Libros EL SANTO GRIAL

Ramon Llull

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19 Sep 2005
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Sí señoras y señores, propongo el uso de este hilo para concentrar todo el macrocosmos del Santo Grial. Desde la narrativa artúrica hasta la épica wagneriana pasando por el misticismo templario: fuentes, ciclo y legado.

Para entrar en materia, una referencia a las fuentes del Grial de Julius Evola -seguidor de René Guénon, estudioso del Grial, de la Orden del Templo y del misticismo del genuino cristianismo- extraído de su ensayo El misterio del Grial, recomendado.

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Se ha señalado con razón que, desde el punto de vista histórico, los textos más característicos referidos al Grial hacen pensar casi en una corriente subterránea que aflora en un momento dado, pero que en seguida se retira y se hace invisible de nuevo, casi como si se hubiese advertido un obstáculo o peligro preciso. De hecho, tales textos se multiplican en un breve período: ninguno de ellos parece anterior al último cuarto del siglo XII y ninguno posterior al primer cuarto del siglo XIII. Y este período corresponde también al apogeo de la tradición medieval, al período de oro del gibelinismo, de la alta caballería, de las Cruzadas y de los Templarios, y al propio tiempo del esfuerzo de síntesis metafísica efectuado por el tomismo, partiendo del fondo de una herencia precristiana y no cristiana, recogida por la civilización árabe (junto con un florecimiento análogo de espíritu caballeresco y místico), como era la del aristotelismo. La repentina popularidad de los romances y de los poemas del Grial viene seguida de un olvido igualmente singular. En los primeros años dek siglo XIII, como si se obedeciese a una consigna, en Europa se deja de escribir sobre el Grial. Se produce una reanudación tras un notable intervalo, en los siglos XIV y XV, con formas ya cambiadas, a menudo estereotipadas, que entran en rápida decadencia. El período del colapso de la primitiva tradición del Grial coincide con el del máximo esfuerzo de la Iglesia por reprimir corrientes que consideró "heréticas". La reanudación se produjo pasado cierto intervalo de la destrucción de la Orden de los Templarios, a la que, especialmente en Francia y en Italia, y en parte de Inglaterra, parece haber seguido el organizarse más secretamente los representantes de influencias afines, que ya veremos que no carecen de relación con la misma tradición del Grial y que continuaron algunos aspectos hasta épocas relativamente recientes.
Indicamos las principales fuentes de la saga del Grial, en las que apoyaremos principalmente nuestra exposición, expuestas en un orden que, según algunos autores, es aproximadamente el cronológico de la compilación de los textos:

1) Ciclo de Robert de Boron, que comprende:
a) el José de Arimatea
b) el Merlín
c) el Perlesvaus

2) El Conte du Graal, de Chrestien de Troyes, junto con:
a) una primera continuación por parte de Gautier de Doulens
b) una segunda continuación por parte de Manessier
c) una interpolación por parte de Gerbert de Montreuil.

3) El denominado Grand Saint Graal.

4) El Perceval li Gallois en prosa.

5) La Queste del Saint Graal, penúltima parte del Lanzarote en prosa.

6) El Parzifal, de Wolfram von Eschenbach, al que puede asociarse el Titurel, de Albrecht von Scharffenberg, y el Wartburgkrieg.

7) La Morte Darthur, de Malory.

8) El Diu Crône, de Heinrich von dem Turlin.

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Seguimos con Evola y su síntesis de las virtudes del Grial.

En los distintos textos, el Grial es presentado esencialmente en tres formas:
1) Como objeto inmaterial, provisto de movimiento propio, de naturaleza indefinida y enigmática ("no era de madera, ni de algún metal, ni de piedra, cuerno o hueso").
2) Como piedra, "piedra celeste" y "piedra de la luz".
3) Como copa, o bacía, o vasija, a menudo de oro y a veces adornada con piedras preciosas. Tanto en esta forma como en la anterior, casi constantemente son "mujeres" las que llevan el Grial (otro elemento totalmente ajeno a cualquier ritual cristiano; en cambio, no aparecen sacerdotes que lo hagan).
Una forma mixta es la de una copa obtenida de una piedra (tal vez de una esmeralda). En Grial unas veces es calificado de "santo", otras de "rico": "es la cosa más rica que los vivos puedan tener", se dice en la Morte Darthur. Este texto, como muchos otros del mismo período, usa la expresión Sangreal, a la que se pueden dar estas tres interpretaciones: San Graal, Sangre Real, Sangre Regia.

