antes. No existían fuentes periodísticas ni compañeros veteranos que
hubiesen pasado por este trance y a los que pudiese pedir consejo. Ningún reportero en la historia del periodismo
español, ni siquiera las productoras más veteranas en el formato de la investigación con cámara oculta, habían
conseguido introducir a un periodista entre los cabezas rapadas. Y resultó profundamente descorazonador descubrir
que debería comenzar la investigación solo y desde cero, sin poder contar con el consejo o la experiencia de ningún
otro reportero que ya hubiese caminado, aunque sólo fuese parcialmente, la senda que yo estaba a punto de recorrer.
Ya que debía buscar ese consejo y esa experiencia en otros campos ajenos al periodismo, armado de paciencia, me
dispuse a llamar a todas las puertas posibles.
Dicen que para conocer a un objetivo lo mejor es acudir a sus enemigos. Ellos, sin duda, habrán recopilado toda la
información posible sobre su adversario y podrán convertirse en una buena fuente de información, que posteriomente
deberá ser contrastada por mí mismo para comenzar a familiarizarme con el movimiento skinhead. Así que me dirigí a
asociaciones antixenófobas, como el Movimiento Contra la Intolerancia; estamentos policiales, como la Brigada de
Tribus Urbanas del Cuerpo Nacional de Policía; y hasta a servicios secretos israelíes, como el MOSSAD.
Evidentemente, si el mito que rodea a los skinhead era cierto, las víctimas de agresiones racistas, la policía o los
servicios de información judíos deberían tener más información que nadie sobre los neonazis. Y así fue. 0 eso creí.
Porque cuando acudí a estas fuentes recibí muchísima bibliografia, datos y dossieres que me resultaron muy útiles
para familiarizarme con el fenómeno skin y que en aquel momento me parecieron extraordinarios. Sin embargo, eran
informes lejanos, distantes, subjetivos. Reflexiones eruditas de sociólogos o psiquiatras, seguimientos policiales,
informes bancarios, recortes de prensa, atestados de la Guardia Civil, autopsias a víctimas de una agresión neonazi,
dossieres políticos, discografia skin, bibliografía nazi... Pero nada que pudiese hacerme comprender qué es lo que
siente, lo que ama, lo que odia o lo que desea un skinhead. Podía conocer el exterior, pero no el interior de un
cabeza rapada.
En esa montaña de información en la que me sepulté durante semanas, para estudiarla a fondo, no existía nada que
me permitiese entrar en la piel de un neonazi y entender los porqués de su rabia, de su orgullo, de su ira o de sus
sueños. Porque si algo tenía claro es que los skinheads son hijos de mujer. No son entidades diabólicas
sobrenaturales. Nacieron de una madre. Tienen hermanos, amigos, vecinos. Algunos hasta hijos. Fueron niños,
adolescentes y por fin adultos. Comen, duermen, y también sueñan. En otras palabras, son humanos. Con todas sus
consecuencias. Y ése era el terreno que yo quería explorar.
-Tienes razón -me dijo Esteban Ybarra cuando me reuní con él en la sede del Movimiento Contra la Intolerancia, en el
barrio madrileño de Lavapiés-, ya lo decía San Ignacio, conocer al diablo es destruirle. Pero no vas a poder entrar ahí.
Se conocen todos y no van a aceptar a un extraño, y menos que entres tan adentro como para que puedas
comprenderles.
Las palabras de Ybarra, uno de los personajes más odiados por los skinheads españoles, fueron idénticas a las de
otros interlocutores a los que escuché durante la primera fase de esta investigación...
-Ni de coña -Santi B., alma mater del Equipo de Investigación de Atlas, fue muy gráfico-. Olvídate de entenderlos. Ya
tendrás suerte si consigues entrar con ellos en el Bernabéu o en un concierto, y entablar conversación con un
rapadillo que te hable de Ochaita o de Ynestrillas o de cualquiera, y grabarlo. Pero llegar hasta adentro, que tú puedas
hablar personalmente con los líderes y, además, saber por qué hacen lo que hacen... imposible.
Santi fue el inspirador de esta investigación, aplicando la cámara oculta a una infiltración entre los cabezas rapadas,
pero tanto él mismo como Chema B., máximo responsable de los programas de esta productora, me confesarían más
tarde que nadie creía que aquel encargo suicida pudiese llegar a realizarse. Chema llegaría a decirme en su
despacho que en varias ocasiones estuvo a punto de abortar el proyecto, ya que «cada vez que pienso en este tema,
más me parece una auténtica misión imposible».
-Yo no te lo aconsejo -me dijo el inspector-jefe Javier F., jefe del Grupo de Violencia en el Deporte del Cuerpo
Nacional de Policia-. Si te descubren, no creo que te maten... pero una paliza fuerte sí que te la darán, y en una paliza
un golpe mal dado o dos...

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Javier F. fue el responsable de la detención de Ricardo Guerra, el skinhead neonazi que asesinó a Aitor Zabaleta y
que actualmente cumple condena en prisión. Guerra era miembro de Bastión, uno de los grupos nazis pertenecientes
al Frente Atlético, los ultras del Atlético de Madrid.
Todos ellos: policías, periodistas, ONGs, espías, sociólogos, etc., coincidían en el mismo punto: infiltrarse entre los
skinhead es imposible. Pero estaban equivocados. Y existe un policía que lo consiguió, hace ya muchos años. Su
nombre es David y es probable que yo le deba el continuar vivo.
