A las cinco de la mañana llegué al hotel, a las dos aún estábamos en el restaurante hablando de gilipolleces. Todo muy tranquilo, sin desbarre, sin cogorzas, con los que tenían hijos yéndose justo tras la cena. La jefa, ya lo sospechaba yo, me confesó ser independentista, le dije que muy mal, otro con pinta de cupero resultó ser cupero de verdad, otro me dijo que soñaba con el día que entraran los tanques por la Diagonal y que a ver si no tardaban mucho, una bajita guapa con buenas tetas me dijo que se notaba que no era de aquí porque iba mucho mejor vestido que nadie y que qué buena planta y qué elegancia, no hubo tonteo de ninguna clase y el tema político no salió mucho. En el amigo invisible me tocó una mierda de productos típicos y un imán de nevera con la estelada que intenté vender al cupero pero que me rechazó porque decía que él quería la del triángulo amarillo y no azul. Al final acabó en la papelera, el imán, no el cupero.
En resumen, todo bastante gñé.
En fin, que si alguien me quiere invitar a un café que se pase por El Prat que le queda un rato aún para mí vuelo.