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Existia, hace mucho tiempo, un gran hombre que gobernaba la pacifica villa de Fauchaux. Mas o menos todo el mundo se respetaba, al amparo del poder del Mariscalr y de sus ministros, fieles donde los haya.
El Mariscal, al ver que su pueblo era apacible y amigable, dio un discurso en la gran plaza de la villa:
Queridos habitantes, desde hace un tiempo a esta parte, habeis demostrado ser capaces de comportaros. Algunos habeis hablado mas altos que otros, pero yo os daré la libertad que tanto deseais, porque sois libres de decir lo que querais
Los habitantes abandonaron la plaza muy contentos.
A los pocos dias, empezaron a ser mas sinceros entre ellos, y con ellos. La gente dejaba las cosas claras y no se dejaba amedrentar. Eran libres y ejercian su libertad.
Pero las verdades tambien llegan a los tronos mejor tallados, y pronto injurias y verdades sobre el Mariscal se entremezclaron.
Al principio el los aguantaba y replicaba,pero pronto se canso y arrebató a los individuos su libertad de expresión, con un pronunciamiento:
Hijos mios, yo os dí la libertad en mi reino, pero ser libres no siempre es bueno, sobre todo cuando atañe a mi persona. Olvidaos de vuestra libertad, sereis apaleados y expulsados de mi tierra si hablais de mi.
Restituida la censura, nadie podría hablar mal... incluso aunque no se hablase del Mariscal, fariseos y judios censuraban los comentarios.
los mariscales siempre utilizan su poder y gracia en su beneficio, nadie es lo suficientemente valiente. El poder es el amparo de los mediocres
tigre-2000