David consiguió infiltrarse durante varios meses en uno de los grupos ultras españoles. Como yo haría
posteriormente, asistió a sus conciertos y a sus mítines políticos, y estuvo con ellos en sus gradas en los estadios.
David, a quien me unió una corriente de simpatía en cuanto fuimos presentados por su superior, probablemente es la
única persona que puede comprender el miedo, la soledad y la angustia que yo viviría en los meses siguientes.
Porque él lo vivió antes.
En nuestras conversaciones, en la intimidad de un café situado frente a su comisaría, encontré lo que no podía hallar
en las montañas de libros, revistas, discos e informes que fui reuniendo durante los preparativos de la investigación.
David los había sentido. Había bailado con el diablo y conservaba el fuego de sus ojos grabado en la memoria.
Creo que era su forma de gesticular al hablar. El brillo de su mirada. Su manera de apretar los dientes al recordar las
consignas neonazis mientras disparaba su brazo derecho en alto. Sieg Heil, Heil Hitler!. Fue él quien me facilitó una
copia de la película ID Identificación, que narra la historia de un policía británico que se infiltra, por orden de sus
superiores, en los hooligans ingleses, hasta el extremo de quedar completamente captado, y terminar convertido en el
skinhead más violento del grupo. Esta película se proyecta a los agentes del Grupo de Violencia en el Deporte que
deben acercarse a las gradas del Bernabéu o del Calderón para lidiar con los ultras neonazis del fútbol español.
Ahora sé que es imposible revolcarse en la mierda sin impregnarse de su olor. Y por mucho que después te frotes
siempre, siempre queda un poso lejano de ese hedor. Supongo que ahora también está en mí. Y si algún día alguien
me pregunta por mi experiencia como skinhead; mis palabras, mis gestos y mis dientes apretados transmitirán la
misma amargura, la misma rabia y la misma fuerza con la que David me narraba sus aventuras con los neonazis.
-Claro que yo tenía tres ventajas sobre ti -terminó diciendo el policía-. Si a mí me hubieran pillado, me hubiese
bastado con identificarme como policía para que no me hicieran nada serio. Todo lo más unas hostias. Además, yo
tenía compañeros policías que sabían dónde estaba en todo momento y tú vas solo. Y en tercer lugar, yo no llevaba
una cámara oculta encima y como a ti te la pillen te la van a hacer comer... así que tú verás dónde te metes...
Pero no lo veía. Lo vi después, al examinar las cintas que iba grabando día a día para minutarlas. Y, con demasiada
frecuencia, era consciente de los riesgos después de haberlos pasado. Existen muchas situaciones, inmortalizadas en
esas cintas, que ahora sé que no volvería a repetir. Pero probablemente es tanta la concentración que inviertes en
recordar el tiempo de vídeo y batería que te queda; en memorizar caras, nombres, matrículas, o en mantener a flor de
piel las consignas, reacciones y actitudes de tu personaje, que no eres consciente de las terribles consecuencias que
podría tener el que descubrieran que les estás grabando con una cámara oculta, en sus reductos más íntimos y
secretos.
Hubo una ocasión en que estuve a punto de comprobarlo. Docenas de skinheads estaban esperándome para darme
una paliza, o algo peor. Alguien me había delatado e iban a darme un escarmiento ejemplar. Sin embargo, por
teléfono eran amables y conciliadores y me invitaban a reunimos en las cercanías del estadio Santiago Bernabéu, sin
darme ninguna pista de que habían descubierto que tenían a un infiltrado. Y si no acudí esa noche a la cita, a mi cita
con algo muy doloroso, fue gracias a la advertencia de David. Uno de sus superiores me había delatado ante los neonazis
que esa noche me estaban esperando para darme una paliza. Gracias al aviso de David, la incomprensible
traición de ese mal nacido que ostenta una inmerecida placa de policía no terminó en una carnicería. Mi carnicería.
Ésta se la guardo. Aunque no voy a rebajarme a su nivel, delatando la identidad de su soplón en La Bodega.
El parto de «El tigre»
Evidentemente, el primer paso para una infiltración es el estudio. El topo debe empollar todos los matices, tendencias
y aspectos del colectivo en el que va a desarrollar la infiltración. En este caso el movimiento skinhead neonazi
español.
Durante tres meses me concentré en leer sus libros, me suscribí -a través de un apartado de correos- a sus fanzines
y revistas. Compré los discos de Estirpe Imperial, Batallón de Castigo, División 250, etc., y memoricé las letras de sus
canciones. Y cada noche, antes de dormirme, releía Mi lucha, de Adolf Hitler. Leer a ese famoso personaje, saber
cuáles fueron sus palabras exactas me producía vértigo. Era como si el Führer me estuviese hablando directamente.
Y supongo que ésa es la misma emoción que puede sentir cualquier joven neonazi al estudiar este libro... por otro
lado bastante aburrido.

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Decoré mi apartamento con banderas nazis, cruces gamadas, pósters y fotografias de Adolf HitIer, y todo tipo de
emblemas del III Reich. Mi propia casa se convirtió en un auténtico templo al Führer. Mientras cocinaba, mientras me
duchaba o mientras hacía la limpieza, dejaba que pasasen en el vídeo los discursos de Goebels, HimmIer o Hess
durante la Segunda Guerra Mundial... Y entre flexiones y abdominales o golpeando el saco de arena que completaba
el pequeño gimnasio improvisado en mi apartamento -los neonazis se caracterizan, entre otras cosas, por su culto a
los músculos y el ejercicio fisico- permitía que me envolviesen los acordes de Iremos a un bar, Caña de España,
Bestias o cualquiera de las canciones emblemáticas de la música nacional socialista (NS) española. Las letras
radicales, los punteos de guitarra y los redobles de percusión de Zetme 88, Toletum o mis «camaradas» de Odal Sieg
se mezclaban con el sudor en cada tabla de gimnasia, empapando mi camiseta y mi conciencia.
