Ya, ya, si casi era más retórica que otra cosa, no me esperaba algo muy diferente. Hacendado además.
Eres igual que un amigo, de los que iba quitando el huevo o el queso a las cosas, que la pizza sin queso, que solo puede comer arroz tres delicias, que le montó un pollo a su hermano cuando este se curró un arroz negro porque mira qué color e iba picando la sepia para poder comer algo. Cero verduras, claro. Ni ensaladas, ni gazpacho, imagínate los platos con cuchara de
@Morzhilla o las alubias de cuellopavo del otro día. Eso es tener el paladar de un niño, no haberlo educado nunca. Y no sabes lo que te pierdes.
Pero es que el problema que te puedes encontrar es que te miren como a un tarugo integral si estás con una pava o con otra gente en sociedad y se pide, yo que sé, un rodaballo y ni sabes lo que es. Que no sepas cómo se comen unos percebes, que las ostras se comen vivas y tienen textura viscosa o que ceviche te suene a marca de cerveza. Que la tipa te diga que escojas un vino y te diga que no le molan afrutados, por ejemplo. A ver cuál escoges.
Que esas mierdas son parte de experiencias en la vida, no sólo no sabes lo que te pierdes, sino que la imagen que das no despierta ninguna curiosidad ni atracción ninguna en nadie porque piensan que eres básico como un botijo.
Es más te diría que después de ver la parafernalia que se montan algunos gurús de la cocina de espumas, esferificaciones y polladas lo realmente sofisticado para mí es un producto de altísima calidad bien cocinado sin más.