Hacer el cuñado. Estar atento para soltar en el momento oportuno y con aire de superioridad el "te lo dije".
Estar a 80 metros de un semáforo en rojo y que haya una cola de 3 - 4 coches esperando en el lado derecho, y calcular el tiempo para que justo al llegar se ponga en verde. Entonces acaricias el acelerador un poquito y pasas de corrido por el carril izquierdo que está libre, sin haber tenido que parar. Quedando como un puto máster y dejando allí a los pringados de mierda, que en mi imaginación dicen "ahí va ese cabroncete, qué listo tiene que ser ese tío, cómo ha pasado y nosotros aquí como unos pringados esperando a que se ponga verde. Me gustaría ser como él, es un winner".
Pagar el pan y que saques del portamonedas toda la chatarra y después de 40 interminables segundos contando las monedillas; haya justo, que no sobre ni falte un céntimo.
Ir por la calle con el disfraz de hombre invisible con la libertad de poder quedarte lelo mirando a las teen y pre-teen, que algunas (muchas) ya apuntan maneras. Y encontrarte con alguna que se percata de que está siendo observada y de repente te obsequian con una mirada. Produciéndose un mágico cruce, la mirada pura y limpia de ella, con la mía; sucia y depravada. Y el placer está en que es ella la que aparta la vista, avergonzada.
Otra placer del que muchos de aquí jamás podréis disfrutar es aquel que hace cierto el dicho ese de que Dios aprieta pero no ahoga. Estar ya con el agua al cuello, no tener ni un puto chavo, estar a punto de echarte a la mala vida y delinquir para poder vivir; y que de pronto suene el móvil y sea tu socio que se ha enterado que un primo hermano del cuñado de su vecino ha comprado una parcela y quiere retirar toda la mierda que tenían allí los antiguos propietarios, y que parece ser que hay euros oxidados, bastantes, ocultos bajo el pasto.
Esa noche de entre semana que sin mucha confianza, pero no queda más remedio porque la llamada de la naturaleza ya es imparable, vas a un picadero y te encuentras a otro ser solitario, como tú, un ser lindo del que no te arrepientes de haber pagado porque te ha hecho sentir persona durante una hora. No es bonita, ni tiene un cuerpazo, tampoco es inteligente, ni el sitio donde vive es limpio ni ordenado; pero que por lo que sea hay una conexión cósmica de la que los puteros tenemos prohibido hablar en público. Es como si en una noche oscura sin estrellas en el cielo, de repente, cruzase una estrella fugaz, pero tan fugaz que no te diese tiempo a pedir un deseo.
Contar dinero, fajos de billetes de 600 euros o así (si es más, mejor), sacar el sobre de debajo del colchón y contar una y otra vez el botín. Fantasear, palpar los billetes, recrearse en sus dibujos, mirar los detalles, colocarlos todos en la misma posición, disciplinarlos. Doblar el fajo para que abulte el doble, hacer cuentas mentales de cuánto sería si en lugar de billetes de 50 fuesen de 500. Desear que siempre que metiesen la mano en el bolsillo sacase, por medio de encantamiento, un taco de billetes igual. Abrir el fajo, ponerlo como un abanico, abanicarte con el dinero, olerlo. Acariciar su suave tacto, cuadrar bien todas las esquinas, que quede un fajo perfecto. Volver a meterlo en el sobre y mirar de reojo a la ventana para asegurarte de que está la persiana bajada y que el vecino no ve dónde escondes los billetes, entonces vuelves a depositar el fruto del sudor de tu frente en su nido.