¡Al arma, al arma, al arma!. Soy fascista, terror del comunista.
Somos del fascismo componentes.
Luchando por la causa hasta la muerte.
Y golpearemos fuerte fuerte.
Mientras tengamos corazón...
Dejaba que la crispada voz de Eduardo C., líder de Batallón de Castigo, se me incrustase en el cerebro, intentando
que el odio que transmitía su música desarrollase lo más rápidamente posible mi nueva personalidad, como cada
serie de mancuernas debía desarrollar mis bíceps antes de sumergirme entre los cabezas rapadas.
¡Al arma, al arma, al arma!. Soy fascista, terror del anarquista.
Sabemos bien nuestro objetivo, combatir con certeza en la victoria.
Y que no sea sólo por la gloria, sino para alcanzar la libertad...
Escupiendo las gotas de sudor salado que se me metían en la boca y los ojos, repetía una y otra vez las estrofas de
cada canción, memorizando la letra y, sobre todo, la filosofía de vida que reflejaban esos temas.
¡Al arma, al arma, al arma!. Soy fascista, terror del progresista.
Llevaremos la victoria a todas partes.
Porque el coraje no nos faltará.
Y gritaremos siempre fuerte, fuerte, defendemos nuestra libertad...
Claro que, mientras escuchaba por primera vez a Edu en su disco Despierta Ferro, intentando que mi masa muscular
pudiese parecerse, aunque fuese mínimamente, a la de un skinhead ario obsesionado por su superioridad fisica, no
podía ni soñar que cinco meses después compartiría «cacerías humanas» por las calles de Madrid, codo a codo con
los más íntimos camaradas de Edu en Ultrassur, la peña neonazi seguidora del Real Madrid... Por suerte o por desgracia
no pude tratar con el cantante de Batallón de Castigo y miembro de Ultrassur en esas «cacerías humanas», ya
que para entonces se encontraba cumpliendo condena en la prisión de Soto del Real por homicidio...
Pero antes de llegar al contacto personal con los skinheads debía zambullírme en su ideología, revolcarme por sus
postulados, embutirme con sus creencias, empaparme con su filosofia de vida para aparentar ser uno de ellos. Y
durante esos meses fui apartándome de mis relaciones familiares y de mis amistades para continuar exclusivamente
en esta investigación.
Por fin, cuando consideraba -muy erróneamente- que mi formación teórica era suficiente, llegó el momento de
establecer contacto con los cabezas rapadas españoles. Y para ese primer contacto decidí acudir a la vía más rápida,
cómoda y accesible: Internet. Supuse que a través de sus listas de correo y sus chats podría comenzar a
comunicarme con miembros del movimiento neonazi español, sin correr demasiados riesgos en caso de ser
interceptado. Creía que todo lo que habla aprendido en los libros, en las revistas y en los discos era suficiente como
para pasar por un neonazi al otro lado del teclado. Me equivoqué.
Durante tres meses, todos los días (fines de semana incluidos) acudía a un cibercafé, y desde dos de sus
ordenadores me zambullía en el cibernazismo patrio. Naturalmente no utilizaba mi ordenador personal, ya que
cualquier programador medianamente hábil o cualquier hacker aficionado podría localizar la IP (identificación como
usuario de Internet) y, a través de ella, rastrear hasta el número de teléfono desde el cual accedía a la red. Y si
pretendía infiltrarme a fondo en la comunidad nazi no podía dejar pistas tan evidentes.
De esta forma, al filo de la media noche, acudía a mi cita con los guerreros blancos a través de las pantallas de
ordenador y me sumergía en un mundo insólito y profundamente desconocido.
En Internet existen miles de páginas web nazis, aunque sólo algunas de ellas son verdaderamente importantes, ya
que disponen de ciberservicios paralelos, como la posibilidad de obtener una dirección de e-mail personal, darte de
alta en las listas de correo y acceder a los chats; o canales de conversación en directo. Y yo los usé todos.

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Quien esto escribe, como probablemente la mayoría de los lectores, había cometido el error de menospreciar a los
neonazis. Creía que aquellas hordas de descerebrados violentos, primitivos y absurdos, a los que se referían los
artículos de prensa que llevaba semanas estudiando, serían mucho más torpes y fáciles de engañar. No era así.
Todavía no me había concienciado de que el 100 por ciento de los periodistas, escritores u otros «expertos» que
opinaban sobre el movimiento skin no habían conversado personalmente con un cabeza rapada en su vida y se
limitaban a repetir las mismas cosas que habían leído en reportajes, libros o artículos anteriores para añadirlas a los
propios. Prejuicios, tópicos y mitos.
