Hace un par de meses echaron en La Primera una magnífica, cursi y pretenciosa historia de desamor. Pero sobre todo una lección fantástica para todos los creyentes. El mensaje, por encima de cualquier otra circunstancia, es directo y devastador: cuando alguien te dice que no cree en el amor, que no busca nada serio, te está diciendo en realidad que no cree en el amor CONTIGO, que no busca nada serio JUNTO A TI. Todos buscan y buscamos el amor. Lo saben y lo siente los renegados, los misóginos, los que rastrean falos en los empalagosos excusados de las gasolineras y las meretrices cocainómanas de 30 euros el servicio. No tener ninguna posibilidad y observar sólo sus perjuicios no nos librará del malo. No es una decisión, es un instinto, un destino, una vocación irreductible. Queramos o no, el amor y los mecanismos que lo desencadenan gobiernan y deciden por encima de nuestra voluntad. El sistema límbico, o el hipotálamo o el neocortex, no hay que ser preciso con la ciencia, y los torrentes de oxitocina y dopamina, van a hacer su trabajo desdeñando nuestros elevados y razonables principios. Amamos en contra de nuestra voluntad y nuestro beneficio. Amamos camino de los abismos y del infierno. Amamos porque no somos otra cosa que homínidos exquisitos y poéticos que hemos hecho del acto reproductivo una liturgia alambicada. Si, amigos, el amor es un ladrillo de Redivictor.
Durante varios días me sentí desazonado. Hacía tiempo que un película no se filtraba hasta el árido desván de mis cicatrices. El dolor del protagonista había sido mi dolor.Las viejas heridas reverdecieron, recuperaron su brío y su acidez. Recordaba aquellos desastres amorosos, aquellos retiradas humillantes, desarmado, vencido, entregando mi dignidad y mi esperanza a mujeres que no me correspondían. Yo si que creían en el amor y si lo que buscaba a su lado. Pero mi papel era siempre el mismo, perder a la chica, perder perder los nervios, desesperarme y estrellarme en intentos imposibles. Luego los años pasan y el tiempo confirma que todo es ridículo y prescindible. Los pronósticos mejoran, las previsiones se dulcifican y los augures confirman que las señales vaticinan un espléndido y laureado horizonte.Pero hay que pasar el duelo, sufrirlo consciente y vívidamente y aquella historia iba de como purgar la pena, aceptar la derrota y seguir el camino con la barbilla erecta. Todo acaba bien y los antiguos amantes se perdonan y se desean lo mejor. El final elude las masacres y los rencores y no cierra con verdad y dignidad una historia que hasta la recta final merecía un notable alto.
Yo siempre he hecho apología de la catástrofe, siempre he pesando que la única forma de superar un amor es caminando sobre sus ruinas, que las cenizas son siempre genésicas y balsámicas, que lo peor que puedes tener de una persona que no te correspondió es buenos recuerdos y demasiada consideración. Al Minotauro hay que matarlo, y el desamor sólo sale con rencor. No es bueno ni práctico ser demasiado civilizado en estas cuestiones de los despechos amorosos. Hay que odiar, sin violencia, pero recreándose en las consecuencias, descabalgando al ídolo, cobrándose su aúrea cobertura y rebozándolo en excrementos. Por eso la inquietud y la trémula turbación al terminar la película. Porque todo es neutral y bienintencionado. No hay amagos alarmantes, no hay indicios de enajenaciones transitorias, sólo algo de alcohol y un mal afeitado. El desamor como una resaca y hemorroides. Sufrir en silencio y legañas. No estoy de acuerdo, el amor hay que sufrirlo, para dejarlo atrás, a voces, con algaradas, amenazas y actos vergonzantes que nos pongan la cara roja cada vez que los recordamos, exactamente la misma sensación que nos queda si tenemos la mala idea de releer lo que escribimos en este sacrosanto Foro años atrás.
Esto es todo. Un besito y buenas noches.