pablis rebuznó:
Piensa que no se trata de ganar una guerra al modo tradicional en la que se enfrentan dos ejercitos (si así fuera EEUU la ganaria en 5 minutos tirando por lo alto) sino de estabilizar una zona y mantener bajo tu control puntos estrategicos con ataques diarios de grupos radicales a modo guerrillas que muchas veces se confunden con la población. Esto les acasiona un goteo constante de perdidas humanas, un gasto continuo en mantener a esas tropas tan lejos del hogar y sobre todo una desmoralizacion en la ciudadania de EEUU y en su propio ejercito al ver que están metidos en una ratonera que no les lleva a ningún sitio.
No deja de ser cierto que la guerrilla es uno de los medios más eficaces para fragmentar cualquier ocupación. La famosa
úlcera española de Napoleón, tuvo en esta guerra a pequeña escala uno de su pilares, mitificado sin duda, pues fue finalmente los ejércitos regulares los que los acabaron con la dictadura del corso. La guerra ha cambiado, y ahora ya no es un combate de pesos pesados,donde gana el más fuerte, sino un ejercicio de fe, de resistencia y de tener una buena causa a la que dedicarla un ejército de fanáticos.
El problema del ataque de impotencia del Imperio de nuestro tiempo, es sobre todo social y tecnológico. La guerra siempre ha exigido dispendios inasumibles, las bancarrotas de los Austrias son el ejemplo más cercano que tenemos, pero lo que antes se resolvía levantando un muro y surtiendo de flechas a los arqueros, hoy requiere miles de millones en ingeniera de alto coste y precisión robótica. Una trinchera es un asunto mecánico, que no precisa más que pico y pala y carne de cañón. Sin embargo, un escudo antimisiles o un avión invisible a los radares es terriblemente oneroso, hay que invertir muchísimo en su compra, en la formación de la tropa y en el posterior mantenimiento. Esto no es nuevo, insisto, todos los imperios han tenido que apretarse el cinturón y ver como les arrebataban los orgullosos pendones de antaño cuando la arcas se vaciaban. Roma primero perdió el oro y después las murallas, y a partir de aquí, todos los que les sucedieron.
De todas formas, el gran problema, es la responsabilidad civil y electoral de unos gobiernos que deben ser autorizados, no sólo por los ciudadanos, sino por los medios de comunicación y los jerarcas financieros. No hay monarcas absolutos, no hay emperadores, no existe la posibilidad de poner a un país entero al servicio de una causa personal ni patriótica. En este sentido es transcendental darse cuenta de que vivimos ajenos al concepto de muerte, no existe, es algo extraño que no debe suceder. Sólo se mueren los viejos, los ancianos decrépitos y seniles, sin molestar, sedados y con las pañales puestos. Los niños no mueren, los jóvenes no van a la guerra a convertirse en héroes y mártires, las mujeres ya no se desangran en los partos, ni a los toreros se les va la vida por una mala cornada. Se cura todo, menos la muerte, y eso es algo en lo que nadie piensa, porque en las últimas décadas nos hemos vuelto invulnerables. Y esta
no muerte se extiende también a la guerra, una guerra donde las bajas de una década en Afganistán son menores a las de día de furia en las alambradasde Verdún.
Una sociedad que no acepta la muerte, indiscutiblemente, no puede aceptar una guerra, y menos una guerra sin avances, sin ciudades rendidas, sin desfiles triunfales, con una rutina de muertes en medio de patrullas rurales y emboscadas suicidas. No hay gloria y en cambio si mucha empatía, la conciencia clara y dolorosa de que ese pobre muchacho de Nebraska o de Arkansas o de Nuevo México, que acabó reventado en las calles de Faluya podría haber ser el vecino de al lado, o el hijo de los Bradson, o Jeremy, el compañero de instituto de Scoot. En estas condiciones, es imposible hacer una guerra, tanto por la propia mutación de la naturaleza del conflicto, como, sobre todo (en realidad había puesto sobre todo junto porque soy un subnormal), por las limitaciones ideológicas que sujetan la acción de los gobiernos. La guerra total, es imposible, moral, política y económicamente. Y sin una guerra total, no hay victoria, solo cronificación, desgaste y retirada.
El general Kurtz nos los explicó axiomáticamente en su prodigioso monólogo. Nos explicó la fuerza de la inmoralidad y del sentido extremo del deber de un enemigo al que nunca podrían derrotar. Los vietnamitas luchaban en un ecosistema de anomia absoluta, luchaban sin atención a los medios, fanáticamente concentrados en consecución de un fin sin cuestionar la manera de llegar a él. La descripción de los niños mutilados es absolutamente PERFECTA ( a partir del minuto 2)