Al principio no duraba ni quince minutos en los chats nazis. Y tardé en aprender las reglas del juego... su juego. Al
entrar en canales de Internet pertenecientes a páginas web como Hispania Gotorum. La censura de la democracia,
Wotan, Resistencia aria, etc., u otros alojados en el IRC-Hispano como Nueva Europa, Nacionalsocialismo, Ultras y
un largo etcétera, me encontré con docenas de nicks (nombres en clave que cada usuario adopta al entrar en la red)
que evidenciaban la ideología de sus propietarios: Hess, Rommel, Skin88, Wotan, Ultrassur, TonySS, Hammskin,
Waffen88, etc. A todos ellos terminaría por conocerlos personalmente meses después; sin embargo, en aquellos
momentos sólo eran un alias. Un desconocido al otro lado de la red.
Tardaría en averiguar que los canales nazis públicos que existen en Internet están llenos de curiosos e infiltrados. Y el
50 por ciento de los usuarios de esos canales son periodistas, policías o, sobre todo, componentes del movimiento
antifascista. Mayormente jóvenes simpatizantes de la izquierda radical, con un marcado odio hacia el movimiento nazi.
Sin embargo, se nos reconocía enseguida y no tardábamos mucho en ser «kikeados» (expulsados temporalmente del
canal), «baneados» (expulsados definitivamente) o «nukeados» (expulsados del IRC).
Los falsos nazis solíamos entrar en el canal y permanecer callados. Sin participar. Esperando a ver qué es lo que
decían entre sí los verdaderos nazis. Buscando una pista, una información o un argumento contra ellos. Y, contra lo
que todos pensábamos, los skinhead no son estúpidos. En cuanto transcurrían unos minutos en los que los recién
llegados no aportaban nada, no participaban, los webmaster o los OPs (moderadores del canal) nos expulsaban del
chat sin ningún miramiento.
Cambié varias veces de nick para volver a entrar, noche tras noche, en los mismos canales hasta que aprendí que
debía participar activamente, así que intenté convertirme en un contertulio dinámico en las cibercharlas nazis. Pero
tampoco funcionó. Apenas tenía tiempo de saludar y sugerir un tema cuando me expulsaban nuevamente, una y otra
vez, de los canales fascistas de la red. Frustrante.
Tardé algunas semanas más en aprender el complejo entramado de claves y contraseñas del submundo nazi
internacional. Por ejemplo, cuando entraba en un canal y alguien decía «88», sólo se me ocurría preguntar
estúpidamente, «¿ochenta y ocho qué?». Kikeado. Cuando me preguntaban mi opinión sobre 18, sólo podía replicar:
«¿Tres por seis?». Baneado. Cuando al entrar en un chat me interrogaban sobre las catorce palabras... preguntaba si
era la letra de alguna canción... Nukeado. Siempre pensé que, si en lugar de encontrarnos en el ciberespacio
estuviese en el mundo real y no supiera responder a esas claves rodeado de neonazis, sus métodos de reprimenda
por mi ignorancia habrían sido mucho más dolorosos que un baneo en la pantalla.
Así, semana a semana, mes a mes, insistiendo una y otra vez y pasando horas y horas en sus canales y páginas web,
comencé a aprender esos códigos secretos. Esas claves y contraseñas sin las que es imposible acceder al mundo
skinhead. Por las 14 palabras se conoce la síntesis del pensamiento racista de David Lane, que todo auténtico
neonazi debe conocer y compartir: «Debemos asegurar la existencia de nuestra raza y un futuro para los niños
blancos.» El número 18 simboliza la primera y la octava letra del alfabeto: A y H, y es una forma en clave de referirse
a Adolf Hitler. Y de la misma forma, el número 88 es un saludo y a la vez firma final. Esos números simbolizan la
octava letra del abecedario repetida dos veces: HH, o lo que es lo mismo Heil Hitler!. La marca comercial Lonsdale
continúa siendo la preferida por los neonazis porque es la única manera de que las letras NSDA (que coinciden con
las del partido NSDAP nazi) puedan exhibirse en Alemania: loNSDAle...
Sería largo resumir las mil y una anécdotas vividas durante los cientos de horas que pasé ante el ordenador, en las
nocturnas ciber-tertulias neonazis. Pero ahí es donde comencé a conocer sus consignas y a descubrir su fraseología.
Y ahí es donde nació Tiger88.
Necesitaba un nick fuerte, enérgico y que, a la vez, pudiese ser identificado rápidamente
con el pseudónimo de un neonazi. Recordé los carros de combate del Africa-Korps
dirigidos por el Zorro del Desierto, lentos pero imparables, y le añadí el saludo en clave
neonazi. Y Tiger88 se convirtió, en pocas semanas más, en uno de los más activos
neonazis de la red. Mis anuncios aparecían en los libros de visitas de todas las web
neonazis, mis mensajes -opinando activamente sobre el sionismo, la inmigración o el

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aborto- abundaban en las listas de correo fascistas y todas las noches, sin faltar una, el nick Tiger88 frecuentaba los
principales chats nazis de la red.
Mi intención era convertir a Tiger88 en un personaje familiar para los neonazis. Generar polémica, para obligarles a
recordar mi nick, y derribar por agotamiento las suspicacias que pudiesen tener los webmaster sobre mis
convicciones neonazis.
Tres meses después, Tiger88 era ya un camarada (así se definen los neofascistas entre ellos) conocido y apreciado
en todas las cibertertulias, en todos los foros y listas de correo y en todas las páginas web neonazis de la red. Y
envalentonado por el éxito de esta primera fase de la infiltración, decidí intentar algo más complejo...
Cada noche, bajo la mirada inquisitiva de los propietarios del cibercafé que frecuentaba (y que no entendían que un
tipo con melenas de hippy tan sólo abriese páginas nazis en sus ordenadores), tomaba notas sobre mis interlocutores.