Las virtudes principales del Grial pueden resumirse como sigue:
1) La virtud de luz, es decir, virtud iluminante. Del Grial emana una luz sobrenatural. Chrestien de Troyes: Une si grans clartés i vint -que si pierdirent les candoiles- los clarté, com font les estoiles- quand li solaus liève ou la lune. Robert de Boron describe la aparición del Grial en la prisión de José de Arimatea como la de una gran luz, añadiendo que José "tan pronto como vio el recipiente, fue enteramente invadido por el Espíritu Santo". En Vaucher, el "rey pescador", que lleva consigo el Grial de noche, ilumina con él el camino. Hablando de su aparición a José, el Grand Saint Graal dice que emanaba de él "una claridad como si ardiesen mil candelas", y se refiere a una especie de rapto más allá de la condición del tiempo; de hecho, los cuarenta y dos años que pasó José en la cárcel con el Grial a él sólo le parecieron tres días. En Gautier, Parsifal sigue, pese a que ella se lo prohíbe, a una muchacha en una selva oscura. Aparece de pronto una gran luz, desaparece la muchacha, se desata una terrible tormenta y al día siguiente Parsifal se entera de que la luz provenía del Grial, llevado por el "rey pescador" al bosque. En Wolfram es la "piedra de la luz": "Satisfacción perfecta de todo deseo y paraíso, esto es el Grial, la piedra de la luz, en comparación con el cual todo resplandor terrenal no es nada". En la Queste du Graal, Galahad, al ver el Grial, es presa de un gran temblor y dice: "Ahora veo claramente todo cuanto la lengua no podría expresar jamás ni el corazón pensar. Aquí veo el principio de las grandes audacias y la causa de las proezas, aquí veo la maravilla de las maravillas". En la Morte Darthur, la manifestación del Grial se acompaña del estallido de un trueno, y de un "rayo solar siete veces más relumbrante que la luz del día", y en aquel momento "todos fueron iluminados por la gracia del Espíritu Santo". En esa ocasión, el Grial se presenta enigmáticamente, "nadie podrá verlo ni llevarlo", por más que cada caballero obtenía de él "el alimento que más ansiaba del mundo".
2) Eso corresponde a la segunda virtud del Grial. Además de ser luz y fuerza sobrenatural iluminante, da alimento, da "vida". Del Grial concebido como "piedra", lapsit exillîs, se alimentan en Wolfram todos los caballeros templarios: sie lebent von einem steine. Llevado a la mesa, o al aparecer mágicamente sobre ella, cada caballero recibe precisamente lo que más desea. Hablar aquí de alimentos físicos correspondientes a los variados gustos es la materialización del significado superior del variado efecto de un único don de "vida" a tenor de la voluntad, de la vocación y de la naturaleza propia o cualificación de quienes van a recibirlo. A la larga, un alimento de esta clase se convierte en lo que destruye todo deseo material, por lo que en el Perceval li Gallois, en virtud del aroma que emana del Grial, los invitados se olvidan de comer, y Gauvain, en un arrebato extático, obtiene la visión de los ángeles. En el Grand Saint Graal, el Grial repite el milagro de la multiplicación de los panes. [...] En particular, se dice que a los fuertes, a los héroes, les gusta la comida proporcionada por el Grial. Así, Robert de Boron da la siguiente etimología: "Se llama Grial, porque agrada a los valientes: agree as prodes homes"[...]
3) Sin embargo, el don de "vida" del Grial se manifiesta también en la virtud de curar heridas mortales, de renovar y prolongar sobrenaturalmente la vida. En Manessier, Perceval y Héctor, combatiendo uno contra otro, resultan heridos mortalmente los dos y esperan el fin, cuando a medianoche aparece el Grial, llevado por un ángel de figura "imperial" y los cura instantánea y completamente. [...] Wolfram, al decir que en virtud del Grial "se consume el Ave Fénix tornándose ceniza, pero también se transforma, reapareciendo seguidamente en todo su esplendor y más bella que nunca", establece además claramente una relación entre el don de la "vida" del Grial y la regeneración, de la que tradicionalmente ha sido símbolo el Ave Fénix[...]
4) El Grial provoca una fuerza de victoria y de dominio. Quien goza de ella, n'en court de bataille venchu. [...] En el Lorengel, el Grial se presenta como la "piedra de la victoria" con la que Parsifal rechaza al rey Atila y a sus hunos cuando éstos estaban a punto de arrollar a la cristiandad. [...] No se equivocan algunos al relacionar el Grial con el objeto que simboliza y encarna la fuerza celestial de la realeza según la antitradición irania, el hvarêno, y que adopta los distintos aspectos de piedra mágica, de piedra de la soberanía y de la victoria, de copa; aspectos que, efectivamente, tiene también el Grial.
5) El Grial ciega. El Grial fulmina. Puede actuar como una especie de vorágine. Nescien reconoce en el Grial objeto del deseo abrigado ya por él cuando era un joven caballero, pero, tan pronto como abre su custodia, tiembla y pierde la vista con ésta todo dominio sobre el propio cuerpo. [...]En el Diu Crône, se declara que cruzarse en el camino del Grial es "mortalmente peligroso". Pero precisamente a esa visión de acercamiento que afectó a Mordrain y a Nescien aspira en la Morte Darthur Gauvain, que parte en busca de aventuras, proponiéndose no volver antes de haberlo conseguido.
En segundo lugar, la naturaleza peligrosa del Grial se nos manifiesta en relación con el tema del "asiento peligroso" y con la prueba que éste constituye para quien desea asumir el papel del "héroe esperado" y la función de jefe supremo de los caballeros de la Tabla Redonda. Se trata del "asiento vacío"; asiento bajo el que se abre el abismo, o que es fulminado ciando en él se sienta un indigno y un no elegido. [...]
Por otra parte, se encuentra también el motivo de que sólo podrá buscar el Grial quien se haya sentado en el sillón de oro construido por una mujer sobrenatural. Seis caballeros que han intentado sentarse en él han sido absorbidos por una repentina vorágine. [...]
Este peligroso aspecto del Grial se considera que es el caso límite de lo que el Grial puede obrar precisamente a tenor de la variada naturaleza de quienes entran en contacto con él. La fuerza del Grial destruye a todos los que intentan asirla sin tener la cualificación adecuada, que pese a ello tratan de usurparla repitiendo el gesto titánico, luciférico o prometeico.[...]
6) La duplicidad de las virtudes del Grial está relacionada, en cierta medida, con el significado que, universalmente, en las tradiciones concordantes de los distintos pueblos, y también fuera de toda relación con el simbolismo cristiano, tiene la pareja copa-lanza, correspondiendo la copa sobre todo al aspecto femenino, vivificante e iluminante, y la lanza al aspecto viril, ígneo o regio de un mismo principio: o si se quiere, la copa, el árbol "lunar" y la lanza, el árbol "solar": la copa, al aspecto "santa sabiduría" y la lanza, al aspecto "fuego" y "dominación" del mismo principio. Pero en el mismo contexto podría inscribirse también la ambivalencia, repetida por la tradición irlandesa, de la lanza que por un lado da el coup douloureux, provocando una destrucción, y por otro tiene la virtud de curar.
 
