La semana pasada fui a pasar unos días a la costa a coger bronce y de paso ver a un amigo y su señora, que estaban por la zona. Casualidades de la vida, también me encontré con un antiguo ligue de tiempos más mozos. Así, los cuatro, fuimos de terracita en terracita regando con vodka el feliz encuentro, hasta que la pareja se retiró a hacer sus cosas y yo acabé con la muchacha en la playa. Like old times.
Like old times, pero no, porque los años no perdonan, y que triste ¡ay que triste manuela! es cuando compruebas que la chica, que ya ha cruzado esa delicada barrera de los 30, aún sigue buscando al príncipe azul que la rescate de su mustia existencia de profesora de secundaria.
Así, a la mañana siguiente, marchando yo por la tarde, me dice:
- Estaré aquí hasta el día 12. ¿Cuando vas a volver? Estaría bien que volvieras antes de que me fuera.
Al poco llaman a la puerta de casa y cuando abro allí está ella, que me entrega en mano un papelito doblado en cuatro (y encima con cuadritos, ¿qué tenemos, quince años?) y añade:
- Te dejo mi correo electrónico y mi número de teléfono. Como aquí no tengo internec, si quieres puedes llamarme para decirme si vienes.
Después de comer me la cruzo, charlamos un rato - yo ya con ciertos síntomas de agobio - y le digo que no me puedo entretener más, que tengo que dejar la casa en condiciones y hacer el equipaje.
- Si quieres subo a tu casa y te ayudo a hacer la maleta.
Y me diréis, joder Spade, pues haberle dado paso y que te hubiera hecho una succión rápida a ritmo de
allegro, así te ibas de regreso con el depósito vacío. Pero es que a mi el aroma de la desesperación me corta el rollo de forma radical, me estaré amariconando o algo, pero eso de notar los tentáculos alrededor del cuello me la deja más marchita que a pispis en su estado natural.
Pero siempre que acabo con chicas de mi edad,
Termino con problemas, con bastantes problemas,
Demasiados problemas de identidad.
Dubi duba.