En un cuaderno empecé a apuntar las reacciones que Hess, Ultrassur, Waffen88 o Rommel tenían ante cada
conversación, ante cada estímulo, ante cada debate. E intenté elaborar un perfil de mis interlocutores buscando sus
puntos flacos. Aspectos vulnerables en su personalidad que me permítiesen trazar un plan para conseguir una
entrevista personal con ellos, o incluso su colaboración.
Finalmente opté por Rommel, nick del que resultó ser un joven barcelonés, de muy buena posición económica y
tradición familiar militar y falangista. Concentré en él todos mis esfuerzos y, a través de conversaciones privadas
desde el canal de Hispania Gothorurn, conseguí convencerle de la necesidad de crear nuestra propia página web.
Rommel era un skinhead auténtico y con conocimientos de informática. Conocido y bien relacionado con los
habituales de la librería Europa en Barcelona y los supervivientes de la extinta CEDADE, suponía que podría ser una
puerta de acceso al movimiento neonazi catalán. Y sabía también que una página web creada por él sería
merecedora del respeto y la confianza de los skinheads españoles en mucha mayor medida que si era un perfecto
desconocido el creador de la misma. La mayor característica de los neonazis es su extrema desconfianza.
Me ocupé de navegar, durante días, en páginas web nazis extranjeras, copiando textos y artículos y grabándolos en
CDs que enviaba por correo a Rommel para que él los editase y colgase en nuestra propia página web. Una página
que, tras pasar todo tipo de filtros y controles, fue incluida en los links de los portales neonazis españoles más
emblemáticos.
Confieso que sentí orgullo, y una peligrosa vanidad, cuando vi que la web que había creado de la nada aparecía como
enlace recomendado en sitios de Internet tan importantes como Hispania Gothorum, Hammeskin, Ultrassur, etc. O
recomendada en diferentes revistas y publicaciones skinheads. Aquello significaba que había conseguido introducir un
pie en el mundo neonazi español; ahora se trataba de que el resto del cuerpo siguiese a ese pie. Pero la red ya se me
estaba quedando pequeña para acoger mis pasos en la infiltración.
De la red a la realidad
A través de Internet contacté con los skinhead y neonazis de todo el país y también del extranjero. Nuestra relación
comenzaba con un encuentro casual en un chat o en una lista de correo y continuaba con un intercambio de emails
primero, para dar paso a cartas y llamadas telefónicas después. Sinceramente, pienso que durante los meses que
duró mi investigación he estado en contacto telefónico, epistolar o personal con todos los grupos skinheads españoles
y la inmensa mayoría de los colectivos neonazis no skins.
Costaba bastante trabajo conseguir que los cabezas rapadas, y los nazis en general, abandonasen la cómoda
clandestinidad que otorga un correo electrónico gratuito, en servidores como Hotmail, Yahoo, o Mixmaíl, muy dificil de
seguir e investigar, para que me diesen su dirección postal. Para ello inventé, a través de nuestra página web, un
servicio de intercambio de libros, revistas y videos neonazis que me ofrecía a enviar gratuitamente a los camaradas
“de confianza” que así me lo solicitasen. De esta forma pude abrir una base de datos donde, día a día, iban creciendo
las informaciones que acompañaban a cada nick fichado en mis visitas a los chats. Nombres, direcciones y teléfonos
empezaban a abundar al lado de mis notas sobre cada uno de mis cibercontertulios: «Le gusta la música Oi!», «lee a
Miguel Serrano», «justifica la violencia», «se define como pagano», «odia más a los negros que a los judíos», etc.
Ellos mismos, a través de sus e-mails, irían orientando la investigación, dirigiendo mis pasos. Y adelantándome, de
alguna manera, las relaciones y pactos secretos entre grupos neonazís, partidos políticos, peñas futbolísticas, firmas
comerciales o bandas musicales que iría descubriendo a medida que avanzase en mis pesquisas. Y es que no deja
de ser curioso que peñas futbolísticas, como la de Brigadas Blanquiazules del Real Club Deportivo Español, fuesen
quienes orientasen mis primeras pesquisas en Madrid y Barcelona, hacia tiendas como DSO o la librería Europa...
Aún no podía ni imaginar hasta qué punto el movimiento skinhead neonazi está infiltrado en el fútbol español. Este
e-mail es sólo un ejemplo:

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Brigadas Blanquiazules Ultras 1985 <briga*****@*****.com>
Para:[email protected] Asunto:[REI Sin título
Saludos
Como verás esta web está dedicada únicamente al RCD Español y a Brigadas Blanquiazules. No obstante se te
puede orientar, si te vas a ir a Madrid dirígete a la tienda D.S.O. También averigua. la dirección de la librería Europa
en Barcelona, C/ Séneca. ESPAÑOL FANS
Ese correo electrónico era tan sólo una premonición. Meses después patrullaría las calles con los ultras neonazis del
Real Madrid o del Español, para propinar palizas a subsaharianos, magrebíes o simples aficionados de peñas
rivales...
Sin embargo, debía fortalecer mi falsa identidad en Internet antes de encararme fisicamente con los cabezas rapadas.