Voy a saquear La Central (en Barcelona) en busca de material interesante. Con la sana voluntad de avivar el fuego, les dejo un poco de ambientación épica para adentrarse más -si cabe- en este divino mundo, hijos de Spielberg; tomen vuestras mercedes en consideración, pues, este wagneriano preludio a Parsifal.

https://s59.yousendit.com/d.aspx?id=0WEFJW8GGFHX837Q4SE5MR8TGN

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Buenas tardes.
 
Les dejo un interesante artículo del francés René Guénon:
EL SAGRADO CORAZÓN Y LA LEYENDA DEL SANTO GRIAL (1925)

El Santo Grial es la copa que contiene la preciosa Sangre de Cristo, y que la contiene inclusive dos veces, ya que sirvió primero para la Cena y después José de Arimatea recogió en él la sangre y el agua que manaban de la herida abierta por la lanza del centurión en el costado del Redentor. Esa copa sustituye, pues, en cierto modo, al Corazón de Cristo como receptáculo de su sangre, toma, por así decirlo, el lugar de aquél y se convierte en un como equivalente simbólico: ¿y no es más notable aún, en tales condiciones, que el vaso haya sido ya antiguamente un emblema del corazón? Por otra parte, la copa, en una u otra forma, desempeña, al igual que el corazón mismo, un papel muy impor­tante en muchas tradiciones antiguas; y sin duda era así particular­mente entre los celtas, puesto que de éstos procede lo que consti­tuyó el fondo mismo o por lo menos la trama de la leyenda del Santo Grial. Es lamentable que no pueda apenas saberse con precisión cuál era la forma de esta tradición con anterioridad al Cristianismo, lo que, por lo demás, ocurre con todo lo que concierne a las doctrinas célticas, para las cuales la enseñanza oral fue siempre el único modo de transmisión utilizado; pero hay, por otra parte, concordancia suficiente para poder al menos estar seguros sobre el sentido de los principales símbolos que figuraban en ella, y esto es, en suma, lo más esencial.
Pero volvamos a la leyenda en la forma en que nos ha llegado; lo que dice sobre el origen mismo del Grial es muy digno de aten­ción: esa copa habría sido tallada por los ángeles en una esmeralda desprendida de la frente de Lucifer en el momento de su caída. Esta esmeralda recuerda de modo notable la urnâ, perla frontal que, en la iconografía hindú, ocupa a menudo el lugar del tercer ojo de Shiva, representando lo que puede llamarse el "sentido de la eternidad". Esta relación nos parece más adecuada que cualquier otra para esclarecer perfectamente el simbolismo del Grial; y hasta puede captarse en ello una vinculación más con el corazón, que, para la tradición hindú como para muchas otras, pero quizá todavía más claramente, es el centro del ser integral, y al cual, por consiguiente, ese "sentido de la eternidad" debe ser directamente vinculado.
Se dice luego que el Grial fue confiado a Adán en el Paraíso terrestre, pero que, a raíz de su caída, Adán lo perdió a su vez, pues no pudo llevarlo consigo cuando fue expulsado del Edén; y esto también se hace bien claro con el sentido que acabamos de indicar. El hombre, apartado de su centro original por su propia culpa, se encontraba en adelante encerrado en la esfera temporal; no podía ya recobrar el punto único desde el cual todas las cosas se contemplan bajo el aspecto de la eternidad. El Paraíso terrestre, en efecto, era verdaderamente el "Centro del Mundo" asimilado simbólicamente en todas partes al Corazón divino; ¿y no cabe decir que Adán, en tanto estuvo en el Edén, vivía verdaderamente en el Corazón de Dios?.
Lo que sigue es más enigmático: Set logró entrar en el Pa­raíso terrestre y pudo así recuperar el precioso vaso; ahora bien: Set es una de las figuras del Redentor, tanto más cuanto que su nombre mismo expresa las ideas de fundamento y estabilidad, y anuncia de algún modo la restauración del orden primordial des­truido por la caída del hombre. Había, pues, desde entonces, por lo menos una restauración parcial, en el sentido de que Set y los que después de él poseyeron el Grial podían por eso mismo establecer, en algún lugar de la tierra, un centro espiritual que era como una imagen del Paraíso perdido. La leyenda, por otra parte, no dice dónde ni por quién fue conservado el Grial hasta la época de Cristo, ni cómo se aseguró su transmisión; pero el origen céltico que se le reconoce debe probablemente dejar comprender que los Druidas tuvieron una parte de ello y deben contarse entre los con­servadores regulares de la tradición primordial. En todo caso, la existencia de tal centro espiritual, o inclusive de varios, simultánea o sucesivamente, no parece poder ponerse en duda, como quiera haya de pensarse acerca de su localización; lo que debe notarse es que se adjudicó en todas partes y siempre a esos centros, entre otras designaciones, la de "Corazón del Mundo", y que, en todas las tradiciones, las descripciones referidas a él se basan en un simbolismo idéntico, que es posible seguir hasta en los más precisos detalles. ¿No muestra esto suficientemente que el Grial, o lo que está así representado, tenía ya, con anterioridad al Cristianismo, y aun a todo tiempo, un vínculo de los más estrechos con el Corazón divino y con el Emmanuel, queremos decir, con la manifestación, virtual o real según las edades, pero siempre pre­sente, del Verbo eterno en el seno de la humanidad terrestre?.
