En serio tios, creo que pierdo aceite a marchas forzadas y no sé hasta cuándo seré capaz de aguantar esta situación.
A ver, yo no es que sea un manfloro de esos que hacen chapas por un triste bocata de mortadela de aceitunas, no, yo soy maricón en toda la dimensión de la palabra, en el día a día, en la lucha diaria.
Cuando veo a una persona acercarse a mi, solo necesito una milésima de segundo para saber si me puedo poner a veinte uñas, acertando en un 99,9% de las veces. Solo con verle la cara soy capaz de saber si tengo delante al hombre de mi vida, a un sidroso sifilítico o a un jugoso travelo full equiped; el caso es que cualquiera es buen candidato para rellenarme el pavo de carne.
Por otro lado, soy el puto amo de la manipulación. Soy capaz de pajear a un hombre y enchufármela si me interesa. Soy capaz de exprimirle el ciruelo y untarme con su lefada una rebanada de pan Bimbo para merendar. Puedo parecer un tipo simpático, puedo parecer serio, puedo parecer tímido, puedo parecer el puto rey de la fiesta...y todo ello en función de mi obsesión mórbida por las pollas, que son mi pasión.
Recuerdo, cuando era un vulgar estudiante como vosotros, que aprobaba exámenes únicamente agachándome bajo la mesa del profesor. Y cuando sacaba un 4 o un 3, iba a su despacho y sabia perfectamente lo que tenia que hacer para satisfacerle y que me aprobase. Y nunca tuve que escupir nada, pues siempre me quedaba con hambre.
Luego, cuando consigo mi objetivo me siento sucio, satisfecho, cerdo, realizado.
Tengo que decir que todo esto no seria posible si no tuviese un físico atrofiado, lo cual ayuda mucho en las relaciones personales.
Por todos es sabido que una persona con un físico deforme desata más pasiones entre la que viene a ser mi clientela: cerdos sexuagenarios infestados de ETS, desahuciados de los hospitales y que habitan en cajeros automáticos y casitas de cartón.
Pero llega un momento en que he pillado de todo y escupo el hígado por la boca. Por ejemplo, yo ya sabia que cuando el borracho de mi padre llegaba pasadas las doce de la noche, tras meter una paliza -merecida- a mi madre, entraría a mi cuarto a darme por el culo, mientras que el resto de mis hermanos se hacían pajas y dedos con la escenita. Y al final, todos esos que tanto se reían de mí ahora están en el paro, mientras yo me follo a sus padres y sus abuelos por un plato de cocido.
Es lo que tiene ser un maricón de mierda, señores.