Y para ello desplegué toda mi imaginación y las ocurrencias más insólitas. Supongo que los propietarios del cibercafé
que frecuentaba todas las noches todavía recordarán a aquel joven melenudo que alquilaba no uno, sino dos
ordenadores, para entrar en los canales nazis de Internet. De esta forma, acudiendo a un mismo canal a través de
dos ordenadores distintos, podía utilizar dos nombres diferentes y enzarzarme en acaloradas discusiones en los
chats, que me permitían exponer las ideas o argumentos que reforzasen la que sería mi falsa identidad. En otras
palabras, cuando Tiger88 y, por ejemplo, Panzer18 entraban en un canal nazi podían discutir sobre política, música,
paganismo, etc., exponiendo ideas que transmitiesen a todos los presentes en el canal la convicción de que el tal
Tiger88 era un auténtico camarada ario con las ideas muy claras... Lo que no podían suponer es que detrás de ambos
nicks se encontraba una misma persona, utilizando dos ordenadores a la vez.
Y así transcurrieron tres meses. Era el momento de ir más allá. De dejar la cómoda impunidad de actuar escondido
tras un teclado de ordenador y dar el gran salto. La verdadera infiltración. Llegaba la hora de entrevistarme cara a
cara, en persona, con los neonazis con los que llevaba meses escribiéndome. Y confieso que estaba aterrorizado. Es
fácil «jugar a los infiltrados» protegido por la clandestinidad de un nick anónimo en Internet. La pantalla del ordenador
es un excelente escudo que nos permite envalentonarnos y creer que estamos realizando una brillante investigación
periodística sin correr más riesgo que quedarnos sin monedas para pagar la conexión. Pero otra cosa muy distinta es
enfrentarse a ellos cara a cara. En persona. Sin teclados, ratones ni pantallas. Sin más protección que nuestro
ingenio, nuestra capacidad de improvisación y, sobre todo, grandes dosis de sangre fría.
Estaba claro que mi «ciberdisfraz» fascista no era suficiente para establecer una relación personal y fisica con los
skinheads. No basta con añadir un 88 a tu alias para pasar por neonazi. Así que empecé a acudir a las tiendas,
librerías y comercios especializados en estética y cultura hitlerianas. Lugares como las tiendas Soldiers o DSO en
Madrid.
Allí compraría las botas Doc Martens, las cazadoras bomber, los tirantes, los pins, parches, banderas y demás atrezzo
neonazi con que completar la apariencia física de Tiger88. Lo más complicado fue buscar algún local de tatuajes
donde realizar un tatoo de henna con la imagen de un tigre en mi brazo derecho, para completar el disfraz. Estúpido.
Aquel dibujo resultaba ridículo al lado de los cuerpos completamente tatuados con cruces célticas, esvásticas, runas,
o los rostros de Hitler, Rudolf Hess, etc., que decoraban cada centímetro de piel de mis nuevos amigos... Pero menos
da una piedra.
Las breves y rápidas incursiones en las tiendas y librerías afines a los skinhead me sirvieron para irme familiarizando
con ese mundo secreto. Y, sobre todo, para que ellos se familiarizasen con mi cara.
Así tomé por norma visitar al menos dos veces al mes esos comercios, intentando hacer muchos comentarios -nunca
preguntas sobre el último disco de Avalón, el avance de Le Pen en Francia o el nuevo libro de Miguel Serrano... Ni por
asomo podía soñar que unos meses más tarde yo mismo podría entrevistar (por correo-e) al ex embajador chileno y
máximo ideólogo del hitlerismo actual; o a Ramón B., fundador de CEDADE y su prolongación actual el Círculo de
Estudios Indoeuropeos; o a las féminas del movimiento skinhead, las skingirls, etc., etc., etc.
La estrategia funcionó. Poco a poco mi rostro empezó a resultarles familiar y, con el paso del tiempo, comenzaron a
aceptarme entre ellos hasta el punto de comenzar a invitarme a actos, conferencias o conciertos reservados sólo para
los verdaderos simpatizantes del movimiento. Me quedaba mucho para llegar a integrarme totalmente entre los
skinheads, pero estaba avanzando y aquellas primeras invitaciones sugerían que estaba en el buen camino.
En mis trabajos como infiltrado he tenido que adoptar nombres, nacionalidades y aspectos diferentes a los míos en
numerosas ocasiones. Las primeras semanas es relativamente sencillo mantener la concentración que requiere
responder instantáneamente cuando alguien pronuncia el nombre que has adoptado; o reaccionar instintivamente
ante estímulos que se presuponen inherentes a la personalidad que has asumido, como por ejemplo hacer una
reverencia al cruzar casualmente frente a una mezquita si te estás haciendo pasar por un integrista islámico. Sin
embargo, a medida que transcurren los meses, resulta más y más dificil mantener permanentemente la concentración

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que requiere sustentar una mentira. Por eso el infiltrado no debe mentir, o al menos no hacerlo salvo que sea
estrictamente necesario.
Por el contrario, si el objetivo de una infiltración implica un trabajo prolongado, es decir, meses o hasta años dentro de
un grupo ajeno a nuestra naturaleza, debemos cambiar esa naturaleza; si no, lo más probable será que nos
descubran.
Naturalmente quien esto escribe no es un delincuente, ni un proxeneta, ni un sectario, ni un pro-terrorista... ni un nazi.
Pero si lo ha sido mientras permanecía en el seno de cualquiera de esos colectivos. Real, sincero, activo... auténtico.
