cuellopavo
El hombre y la caja
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- 23 Abr 2006
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No se cruzaron sus miradas ni por un instante.
Él se limitó a contemplarla como quien se para frente a un cuadro sin interés una tarde aburrida en un museo. La comparó con un desnudo cubista, más bien de la época azul, pensó en coña, cuando se percató de las marcadas líneas azules de sus muslos. Unas horas antes no pensaba lo mismo, la encontró atractiva a pesar de que ya estaba entrando en años, y desde el primer momento supo que de una manera u otra iban a acabar en la cama.
Necesito tu amor, le dijo casi en silencio cuando lo tuvo suficientemente cerca, y a él aquellas palabras lo enredaron, y le parecieron deliciosas.
Por eso se dejó ir cuando ella tiró de él, cuando lo desnudó impaciente y, sin tiempo a ningún juego, ya la teñía encima gritando, blasfemando, suspirando largamente. Lo cogió tan frío que se limitó a contemplarla, a dejarla hacer.
Por la poca luz que entraba a través de la cortina de encaje pudo distinguir un pequeño cuadro donde en letras doradas pudo leer "este es un hogar cristiano", al lado de una foto de boda en blanco y negro. En el otro lado de la habitación, entre el armario y la pared, un inmenso crucifijo se confundía ya con la casi total oscuridad. Fue entonces cuando descubrió que no estaban solos, alguien los observaba desde el rincón más oscuro de la habitación. Con un gesto de sorpresa intentó zafarse, ella comprendió mirando hacia atrás, lo detuvo con una mano en su pecho y haciendo con la otra un gesto de silencio, le dijo, - tranquilo, es mi marido -.
En aquel rincón oscuro, sentado en la silla destinada a la ropa, contemplaba sin ver como su mujer gozaba con el último de sus amantes. A través de sus ojos las imágenes traspasaban la retina sin ningún significado, para juntarse, en el fondo de su mente dañada, en un mar de recuerdos, situaciones, y experiencias que de vez en cuando encontraban un sentido; esta vez produjeron una lágrima, que dudando cayó lentamente hasta encontrar una pequeña ranura en sus labios.
- Está tonto, no ves que ni se entera de lo que esta mirando; y cogiendo una prenda de ropa la lanzo hacia él con tan buena puntería que quedó colgada de una de las patillas de las gafas de aquel hombre.
Eso le pareció de lo más cruel, y cuando iba a pedirle que por favor lo dejase; el viejo se levantó de repente, y empezó a gritar señalando algún punto perdido en el blanco de la pared.
-Ya te lo dije... Desgraciado... Corriendo en pelotas... Desgraciado... Sólo te pasa a ti…
Sentía su corazón saltándole encima del pecho, curiosamente acompañando el frenético ritmo de las embestidas de aquella mujer que gritando le pedía por dios que no parara... El viejo también gritaba y sus babas le salpicaban en la cara y en el pecho. Ya no sabia que hacer, y permaneció en silencio, ocultándose, pasando desapercibido en un contexto tan grotesco, y pensó en correrse, acabar con aquella situación de una vez, y se concentró en eso mientras miraba la foto de comunión de un chaval sonriente y cabezón encima de la mesilla.
Cuando llegó el momento se levantó sin hablar y recogió presuroso la ropa en su camino al baño. No se atrevió ni a encender la luz, se vistió y, sin despedirse, salió a la calle donde sintió el frío ya de la tarde noche. Entonces se dio cuenta que aquella no era la camiseta que él llevaba. Pues ahora no vuelvo, pensó, y con paso acelerado buscó la estación de metro más cercana. Una vez allí abordó el primer tren. Ocupaba su mente arrepintiéndose, como un domingo de mañana después de una larga borrachera, hasta que comenzó a sentir como alguna gente lo miraba tristemente y otra se apartaba, mientras leían la inscripción de su camiseta. Miró hacia abajo y como pudo leyó: soy un retardado, si me encuentra sólo acuda al policía más cercano.
Por segunda vez en el día cubrió su rostro con las manos, pensando que en realidad merecía aquella camiseta; y para si y entre los dedos susurró: desgraciado... corriendo en pelotas... solo te pasa a ti...
