Hombre, ya le digo, señor Eater. Las cinco o seis furcias que salen en el vidrio están para darles pero bien, y la que hace amago de escupirle a la otra al principio, que encima tiene 18 años, parece ser la más cerda de todas. El plan sería quedar con todas ellas ustec, el señor Kramer (que también se las trae) y yo. Reservar habitación en la pensión más cucarachera y llena de desconchones que hubiese y llevar un bolsón de cinco gramos. Alcoholol del bueno a espuertas y mucho tabaco que no faltase tampoco. Les quitaríamos la ropa de mala manera y e empellones mientras las insultamos a gritos, las pondríamos de rodillas una vez despelotadas en torno a una mesita baja de cristal donde volcaríamos el contenido del bolsón, les daríamos un billete de 5 euros enrollao como turulo (así las degradamos visualmente a la categoría de putas reputas diputadas de las baratas) y nos dispondríamos a su vez alrededor de ellas con el nabo en la mano; uno sentado, el otro de pie, a nuestra bola, mientras las miramos meterse lonchas como barras de chope.
Ya inmersos en esa escena, iríamos dando tragos de priva para bajar el moco amargo de la coca en la garganta, les escupiríamos a placer entre improperios los cuales no cesarían en ningún momento desde el principio, y cuando se nos secara la boca, pues más priva, así, en bucle; ah, y fumando como carreteros, por supuesto, así el ambiente estaría aún más viciado. En cuanto empezasen a comportarse como unas enloquecidas, chillando, diciendo estupideces y salvajadas fruto de las raias, más escupitajos, tirones de pelo y humillaciones varias. Nos comerían el culo a los tres y, como también habríamos esnifado lo nuestro, tendríamos el sistema digestivo to revolucionao, lo cual nos facilitaría el tirarnos unos buenos peos sonoros en sus caras de fulana mientras gruñimos de gusto por el alivio intestinal y por la pura perversión.
Luego, todas al suelo en pompa, con los culos bien aupados para facilitar que las azotemos cruelmente con cinturones, con toallas enrrolladas y mojadas que habríamos trincado del baño o a mano abierta. Mientras chillan, nosotros las eclipsaríamos en potencia de sonido proliferando loas y consignas foriles, con la cara desencajada y regurgitando (sonido bastante asqueroso también) la poca saliva que tengamos en la garganta en ese momento por los tres gramos más o menos que llevaríamos ya consumidos. Todo ello, con el carajo duro como un cuerno gracias a la Viagra y media por barba que nos habríamos metido.
Después de corrernos en sus putas caras con los ojos abiertos y en el pelo, pasarían todas al baño y se pondrían de rodillas dentro de la bañera con el boquino abierto en plan polluelos pidiendo papeo en un nido. Entre el señor Eater y el señor Kramer echarían a suerte quién sería el primero en vaciarles la vejiga en la boca, pero sin desperdiciar la meada. Les irían lanzando chorro a chorro la cantidad justa para llenar la boca de una (situada en una de las dos esquinas), esta se lo pasaría todo a la de al lado y así hasta llegar a la última, que por supuesto se lo tragaría; una vez completado el recorrido se volvería a empezar en sentido inverso. Yo me reservo para el último, porque habría más posibilidades de que las puercas ya estuviesen saturadas de sabo y meao, es decir, comenzarían las caras de asco y las arcadas, o dicho de otro modo, sería mi momento cumbre. Procuraría aguantarme las ganas de mear todo lo posible, para asín, asegurarme de tardar unos buenos minutos en terminar de soltar hasta la última gota. Por supuesto, un colofón final de categoría sería que al menos una de ellas echase hasta la primera papilla.
Ya exhaustos, nos haríamos un par de porros y comentaríamos la jugada mientras revisamos las fotos y vidrios que por supuesto habríamos realizado. Mientras tanto, ellas se ducharían, se vestirían y se despedirían de nosotros, que les diríamos adiós con un cumplido personalizado a cada una de ellas. "Adios, puta de mierda", "vete de aquí, asquerosa", "venga, al carajo, chupapollas".
Al poco rato, los tres aquí con la máxima diligencia a contarlo todo.