Solo de esa forma es posible permanecer durante meses infiltrado. El trabajo de un topo es similar al de un actor, sólo
que en el caso de cometer un error, nadie dice «corten» para repetir la escena. Y un error dentro de ciertos grupos
puede suponer que no haya más escenas. En este tipo de trabajo no hay seguridas oportunidades. Por eso es tan
importante que el infiltrado consiga acomodarse lo mejor posible a la nueva personalidad que ha de asumir. En mi
caso busqué en mi interior cualquier punto en común, por pequeño que fuese, con los neonazis. Y no fue sencillo.
Decidí que apoyaría el peso de mi personaje en el amor a la naturaleza y el deporte, el gusto por la música clásica, el
interés por el paganismo y las religiones indoeuropeas y la fascinación por los conceptos de honor, lealtad y
camaradería.
Capítulo 2
Cabezas rapadas, corazones furiosos
El porvenir de un movimiento depende del fanatismo, y aun de la intolerancia, con que lo exaltan sus
partidarios, exhibiéndolo como el único rumbo acertado y llevándolo adelante en oposición a ideas de
carácter similar.
Adolf Hitler, Mi lucha
Estaba muy nervioso, pero creo que es natural. Me había citado con Rommel -cuyo verdadero nombre era Jordi P.-
muy cerca de la librería Europa, en Barcelona. Era la prueba de fuego. Mi primer encuentro cara a cara con un
skinhead tras los meses de «precalentamiento» en la red y no había forma de saber si pasaría el examen, o algo en
mi actitud, en mi vocabulario o en mi aspecto delataría mi condición de infiltrado.
No tuve ningún problema para identificarlo al primer vistazo en el bar donde habíamos acordado encontramos. Su
cráneo rapado casi al cero, sus anchas patillas y su cazadora bomber eran más elocuentes que una tarjeta de visita.
Aunque en aquella ocasión no calzaba botas militares, sino zapatillas deportivas.
Yo también llevaba una bomber, lo suficientemente decorada con parches y pins como para no dejar ninguna duda
sobre mi ideología. Sin embargo, cubría mi cabeza con un gorro de lana que ocultaba unas largas melenas.
Pretencioso de mí, creía que la infiltración entre los neonazis sería algo muy fácil y rápido. Cometí el mismo error que
cometían los autores de los libros y artículos que había leído y supuse que me enfrentaba a jóvenes de bajo estrato
social, con poco nivel cultural y todavía más ínfima inteligencia. Así que -pensé- para qué voy a cortarme las melenas
que he tardado dos años en conseguir y que habían sido imprescindibles para una infiltración anterior, en un grupo de
diferente naturaleza... Qué temeraria es la ignorancia.
Sin embargo Jordi, con quien había estrechado lazos de camaradería durante semanas, no sospechó nada extraño
aunque no me quitase el gorro de lana durante ninguna de nuestras reuniones. Era invierno y hacía frío, así que el
tocado de mi cabeza no desentonaba en absoluto.
-¿Eres Rommel?
-Sí. ¿Tiger?
Jordi tenía un buen apretón de manos. Fuerte. Enérgico. Sincero. Y miraba a los ojos al estrechar la mano. Yo le
imité. Y supongo que es una circunstancia inherente a toda investigación como infiltrado, pero me esforcé tanto en
adaptar mi personalidad, mi actitud y mi mente a aquel nuevo mundo en el que estaba a punto de sumergirme, que no
pude evitar que una corriente de empatía me embargase al estrechar la mano de aquel neonazi que ahora me miraba
a los ojos sonriente, mientras casi me susurraba al oído un suave Heil HitIer, lo suficientemente audible para mí, pero
no para el resto de los clientes del local.
Jordi, alias Rommel, proviene de una buena familia barcelonesa. Ultraconservadora, ultrafranquista y de ultra-tradición
militar. Estudiante en la universidad, coleccionista de objetos militares alemanes de la Segunda Guerra Mundial y

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miembro de las Brigadas Blanquiazules del Real club Deportivo Español. Amén de un profundo estudioso -y miembrodel
movimiento neonazi en general y de los skinheads en particular.
De su mano, y de sus labios, conocí la historia de los «cabezas rapadas», mientras empapábamos la conversación en
cerveza. Tiene gracia, pero el origen primitivo del movimiento skinhead tenemos que buscarlo entre los jóvenes
jamaicanos, de raza negra, que sintonizaban, con sus artesanales receptores de radio, las emisoras norteamericanas
-como la WINZ- y que a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta emitían los primeros acordes del
Rythm'n Blues.
Al principio era el mod
En aquellos días las bandas jamaicanas de jazz, swing o five comenzaron a incluir en su repertorio musical arreglos
de Rhythmn Blues inspirados en aquel sonido, rescatado de las ondas herzianas norteamericanas. Mas tarde, la
influencia del nuevo ritmo se acentuó, de la mano de los jóvenes negros jamaicanos que regresaban a la isla, tras
haber pasado algún tiempo realizando trabajos eventuales en Estados Unidos como mano de obra barata. No traían
mucho dinero, pero sí gran cantidad de discos que comenzaron a circular por Jamaica, subrayando las nuevas
influencias musicales en los ritmos negros.
En aquella época eran típicos los sound systems (camiones dotados de grandes altavoces y amplificadores que
hacían las veces de «discotecas móviles» y trabajaban normalmente al aire libre), destacando los pertenecientes a los
productores musicales Dodd y Duke Reid.