Él se limitó a contemplarla como quien se para frente a un cuadro sin interés una tarde aburrida en un museo. La comparó con un desnudo cubista, más bien de la época azul, pensó en coña, cuando se percató de las marcadas líneas azules de sus muslos. Unas horas antes no pensaba lo mismo, la encontró atractiva a pesar de que ya estaba entrando en años, y desde el primer momento supo que de una manera u otra iban a acabar en la cama.
Necesito tu amor, le dijo casi en silencio cuando lo tuvo suficientemente cerca, y a él aquellas palabras lo enredaron, y le parecieron deliciosas.
Por eso se dejó ir cuando ella tiró de él, cuando lo desnudó impaciente y, sin tiempo a ningún juego, ya la teñía encima gritando, blasfemando, suspirando largamente. Lo cogió tan frío que se limitó a contemplarla, a dejarla hacer.
Por la poca luz que entraba a través de la cortina de encaje pudo distinguir un pequeño cuadro donde en letras doradas pudo leer "este es un hogar cristiano", al lado de una foto de boda en blanco y negro. En el otro lado de la habitación, entre el armario y la pared, un inmenso crucifijo se confundía ya con la casi total oscuridad. Fue entonces cuando descubrió que no estaban solos, alguien los observaba desde el rincón más oscuro de la habitación. Con un gesto de sorpresa intentó zafarse, ella comprendió mirando hacia atrás, lo detuvo con una mano en su pecho y haciendo con la otra un gesto de silencio, le dijo, - tranquilo, es mi marido -.
En aquel rincón oscuro, sentado en la silla destinada a la ropa, contemplaba sin ver como su mujer gozaba con el último de sus amantes. A través de sus ojos las imágenes traspasaban la retina sin ningún significado, para juntarse, en el fondo de su mente dañada, en un mar de recuerdos, situaciones, y experiencias que de vez en cuando encontraban un sentido; esta vez produjeron una lágrima, que dudando cayó lentamente hasta encontrar una pequeña ranura en sus labios.
- Está tonto, no ves que ni se entera de lo que esta mirando; y cogiendo una prenda de ropa la lanzo hacia él con tan buena puntería que quedó colgada de una de las patillas de las gafas de aquel hombre.
Eso le pareció de lo más cruel, y cuando iba a pedirle que por favor lo dejase; el viejo se levantó de repente, y empezó a gritar señalando algún punto perdido en el blanco de la pared.
-Ya te lo dije... Desgraciado... Corriendo en pelotas... Desgraciado... Sólo te pasa a ti…
Sentía su corazón saltándole encima del pecho, curiosamente acompañando el frenético ritmo de las embestidas de aquella mujer que gritando le pedía por dios que no parara... El viejo también gritaba y sus babas le salpicaban en la cara y en el pecho. Ya no sabia que hacer, y permaneció en silencio, ocultándose, pasando desapercibido en un contexto tan grotesco, y pensó en correrse, acabar con aquella situación de una vez, y se concentró en eso mientras miraba la foto de comunión de un chaval sonriente y cabezón encima de la mesilla.
Cuando llegó el momento se levantó sin hablar y recogió presuroso la ropa en su camino al baño. No se atrevió ni a encender la luz, se vistió y, sin despedirse, salió a la calle donde sintió el frío ya de la tarde noche. Entonces se dio cuenta que aquella no era la camiseta que él llevaba. Pues ahora no vuelvo, pensó, y con paso acelerado buscó la estación de metro más cercana. Una vez allí abordó el primer tren. Ocupaba su mente arrepintiéndose, como un domingo de mañana después de una larga borrachera, hasta que comenzó a sentir como alguna gente lo miraba tristemente y otra se apartaba, mientras leían la inscripción de su camiseta. Miró hacia abajo y como pudo leyó: soy un retardado, si me encuentra sólo acuda al policía más cercano.
Por segunda vez en el día cubrió su rostro con las manos, pensando que en realidad merecía aquella camiseta; y para si y entre los dedos susurró: desgraciado... corriendo en pelotas... solo te pasa a ti...