Después de la muerte de Cristo, el Santo Graal, según la leyenda, fue llevado a Gran Bretaña por José de Arimatea y Nicodemo; comienza entonces a desarrollarse la historia de los Caballe­ros de la Tabla Redonda y sus hazañas, que no es nuestra intención seguir aquí. La Tabla (o Mesa) Redonda estaba destinada a recibir al Grial cuando uno de sus caballeros lograra conquistarlo y transportarlo de Gran Bretaña a Armórica; y esa Tabla (o Mesa) es también un símbolo verosímilmente muy antiguo, uno de aquellos que fueron asociados a la idea de esos centros espirituales a que acabamos de aludir. La forma circular de la mesa está, además, vincu­lada con el "ciclo zodiacal" (otro símbolo que merecería estudiarse más especialmente) por la presencia en torno de ella de doce per­sonajes principales, particularidad que se encuentra en la consti­tución de todos los centros de que se trata. Siendo así, ¿no puede verse en el número de los doce Apóstoles una señal, entre multitud de otras, de la perfecta conformidad del Cristianismo con la tra­dición primordial, a la cual el nombre de "precristianismo" convendría tan exactamente? Y, por otra parte, a propósito de la Tabla Redonda, hemos destacado una extraña concordancia en las revelaciones simbólicas hechas a Marie des Vallées, donde se menciona "una mesa redonda de jaspe, que representa el Corazón de Nuestro Señor", a la vez que se habla de "un jardín que es el Santo Sacramento del altar" y que, con sus "cuatro fuentes de agua viva", se identifica misteriosamente con el Paraíso terrestre; ¿no hay aquí otra confirmación, harto sorprendente e inesperada, de las relaciones que señalábamos antes?.
Naturalmente, estas notas demasiado rápidas no podrían pre­tender constituirse en un estudio completo acerca de cuestión tan poco conocida; debemos limitarnos por el momento a ofrecer sim­ples indicaciones, y nos damos clara cuenta de que hay en ellas consideraciones que, al principio, son susceptibles de sorprender un tanto a quienes no están familiarizados con las tradiciones antiguas y sus modos habituales de expresión simbólica; pero nos reservamos el desarrollarlas y justificarlas con más amplitud posteriormente, en artículos en que pensamos poder encarar además muchos otros puntos no menos dignos de interés.
Entre tanto, mencionaremos aún, en lo que concierne a la le­yenda del Santo Graal, una extraña complicación que hasta ahora no hemos tomado en cuenta: por una de esas asimilaciones verbales que a menudo desempeñan en el simbolismo un papel no desdeñable, y que por otra parte tienen quizá razones más pro­fundas de lo que se imaginaría a primera vista, el Graal es a la vez un vaso (grasale) y un libro (gradale o graduale). En ciertas versiones, ambos sentidos se encuentran incluso estrechamente vinculados, pues el libro viene a ser entonces una inscripción tra­zada por Cristo o por un ángel en la copa misma. No nos propo­nemos actualmente extraer de ello ninguna conclusión, bien que sea fácil establecer relaciones con el "Libro de Vida" y ciertos elementos del simbolismo apocalíptico.
Agreguemos también que la leyenda asocia al Graal otros obje­tos, especialmente una lanza, la cual, en la adaptación cristiana, no es sino la lanza del centurión Longino; pero lo más curioso es la preexistencia de esa lanza o de alguno de sus equivalentes como símbolo en cierto modo complementario de la copa en las tradiciones antiguas. Por otra parte, entre los griegos, se consideraba que la lanza de Aquiles curaba las heridas por ella cau­sadas; la leyenda medieval atribuye precisamente la misma virtud a la lanza de la Pasión. Y esto nos recuerda otra similitud del mismo género: en el mito de Adonis (cuyo nombre, por lo demás, significa "el Señor''), cuando el héroe es mortalmente herido por el colmillo de un jabalí (colmillo que sustituye aquí a la lanza), su sangre, vertiéndose en tierra, da nacimiento a una flor; pues bien: L. Charbonneau ha señalado en "Regnabit", "un hierro para hostias, del siglo XII, donde se ve la sangre de las llagas del Crucifi­cado caer en gotitas que se transforman en rosas, y el vitral del siglo XIII de la catedral de Angers, donde la sangre divina, fluyendo en arroyuelos, se expande también en forma de rosas". Volveremos enseguida sobre el simbolismo floral, encarado en un aspecto algo diferente; pero, cualquiera sea la multiplicidad de sentidos que todos los símbolos presentan, todo ello se completa y armoniza perfectamente, y tal multiplicidad, lejos de ser un inconveniente o un defecto, es al contrario, para quien sabe comprenderla, una de las ventajas principales de un lenguaje mucho menos estrechamente limitado que el lenguaje ordinario.
Para terminar estas notas, indicaremos algunos símbolos que en diversas tradiciones sustituyen a veces al de la copa y que le son idénticos en el fondo: esto no es salirnos del tema, pues, el mismo Grial, como puede fácilmente advertirse por todo lo que acabamos de decir, no tiene en el origen otra significación que la que tiene en general el vaso sagrado donde quiera se lo encuentra, y en particular, en Oriente, la copa sacrificial que contiene el soma védico (o el haoma mazdeo), esa extraordinaria "prefiguración eucarística sobre 'la cual volveremos quizá en otra ocasión. Lo que el soma figura propiamente es el "elixir de inmortalidad" (el amritâ de los hindúes, la ambrosía de los griegos, palabras ambas etimológicamente semejantes), el cual confiere y restituye a quienes lo reciben con las disposiciones requeridas ese "sentido de la eternidad" de que hemos hablado anteriormente.
