El sábado por la noche una tía me llamó maricón de mierda a la cara, por no querer acostarme con ella. Fue al despedirnos, en el rellano de su casa. Nos habíamos enrollado en su sofá y de repente mi cabeza se fue muy lejos de allí, la besaba por inercia. No sabía qué decir, era evidente que algo pasaba. Me hubiera gustado decirle, eh, eres una chica maja, me caes bien, podríamos ir a comer por el centro, pero mejor no follemos, no mandemos esto a la mierda, ni siquiera tengo ganas de follar.
Al final le dije que no quería acostarme con ella porque no me había duchado.
Me quitó la camiseta y me olió bajo el brazo, como lo cuento. Bueno, lo intentó, porque al acercarse a mí yo me alejé. No hueles, no pasa nada, me dijo. Era surrealista, empecé a reírme y ella se puso más tensa. Me besaba el cuello y gemía débilmente. Era bastante cómico. No estás, me decía. Y es verdad, no estaba, era una mierda. Vi un Trivial sobre un mueble y me levanté a cogerlo, pensé en abrirlo, coger una tarjeta y preguntarle cualquier cosa. Cuando abrí la caja no había más que restos de marihuana. Se me quedó cara de idiota. ¿Qué haces? No, nada, pensaba preguntarte algo. Me voy al balcón. Me abraza por detrás. Luego se pone delante de mí y me coge las manos para ponerlas en sus tetas. Inútil. Nos habíamos visto un par de veces en los últimos diez días, una de sus compañeras de piso nos hizo dar el paso. No conoces a las mujeres, me dice. Le respondo que no a todas. No ríe. Le dijo que mejor me voy. No, tú no te vas. Asiento con la cabeza, serio. No puede ser, dice. Me dirijo a la puerta pensando en lo que estoy haciendo, pensando en que no volveremos a quedar. A punto de subir al ascensor la miro y decido no darle un beso de despedida. Mañana te veo, le digo, porque he quedado con su amiga para tomar algo. Yo no quedo con maricones de mierda, me dice. Pega un portazo y vuelvo a reírme, sólo un poco, un poco solo.
Llevo un puto año así, sin nada que pese más que una pluma. Y estoy aburrido de cojones.