Es que hay que tener los huevos muy gordos para creerse que las mujeres necesitan de la prostitución. Primeramente, para la gran mayoría de ellas el sexo es una necesidad que está en un plano muy retrasado con respecto a nosotros. Antes necesitan un bolso nuevo o atención que un polvo. Y segundo, cualquier mujer, cualquiera, tiene 10 veces más oferta de sexo que demanda. Si una quiere follar sólo tiene que escoger de entre las doscientas propuestas que se le presentan cada día por el mero hecho de respirar. La única frustración es la de que esas ofertas vengan de tíos poco atractivos y no de Brad Pitt. Y aún así, elegirán antes gastarse el dinero en un bolso nuevo que en contratar los servicios de un puto, cosa que además les chirría cosa mala porque atacaría su ego y su percepción de sí mismas como mujer deseable. A las muy muy malas se follan a uno que meh.
Dicho esto a un amigo mío le tangaron cinco mil pelas en su día, hace veinte años (y eso por entonces era dinero y más para un joven) con esto de "ser puto". Él, consumidor compulsivo de prostitución en su juventud y poseedor de tremenda pedrá en la cabeza, vio un día un anuncio en el periódico de una agencia de prostitución en la que pedían jovencitos para ser acompañantes de maduras. Vio el cielo abierto, se vio cobrando por lo que él pagaba, se veía follándose a cachondísimas mils que además le llevarían de cenas y a eventos de puta madre, se veía ya con una agenda de clientas y follando a diario y tres veces los fines de semana con ricachonas de cuarenta años potentorras rollo mamás del barrio de Salamanca y tal. La agencia prometía esto, este glamour de mujeres de alto standing liberadas buscando jovencitos y cenitas. Así pues, cogió el teléfono Góndola de su casa y marcó en el dial el número del anuncio, donde le dijeron que tenían que enviarle por correo -no había internet- a su casa un cuestionario y una ficha, pero que tenía que hacer previamente un ingreso de cinco mil pesetas en una cuenta como "gastos de gestión" y para tener derecho a formar parte de ese selecto grupo de gigolós. Cuando nos lo contó le dijimos que no lo hiciera, que no tenía buena pinta, que nos olía raro. Encegado por la fantasía que le habían vendido, no nos hizo ni puto caso, y realizó el ingreso. La carta con el formulario no recuerdo si llegó o no llegó nunca. Si llegó el tío enviaría el formulario relleno. Si no llegó, ahí murió la cosa. Lo que nunca llegó fue ni una llamada para verle el careto ni una contestación al formulario ni una llamada diciendo tienes una cliente ni nada. Lo que sí llegaron fueron los mil duros a la cuenta de los estafadores de pringaos.