Uno de los símbolos a que queremos referirnos es el triángulo con el vértice hacia abajo; es como una suerte de representación esquemática de la copa sacrificial, y con tal valor se encuentra en ciertos yantra o símbolos geométricos de la India. Por otra parte, es particularmente notable desde nuestro punto de vista que la misma figura sea igualmente un símbolo del corazón, cuya forma reproduce simplificándola: el "triángulo del corazón" es expresión corriente en las tradiciones orientales. Esto nos conduce a una observación tampoco desprovista de interés: que la figu­ración del corazón inscrito en un triángulo así dispuesto no tiene en sí nada de ilegítimo, ya se trate del corazón humano o del Corazón divino, y que, inclusive, resulta harto significativa cuando se la refiere a los emblemas utilizados por cierto hermetismo cristiano medieval, cuyas intenciones fueron siempre plenamente ortodoxas. Si a veces se ha querido, en los tiempos mo­dernos, atribuir a tal representación un sentido blasfemo, es porque, conscientemente o no, se ha alterado la significación primera de los símbolos hasta invertir su valor normal; se trata de un fenómeno del cual podrían citarse muchos ejemplos y que por lo demás encuentra su explicación en el hecho de que ciertos símbolos son efectivamente susceptibles de doble interpretación, y tienen como dos faces opuestas. La serpiente, por ejemplo, y tam­bién el león, ¿no significan a la vez, según los casos, Cristo y Satán? No podemos entrar a exponer aquí, a ese respecto, una teoría general, que nos llevaría demasiado lejos; pero se compren­derá que hay en ello algo que hace muy delicado al manejo de los símbolos y también que este punto requiere especialísima aten­ción cuando se trata de descubrir el sentido real de ciertos emblemas y traducirlo correctamente.
Otro símbolo que con frecuencia equivale al de la copa es un símbolo floral: la flor, en efecto, ¿no evoca por su forma la idea de un "receptáculo", y no se habla del "cáliz" de una flor? En Oriente, la flor simbólica por excelencia es el loto; en Occidente, la rosa desempeña lo más a menudo ese mismo papel. Por su­puesto, no queremos decir que sea ésa la única significación de esta última, ni tampoco la del loto, puesto que, al contrario, nos­otros mismos habíamos antes indicado otra; pero nos inclinaría­mos a verla en el diseño bordado sobre ese canon de altar de la abadía de Fontevrault, donde la rosa está situada al pie de una lanza a lo largo de la cual llueven gotas de sangre. Esta rosa aparece allí asociada a la lanza exactamente como la copa lo está en otras partes, y parece en efecto recoger las gotas de sangre más bien que provenir de la transformación de una de ellas; pero, por lo demás, las dos significaciones se complementan más bien que se oponen, pues esas gotas, al caer sobre la rosa, la vivifican y la hacen abrir. Es la "rosa celeste", según la figura tan frecuente­mente empleada en relación con la idea de la Redención, o con las ideas conexas de regeneración y, de resurrección; pero esto exigiría aún largas explicaciones, aun cuando nos limitáramos a destacar la concordancia de las diversas tradiciones con respecto a este otro símbolo.
Por otra parte, ya que se ha hablado de la Rosa-Cruz con motivo del sello de Lutero, diremos que este emblema hermético fue al comienzo específicamente cristiano, cualesquiera fueren las falsas interpretaciones más o menos "naturalistas" que le han sido dadas desde el siglo XVIII; y ¿no es notable que en ella la rosa ocupe, en el centro de la cruz, el lugar mismo del Sagrado Corazón? Aparte de las representaciones en que las cinco llagas del Crucificado se figuran por otras tantas rosas, la rosa central, cuando está sola, puede muy bien identificarse con el Corazón mismo, con el vaso que contiene la sangre, que es el centro de la vida y también el centro del ser total.
Hay aún por lo menos otro equivalente simbólico de la copa: la media luna; pero ésta, para ser explicada convenientemente, exi­giría desarrollos que estarían enteramente fuera del tema del presente estudio; no lo mencionamos, pues, sino para no descuidar enteramente ningún aspecto de la cuestión.
De todas las relaciones que acabamos de señalar, extraeremos ya una consecuencia que esperamos poder hacer aún más mani­fiesta ulteriormente: cuando por todas partes se encuentran tales concordancias, ¿no es ello algo más que un simple indicio de la existencia de una tradición primordial? Y ¿cómo explicar que, con la mayor frecuencia, aquellos mismos que se creen obligados a admitir en principio esa tradición primordial no piensen más en ella y razonen de hecho exactamente como si no hubiera jamás existido, o por lo menos como si nada se hubiese conservado en el curso de los siglos? Si se detiene uno a reflexionar sobre lo que hay de anormal en tal actitud, estará quizá menos dispuesto a asombrarse de ciertas consideraciones que, en verdad, no parecen extrañas sino en virtud de los hábitos mentales propios de nuestra época. Por otra parte, basta indagar un poco, a condición de ha­cerlo sin prejuicio, para descubrir por todas partes las marcas de esa unidad doctrinal esencial, la conciencia de la cual ha podido a veces oscurecerse en la humanidad, pero que nunca ha desaparecido enteramente; y, a medida que se avanza en esa investigación, los puntos de comparación se multiplican corno de por sí, y a cada instante aparecen más pruebas; por cierto, el Quaerite et invenietis del Evangelio no es palabra vana.
 
