Un brasero normal y corriente, ¿en palacio no teníais? No te jode este ahora.
Nunca había visto uno de estos. Es efectivamente un brasero eléctrico, de las mismas hechuras que los que se ponían debajo de las mesas camilla. Mis abuelos tenían una botella de esas azules pequeñas que no sé si sería butano, propano o qué. El caso es que la prendían y la metían deabajo de la mesa. Creo recordar que la llama quedaba sofocada por una especie de capucha o algo. Encendías el bicho ese y te tapabas con los faldones de la mesa y ya podías ver calentito la película de Paco Martínez Soria.
Eso era vida.
Siempre ha excitado mi imaginación pensar en cómo sería la vida en mi pueblo antes del éxodo rural. Las casas viejas me cuentan historias de los que vivieron y murieron en ella y es mi alma la que escucha. Mi madre cuenta sus viejas historias, mil veces repetidas, y cuando estoy de humor aprecio los matices que transportan a una época pretérita, irrecuperable y sobre todo hermosa, pues fueron vividas por una niña que después se hizo mujer y parió a la extraña persona que ahora os escribe.
Por ejemplo, un borracho de la calle de mis abuelos: Donato. Las mujeres que vivían en esa calle se sentaban a coser al sol por la tarde. Cuando Donato aparecía por la esquina, tambaleándose debido a la toxicidad del vino que ingería si conocimiento, su mujer recogía su silla y se metía en su casa. Lo que ocurría dentro se puede conjeturar: abusos y humillaciones de toda clase que la mujer tenía que sufrir. Donato acabó muriendo de una borrachera, imagino que por coma etílico, pero en el pueblo se decía que había sido de perplejía.
¡Perplejía! Una palabra que retumbaba con fuerza dentro de las cabezas de esas personas iletradas y rústicas. Eso, eso es lo que me apasiona. Mi madre cuenta que la tasca a la que iban los borrachos a cargar era la de Benjazmin. Nótese la z infija. En la puerta de la bodega había colgada una cepa, lo que evoca el auspicio si no de Baco, del mismísimo Dionisios.
Qué bonito todo.