En 1958 Dodd y Dulce comenzaron a producir sus propias grabaciones, empleando a músicos locales y fundando los
primeros estudios de grabación de la isla: Federal Studios. Estas primeras grabaciones estaban muy influenciadas por
la música tradicional de la isla: el calypso, el mento, etc... Esta mezcla de ritmos fue evolucionando hasta convertirse
en lo que se denominó ska, aunque es dificil precisar quién fue el «inventor» de este estilo musical (muchas fuentes
apuntan al fallecido bajista de los Blue Flames, Cluet Johiason, más conocido como Cluet J.).
También en esta época Duke Reid crea su propia discográfica: Tojan Records; el nombre estaba inspirado en el
apodo que se había ganado (Reid the Tojan) al conducir su sound system, un viejo camión Tojan de 7 toneladas, con
la inscripción «Duke Reid the Tojan King of sounds» en un lateral del mismo.
En esta época, que se sitúa entre 1958 y 1963 y a la que se podría denominar como la primera ola del ska, las
bandas jamaicanas, entre las que sobresalen The Skatalites, se encargaron de que el ska se popularizara y
extendiera por toda la isla. Este ritmo tenía dos características principales: la forma tan enérgica en que se bailaba, y
que sus principales adeptos eran los rude boys o chicos rudos, que no eran muy aceptados por la sociedad debido a
sus contactos con el bajo mundo, sus enfrentamientos con la policía (a consecuencia de los cuales, el Gobierno,
como represalia, ordenó destruir una barriada llamada Shanty Town) y el consumo excesivo de ganja.
Afirman los expertos que el rude boy es el primitivo skinhead, que viste de forma elegante imitando a sus héroes de
las películas de gángsters, como harán poco después los mods -a los que ahora me referiré-, antes de afeitar sus
cabezas y entrar en contacto con partidos políticos de extrema derecha.
En 1962 Jamaica consigue la independencia de Gran Bretaña y se vive una etapa de fiesta en la que musicalmente
se desarrolló el rocksteady proveniente del ska y posteriormente el reggae (la palabra reggue se empezó a utilizar
gracias a la canción de Toots and The Maytals llamada Do the Reggay que, según explicaciones del propio Toots, se
refiere a la regular people, la gente normal de a pie, la gente de la calle, el concepto de clase obrera posteriormente
popularizado por los skinheads).
Durante esta época multitud de jóvenes jamaicanos emigran a Gran Bretaña para conseguir trabajo y con ellos
transportan su música, ya convertidas algunas canciones en auténticos himnos rock, como 007 de Desmond Dekker,
que consiguió colarse en los primeros puestos de las listas inglesas, además de lanzar el fenomeno rudeboy por todo
el continente (menos en España, aquel entonces se bailaba La chica ye-ye).
Aquellos inmigrantes jamaicanos, que llegan a Inglaterra a lo largo de la década de los sesenta, coincidirán en las
calles británicas con otros jóvenes amantes de la música, pertenecientes a otras tribus urbanas. En esa década
prodigiosa el Londres cosmopolita arropaba en sus entrañas a una gran variedad de corrientes culturales: los rockers,
hippies, teddy-boys, mods, hell-angels y otras tribus urbanas se repartían las fidelidades de la juventud británica
cuando se produjo un «cisma» dentro de una de ellas: los mods.
Los mods habían surgido a principios de la década entre los jóvenes de la clase media londinense obsesionados por
la ropa, la música y la violencia. Una expresión de la «cultura» británica hábilmente retratada por Stanley Kubrick en
La naranja mecánica, película de culto para los skinheads de todo el mundo.

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Comenzaron reuniéndose en los cafés del Soho, hasta que pronto surgieron los primeros clubs espe
 
Recuerdo que en mi primera estancia en Madrid, en el parque del Oeste y por allí había avanzadillas de nazis, unos cabronazos, primero te mandaban a uno y el resto venían detrás. Iba una vez con un protoforero y tuvimos una suerte de la hostia; se adelantó un nazi y empezó a chulearnos de malos modos, ya se acercaban los otros para rodearnos pero uno me reconoció "hostia gallego, qué pasa" porque el primer año que llegué a Madrid iba a ver los partidos al Drakkar, el mítico bar de Ultras sur, yo al principio ni sabía que eran nazis, solo pensaba que eran muy madridistas.

Pues eso, uno me reconoció de aquella época, y el pequeñajo del principio empezó a llamar por teléfono y dijo a alguien "no vengáis, no vengáis que los conocemos". De la que nos libramos ese día, la hostia, lo que más recuerdo fue el alivio.

Eran malos con ganas los cabronoides, yo iba con una cami de AC/DC así que hubiera bastado para zurrarnos. A todos los que llevaban camisetas de grupos ya fuera rock, heavy o rap los demoninaban "guarros" (y no mentían) A los hippies "comeflores" o "sandías". Lo de sandía era porque eran "verdes por fuera pero rojos por dentro". También odiaban a los pijos los nazis. Es que odiaban a todos menos a los propios nazis, y aún así ser del Madrid o del Atleti también despertaba odios.

Y luego estaban los sharperos, que eran los nazis de izquierdas, la misma basura o peor. En el Viña rock o cualquier festi desvalijaban tiendas y de todo. Y también odiaban a los hippies, también los llamaban comeflores, los odiaban porque "no combatían el sistema". Vaya fauna

Yo odiaba a los sharperos más que a los nazis, que una vez reventararan un acto en una facultad okupada donde yo iba a hablar de Lovecraft y nos tiraron litronas vacías. Un puto horror. Igual me lo merecía por no luchar contra el sistema.
 
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