Excelente.
Todo cuanto has recomendado es grandre. Para leer escuchando de fondo, como no, el Parsifal de Wagner.
 
Interesante fragmento de Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, de René Guénon, dedicado al Grial. Guénon parte del análisis de la obra The Holy Grail, its legends and symbolism, de Arthur Edward Waite. Fuentes y mística.

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No nos parece dudoso que los orígenes de la leyenda del Graal deban remitirse a la transmisión de elementos tradicionales, de orden iniciático, del druidismo al cristianismo; habiendo sido esta transmisión operada con regularidad, y cualesquiera hayan sido por lo demás sus modalidades, esos elementos formaron desde entonces parte integrante del esoterismo cristiano; estamos muy de acuerdo con el señor Waite sobre este segundo punto, pero debemos decir que el primero parece habérsele escapado. La existencia del esoterismo cristiano en el Medioevo es cosa absolutamente segura; abundan las pruebas de toda clase, y las negaciones debidas a la incomprensión moderna, ya provengan, por otra parte, de partidarios, ya de adversarios del cristianismo, no pueden nada contra ese hecho; hemos tenido bastante a menudo oportunidad de referirnos a esta cuestión para que sea innecesario insistir aquí. Pero, entre aquellos mismos que admiten la existencia del esoterismo cristiano, hay muchos que se forman de él una idea más menos inexacta, y tal nos parece también el caso del señor Waite, a juzgar por sus conclusiones; en ellas hay también confusiones y desinteligencias que importa disipar.
En primer lugar, nótese bien que decimos “esoterismo cristiano” y no “cristianismo esotérico”; no se trata de modo alguno, en efecto, de una forma especial de cristianismo, sino del lado “interior” de la tradición cristiana; y es fácil comprender que hay en ello más que un simple matiz. Además, cuando cabe distinguir así en una forma tradicional dos faces, una exotérica y otra esotérica, debe tenerse bien presente que no se refieren ambas al mismo dominio, de manera que no puede existir entre ellas conflicto ni oposición de ninguna clase; en particular, cuando el exoterismo reviste el carácter específicamente religioso, como es el caso aquí, el esoterismo correspondiente, aunque tomando en aquél su base y soporte, no tiene en sí mismo nada que ver con el dominio religioso, y se sitúa en un orden enteramente diverso. Resulta de ello, inmediatamente, que este esoterismo no puede en caso alguno estar representado por “Iglesias” o por “sectas” cualesquiera, que, por definición misma, son siempre religiosas y por ende exotéricas; éste es también un punto que hemos tratado ya en otras circunstancias, y que por lo tanto nos basta recordar someramente. Algunas “sectas” han podido surgir de una confusión entre ambos dominios y de una “exteriorización” errónea de datos esotéricos mal comprendidos y aplicados; pero las organizaciones iniciáticas verdaderas, manteniéndose estrictamente en su terreno propio, permanecen forzosamente ajenas a tales desviaciones, y su “regularidad” misma las obliga a no reconocer sino lo que presenta carácter de ortodoxia, inclusive en el orden exotérico. Es, pues, seguro que quienes quieren referir a “sectas” lo que concierne al esoterismo o la iniciación yerran el camino y no pueden sino extraviarse; no hay necesidad alguna de mayor examen para descartar toda hipótesis de esa especie; y, si se encuentran en algunas “sectas” elementos que parecen ser de naturaleza esotérica, ha de concluirse, no que tengan en ella su origen, sino muy al contrario, que han sido desviados de su verdadera significación.
Siendo así, ciertas dificultades aparentes quedan inmediatamente resueltas, o, por mejor decir, se advierte que son inexistentes: así, no cabe preguntarse cuál puede ser la situación, con respecto a la ortodoxia cristiana entendida en sentido ordinario de una línea de transmisión fuera de la “sucesión apostólica” como aquella de que se habla en ciertas versiones de la leyenda del Graal; si se trata de una jerarquía iniciática, la jerarquía religiosa no podría en modo alguno ser afectada por su existencia, de la cual, por lo demás, no tiene por qué tener conocimiento “oficialmente”, si así puede decirse, ya que ella misma no ejerce jurisdicción legítima sino en el dominio exotérico. Análogamente, cuando se trata de una fórmula secreta en relación con ciertos ritos, hay, digámoslo francamente, una singular ingenuidad en quienes se preguntan si la pérdida o la omisión de esa fórmula no arriesga impedir que la celebración de la misa pueda ser considerada válida: la misa, tal cual es, es un rito religioso, y aquello es un rito iniciático: cada uno vale en su orden, y, aun si ambos tienen en común un carácter “eucarístico”, ello en nada altera esa distinción esencial, así como el hecho de que un mismo símbolo pueda ser interpretado a la vez desde ambos puntos de vista, exotérico y esotérico, no impide a ambos ser enteramente distintos y pertenecientes a dominios totalmente diversos; cua-lesquiera que puedan ser a veces las semejanzas exteriores, que por lo demás se explican en virtud de ciertas correspondencias, el alcance y el objetivo de los ritos iniciáticos son enteramente diferentes de los de los ritos religiosos. Con mayor razón, no cabe indagar si la fórmula misteriosa de que se trata podría identificarse con una fórmula en uso en tal o cual Iglesia dotada de un ritual más o menos especial; en primer lugar, en tanto que se trate de Iglesias ortodoxas, las variantes de ritual son por completo secundarias y no pueden en modo alguno recaer sobre nada esencial; además, esos diversos rituales jamás pueden ser sino religiosos, y, como tales, son perfectamente equivalentes, sin que la consideración de uno u otro nos acerque más al punto de vista iniciático. ¡Cuántas investigaciones y discusiones inútiles se ahorrarían si se estuviera, antes que nada, bien informado sobre los principios!
