¡¡Es un varón!! (Dentro de la sala de partos)

Doc_Triviño

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22 Abr 2004
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Son las siete y cuarto y la chica gime y se retuerce por las contracciones que constriñen su útero por 30, 40 y 50 segundos. Implora ayuda, anestesia, analgésicos y cesárea, pero los obstetras le piden que aguante. Una más grosera le sisea que tanto le gustó cuando andaba acostada bajo el novio, que aguante ahora. Yo contengo una respuesta cáustica y me acerco a la joven parturienta. Mientras sujeto su mano, le sugiero que cada vez que sienta la contracción respire hondo y profundo. Apenas me hace caso. Le digo que pronto pasará. Me vuelve a suplicar algún calmante. Le explico que eso le haría daño a su hijo. Pasan los minutos. Contracciones van y vienen y la chica se retuerce. Nos recrimina nuestra insensibilidad y maldad. La obstetra vuelve a revisar su cérvix para medir su dilatación. 5. No basta. Paciencia, le pide a la muchacha. Cesárea, grita ésta.
Cuarto para las ocho. De repente ella da un respingo, empieza a jadear violentamente y chilla que ya viene, que ya viene. ¡Rápido, a la sala de partos! Yo salto de mi asiento y vuelo a calzarme guantes y mascarilla. Apago acondicionador de aire y enciendo la termocuna. Desenvuelvo la perilla de succión de su envorltura, agarro un campo limpio y me coloco al lado de la parturienta que se acomoda en la poco digna mesita ginecológica. Ya con las piernas abiertas, la obstetra la empieza a guiar. Por entre los pliegues de su vulva, va asomando un mechón de cabello. La cabecita está encajada. Que sólo puje cuando sienta la contracción, le advierten la enfermera y la obstetra. Mide la dilatación vaginal y descarta una episiotomía.
Contracción. ¡¡PUJE!!
La mujer enrojece con el esfuerzo mientras ahoga un alarido. La obstetra va guiando la cabecita que luce realmente enorme mientras viaja por el una vez estrecho y delicado conducto. Los dedos empujan y dilatan más la vagina mientras el frágil cráneo pugna por salir. Yo cuento febrilmente los minutos. Si nos pasamos de diez, será parto largo y necesitaré de ayuda más especializada. Vamos 4.
Contracción. ¡¡PUJE!!
"¡¡AAAAAAHHHHHH!!"
Finalmente, de manera brusca, emerge una cabecilla achatada y cubierta de sangre y mucosidad. Bien, rótalo para que salgan los hombros, apremio a la obstetra. En menos de tres segundos, el cuerpecito del bebé, color violáceo cetrino y cubierto de una manteca llamada vermix caseosa, sale a la luz. Lo deposito con todo el cuidado posible en mi campo mientras le voy succionando con la perilla boca y luego nariz, en ese orden. Por fin, el milagro: Un llanto violento y desesperado surge de la boca del neonato, anunciando su aparición en este mundo. La obstetra pinza el cordón umbilical y se separa definitivamente de su madre, por lo menos biológicamente hablando. Con toda la rapidez y habilidad que puedo, coloco al bebé en la termocuna y le limpio toda la mucosidad y sangre. Mientras tanto voy viendo cómo el llanto, y la oxigenación consecuente, van cambiando el violáceo gris de su piel a un rosa intenso. Ah, ,la hemoglobina.
Clampeo con la pinzita de plástico dos dedos por encima del cordón, exprimo para que no salte sangre y corto con tijeras. Listo cordón. Sujetando al lactante como hecho de porcelana aireada, lo peso (3100 gramos), le aplico su 0,1 ml de vitamina K y su gotita de antibiótico en cada ojito. Vístelo, vístelo rápido que se enfría, me apremia la enfermera. Que ya voy, le replico mientras agarro al ahora pegajoso bebé (por la vermix caseosa) y le coloco pañales, camisita, chaquetilla, pantaloncitos, guantes y botitas. Todo en tela amarilla con encajes. Le calzo un gorrito en la cabeza y luego lo llevo a envolverlo en su sábana limpia. Como me enseñaron. El resultado: Un delicado paquetito de 49 cm. de largo, lloriqueante y sonrosado, que desea con ardor un poco de alimento en su boca. Mientras tanto, la obstetra va suavemente tironeando del cordón restante, con lo que placenta va saliendo. Tras retorcerla un poco y enrollarla, es soltada con un poco de sangre restante. La madre ahora está agotada y sudorosa, pero sabe que ese esfuerzo valió la pena. Sobre todo cuando le mostramos a su hijito. Es un niño, le digo, contagiado de su alegría. Ella se lo coloca sobre sus senos y el pequeño, obedeciendo a sus reflejos natos, boquea y aferra el pezón. El calostro empieza a fluir y el niño bebe con regocijo. Déle cuando lo pida, de ambos senos, señora, le advierto. Esa primera leche le hará muchísimo bien a su hijo. Ya calmado el pequeño, lo llevo un momento con su abuela y su padre. Sí señores. Otro niño al mundo.
Como para que sepan, queridas chicas, lo que es parir un niño.
 
Tu si que me has introducido de lleno, a lo grande, en el increible mundo de los sueños, el sueño profundo y sin anestesia, hijo de puta.
 
Como esta degenerando la cosa gaguen en la mar arbolada
 
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