Lo de croqueta, si yo lo he entendido, es algo así como echarle una cucharada de azúcar al café. Yo lo bebo solo y sin azúcar, porque me gusta levantarme por la mañana y sentir desde el principio lo puta, amarga y asquerosa que es mi existencia. Un día me pudo la sensiblería y le eché un poco de azúcar al café, pero se conoce que de estar tanto tiempo abierto el paquete, además de aterronado como una piedra, se ve que también con el tiempo amarga o se pone rancia. El caso es que fue como echar gasolina al fuego. Además me gusta el café solo porque no he terminado de beberme ese brebaje del demonio y ya me estoy retorciendo en la silla y apretando el culo para no cagarme encima. Porque yo soy muy mío y me gusta cagar en casa, y de buena mañana. Salir de casa cagado y desfogado.
Pero respeto a las personas como Croqueta que han triunfado en la vida y no tienen que torturarse todas las mañanas con café solo amargo. Su vida es agradable y no veo ningún problema en echarle un chorrito de leche Pascual al café de la cafetera Nespresso y después una cucharadita de azúcar. ¿Por qué no? Yo si fuese Croqueta también lo haría. Y ya puestos, si tengo a mi lado a una churri guapa y to buena, como yo, por qué no hacerla unos arrumacos de buena mañana. Es que es lo suyo, han dormido en un colchón biscolatex de esos estrenado por ellos, sábanas limpias y con olor a suavizante, un climatizador que mantiene siempre una temperatura constante y agradable en el pisazo de nueva construcción, un pijama de algodón, unas vistas agradables a un bulevar de una zona tranquila de una ciudad dormitorio, el trabajo será como siempre, poco estresante, el coche en el garaje que aún huele a nuevo, todo, joder, todo está pensado y preparado para permitirse ese terroncito de azúcar en el primer café del día y esos mimitos.
No pretendamos que Croqueta se quite el azúcar, pero que tampoco él pretenda que los demás lo echemos.