Ahora bien; que los escritos concernientes a la leyenda del Graal sean emanados, directa o indirectamente,. de una organización iniciática, no quiere decir que constituyan un ritual de iniciación, como algunos, con bastante extravagancia, lo han supuesto; y es curioso que nunca se haya emitido semejante hipótesis —por lo menos hasta donde sa-bemos— acerca de obras que empero describen más manifiestamente un proceso iniciático, como la Divina Comedia o el Roman de la Rose; es bien evidente que no todos los escritos que presentan carácter esotérico son por eso rituales. El señor Waite, que rechaza con justa razón este supuesto, destaca las inverosimilitudes que implica: tal es, en especial, el hecho de que el pretendido recipiendario hubiere de formular una pregunta, en vez de tener que responder a las preguntas del iniciador, como es el caso generalmente; y podríamos agregar que las divergencias existentes entre las diferentes versiones son incompatibles con el carácter de un ritual, que tiene necesariamente una forma fija y bien definida; pero, ¿en qué obsta todo ello a que la leyenda se vincule, en algún otro carácter, a lo que el señor Waite denomina Instituted Mysteries, y que nosotros llamamos más sencillamente las organizaciones iniciáticas? Ocurre que el autor se forma de éstas una idea demasiado estrecha, e inexacta en más de un sentido: por una parte, parece concebirlas como algo exclusivamente “ceremonial”, lo que, señalémoslo de paso, es un modo de ver muy típicamente anglosajón; por otra parte, según un error muy difundido y sobre el cual hemos insistido ya harto a menudo, se las representa aproximadamente como “sociedades”, mientras que, si bien algunas de ellas han llegado a cobrar tal forma, ello no es sino efecto de una especie de degradación por entero moderna. El autor ha conocido sin duda, por experiencia directa, un buen número de esas asociaciones seudoiniciáticas que pululan en Occidente en nuestros días, y, si bien parece haber quedado más bien decepcionado, no ha dejado tampoco, en cierto modo, de ser influido por lo que ha visto en ellas: queremos decir que, por no haber percibido netamente la diferencia entre iniciación auténtica y seudoiniciación, atribuye erróneamente a las verdaderas organizaciones iniciáticas caracteres comparables a los de las falsificaciones con las cuales ha entrado en contacto; y este error entraña todavía otras consecuencias, que afectan directamente, como vamos a verlo, a las conclusiones positivas de su estudio.
Es evidente, en efecto, que todo cuanto es de orden iniciático no podría de ninguna manera entrar en un marco tan estrecho como lo sería el de “sociedades” constituidas al modo moderno; pero, precisamente, allí donde el señor Waite no encuentra ya nada que se asemeje de cerca o de lejos a sus “sociedades”, se pierde y llega a admitir la suposición fantástica de una iniciación capaz de existir fuera de toda organización y de toda transmisión regular; nada mejor podemos hacer aquí que remitir a nuestros estudios anteriores sobre este asunto. Pues, fuera de dichas “sociedades” no ve al parecer otra posibilidad que la de una cosa vaga e indefinida a la cual denomina “Iglesia secreta” o “Iglesia interior”, según expresiones tomadas de místicos como Eckharts-hausen y Lopukin, en las cuales la misma palabra “Iglesia” indica que nos encontramos, en realidad, reconducidos pura y simplemente al punto de vista religioso, así sea por medio de alguna de esas variedades más o menos aberrantes en las cuales el misticismo tiende espontáneamente a convertirse desde que escapa al control de una estricta ortodoxia. En efec-to, el señor Waite es uno más de aquellos, por desgracia tan abundantes, en nuestros días, que, por razones diversas, confunden misticismo e iniciación; y llega a hablar en cierto modo indiferentemente de una u otra de ambas cosas, incompatibles entre sí, co-mo si fuesen más o menos sinónimas. Lo que él cree ser la iniciación se resuelve, en definitiva, en una simple “experiencia mística”; y nos preguntamos, incluso, si en el fondo no concibe esa “experiencia” como algo “psicológico” lo que nos reduciría a un nivel aun inferior al del misticismo entendido en un sentido propio, pues los verdaderos estados místicos escapan ya enteramente al dominio de la psicología, pese a todas las teorías modernas del género de aquella cuyo más conocido representante es William James. En cuanto a los estados interiores cuya realización pertenece al orden iniciático, no son ni estados psicológicos ni aun estados místicos; son algo de mucho más profundo y, a la vez, no son cosas de las que no pueda decirse ni de dónde vienen ni qué son exactamente, sino que, al contrario, implican un conocimiento exacto y una técnica precisa; la sentimentalidad y la imaginación no tienen en ellas parte alguna. Transponer las verdades del orden religioso al orden iniciático no es disolverlas en las nubes de un “ideal” cualquiera; es, al contrario, penetrar su sentido más profundo y más “positivo” a la vez, disipando todas las nubes que detienen y limitan la visión intelectual de la humanidad ordinaria. A decir verdad, en una concepción como la del señor Waite, no se trata de esa transposición, sino, cuando mucho, si se quiere, de una suerte de prolongación o de extensión en el sentido “horizontal”, pues todo cuanto es misticismo se incluye en el dominio religioso y no va más allá; y, para ir efectivamente más allá, hace falta otra cosa que la afiliación a una “Iglesia” calificada de “interior” sobre todo, a lo que parece, porque no tiene una existencia sino simplemente “ideal” lo que, traducido a términos más netos, equivale a decir que no es de hecho sino una organización de ensueño.
 
