En las letrinas del cuartel donde hice la instrucción, cuando empezamos a tener confianza, cagabamos con la puerta abierta (eran dos filas de cubículos enfrentados, cagabas viendo a los de la fila de enfrente). Lo recuerdo como de los momentos más divertidos de esos meses, aunque supongo que no es lo mismo 15 tíos de 18 años dedicados a decir animaladas y hacer el subnormal mientras cagaban, que estar en una cama de mierda, lleno de bichos, con un mono de la ostia y estar oyendo y oliendo a tu compi de celda espurreando a 1 metro.
Bueno, me voy a permitir la licencia de comentar yo también. Esto es lo peor del mundo caballeros, y para más inri, no puedes escaquearte porque el chabolo está cerrao.
La putada máxima es en verano. En invierno sacas la cabeza por la ventana, respiras el aire congelado mientras te echas un cigarro y haces tiempo para que se airee el habitáculo, no hay problema. Además, el que ha cagado también quiere que se vaya el olor a mierda, asín que pas de problème. En verano lo flipas, porque háganse cargo, Sevilla con 46 grados dando a full en una estructura de cemento y hierro; el olor no se va en toda la puta noche o en las dos horas de chapada del mediodía.
Una vez compartí con uno que tenía una visión muy perroflautica de la vida. Decía que la mierda era algo orgánico y que como tal era natural, y que no había que enmascarar el olor. Menudo hijo de la gran puta, lo odiaba a muerte, encima era un puto imbécil.
En el demandadero se podían pedir ambientadores de estos que son un puto abeto que ni tapa el olor ni pollas, pero al menos sí que huele un poco y hace el efecto placebo. Bien, pues el hijoputa éste no quería poner uno en el chabolo, y encima cagaba dos veces al día (fijo que luego cagaba más al ir a ducharse), de modo que me vi en la obligación de decirle que una de tres:
1- O pedía cambiarse de celda.
2- O poníamos seis o siete abetos cutres de esos al día siguiente mismo.
3- O por cada vez que cagara se iba a tener que currar conmigo hasta que pusiéramos los putos abetos.
Optó por la segunda opción. A los dos meses escasos le cambiaron de patio y yo respiré tranquilo, nunca mejor dicho. En su lugar me metieron a uno que yo creo que no cagaba. Sí, se sentaba en la taza, pero nunca oía el más mínimo ruido. Ni peos, ni la mierda cayendo, ni nada; encima tampoco olía nunca. Una cosa rarísima pero que me hizo sentirme como un auténtico privilegiado. Estando con este menda fue cuando empecé a coger permisos y luego ya me dieron el tercer grado; al poco la condicional y adiós muy buenas.
Le deseo lo mejor en la vida a este hombre, del que nunca más volví a saber y que se dedicaba a reventar cajeros automáticos y chalets playeros de lujo en temporada baja.