En enero de 2013 estuve en Madrid por motivos que no vienen al caso. A la ida desde el pueblo de Huesca en el que vivo temporalmente, lo hice en coche con un buen hamijo que iba desde Zaragoza, con lo cual tomé un autobús hasta susodicha ciudad. Desde Zaragoza a Mandril el viaje fue entretenido y todo fue de acuerdo con lo previsto. Llegué a Madrid, despaché mis asuntos y a la vuelta ya no pude coger sino una línea de autobuses que salía bastante tarde y que me iba fatal para poder llegar a mi pueblo a unas horas razonables. En el autobús me tocó una moza jovencita al lado, algo que celebré hacia mis adentros porque de un modo u otro ya tenía en mente tirarle la caña. Lo malo es que en el asiento de delante me tocó un nigro que iba vestido como un ejecutivo, con un chaquetón pederasta style, como aterciopelado con un maletín (lleno de cacahuetes, supongo) y otros complementos de mierda. En principio pensé que bueno, era algo inevitable viajar con gente de mierda en transporte público, y que era un mal necesario si quería volver a casa.
El problema vino cuando el autobús se puso en marcha y el puto negro inclinó el asiento hacia atrás, todo lo que podía, con el consiguiente perjuicio hacia mi persona, al tiempo que dijo algo así como "si te molesta te jodes, puedes ir a quejarte al conductor". Todo esto antes de que me diera tiempo ni a pestañear prácticamente. Ante tal circunstancia tuve una reacción salvaje, entre otras cosas porque estaba bastante cansado y con pocas ganas de soportar a gilipollas, y mucho menos a un puto conguito disfrazado de persona. Como decía, mi reacción salvaje e inesperada para el nigro, y le di un golpe bastante potente al asiento reclinado, al tiempo que me cagué en su puta madre, acompañado todo por una retahíla de insultos invitándole a que no me tocara los cojones. En ese momento éste se levantó gritando, como fingiendo un ataque rasista y tal. El conductor paró el autobús en una estación de servicio y acudió a la parte trasera del autobús, donde se produjo todo el incidente para, en teoría, dilucidar el conflicto y poner orden. Al final el muy gilipollas aceptó la versión del nigro, como no podía ser de otra manera en estos tiempos, y me ofreció la posibilidad de cambiarme de asiento por otro en la última fila. Al principio me negué, porque no estaba dispuesto a que ese saco de mierda se saliese con la suya, pero viendo que al final podía atollinarlo en pleno viaje, decidí hacer caso al autobusero, al que gustosamente también hubiese machacado el cráneo con mis brillantes mocasines.
El viaje fue bastante pesado, sin poder estirar las piernas y haciendo paradas en montones de pueblos, hasta que llegamos a Zaragoza como cinco horas y media después. En lugar de marcharme y olvidarlo todo, intenté pillar al nigro en el mismo autobús o fuera para decirle cuatro cosas. Casualmente fuimos de los últimos en bajar, y lo acorralé en las escalerillas de salida, donde antes de perdonarle su asquerosa vida, le dije que esa noche había tenido mucha suerte, y que su ridículo intento de montarme un lío en el autobús con el cuento del racismo le podría haber costado los dientes. El nigro, lejos de los prototipos que vemos por televisión, era de un físico más bien rechoncho y un poco más bajo que yo, vestido como un auténtico mamarracho, y con una maldad infinita, en busca de paguitas por rasismo o similares. Después de descargar un poco de mi ira sobre esa scum me marché tal cual, y cuando estaba en el andén vi al conductor con otro compañero suyo y me acerqué a él para recriminarle su actitud dentro del autobús, y como el nigro había buscado el enfrentamiento desde el primer segundo. Éste, que parecía medio monguer, se excusó respondiendo "que qué quería que hiciese él". No quise insistir por que vi que no merecía mucho la pena.
Desde entonces he evitado viajar en autobús y he preferido hacer uso del tren, en el AVE se viaja mucho mejor y normalmente, salvo alguna anécdota reseñable, no he tenido que lidiar con gentucilla de mal vivir.