Ramon Llull rebuznó:
6) El Parzifal, de Wolfram von Eschenbach, al que puede asociarse el Titurel, de Albrecht von Scharffenberg, y el Wartburgkrieg.

Me quedo con esos, total, me los tengo que leer igualmente... Empezando por Eschenbach y terminando por los escritores alemanes más actuales, creo que en la Filología damos un repaso a toda la historia de la literatura alemana...

Enhorabuena por este hilo. A mí creo que me interesa la historia del Santo Grial por lo que tiene de enigmático, empezando porque no se sabe lo que es, aunque la gran mayoría dice que es el cáliz donde José de Arimatea recogió la sangre de Cristo cuando fue herido por un soldado y también que es la copa de la última cena.
Seguiré al pie de la letra tus recomendaciones y leeré todo lo que pille a mi alcance sobre el tema, que no es poco.
 
Konstanz rebuznó:
Ramon Llull rebuznó:
6) El Parzifal, de Wolfram von Eschenbach, al que puede asociarse el Titurel, de Albrecht von Scharffenberg, y el Wartburgkrieg.

Me quedo con esos, total, me los tengo que leer igualmente... Empezando por Eschenbach y terminando por los escritores alemanes más actuales, creo que en la Filología damos un repaso a toda la historia de la literatura alemana...

Enhorabuena por este hilo. A mí creo que me interesa la historia del Santo Grial por lo que tiene de enigmático, empezando porque no se sabe lo que es, aunque la gran mayoría dice que es el cáliz donde José de Arimatea recogió la sangre de Cristo cuando fue herido por un soldado y también que es la copa de la última cena.
Seguiré al pie de la letra tus recomendaciones y leeré todo lo que pille a mi alcance sobre el tema, que no es poco.
No termine aquí su aportación, bella náyade: participe con sus impresiones, recomendaciones, fragmentos que considere esenciales y demás arte.
 
Hace unos años obtuve como regalo familiar un libro el cual recomiendo, llamado Kreuzzug gegen den Gral (Cruzada contra el Grial), del autor alemán Otto Rahn.
En esta obra Rahn intenta conjugar la parte literaria como es el Parsifal de Von Eschenbach y el misterio del Grial con un hecho histórico como fue el movimiento cátaro y la civilización occitana. Es una buena lectura para profundizar en las raices históricas del tema griálico.
 
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