Kokillo
Muerto por dentro
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Brainwashing completed
Rubén Uría / Eurosport
Mourinho, que es más del Madrid que Juan Padrós y Santiago Bernabéu de aquí a Lima, seguro, segurísimo, ha dado un paso más en su vertiginosa carrera en el Mejor Club del Siglo XX. A golpe de quejíos y tendencias pirómanas, se ha curado en salud con un curso acelerado de autoridad, trufado por una concentración de poder sin precedentes, donde persigue desintegrar cualquier vestigio de oposición, algo que está a punto de culminar después de haber quemado varias etapas. Primero sentó las bases de su poder en el vestuario (vosotros o yo, y no voy a ser yo), luego completó la limpieza étnica de corrales en los despachos (Valdano entró por la puerta y salió por la ventana), más tarde gaseó el código ético elaborado por el club, luego continuó convirtiendo el libro azul de los valores en papel higiénico ("me cago en el señorío, ir a decírselo al presidente", versión El País) y ahora, después de haber perdido otro título ante el Barça, Mou ha dado una vuelta de tuerca definitiva. Mientras barrunta cómo airear que las llamadas telefónicas de Iker Casillas al Barça responden a un guiño intolerable al enemigo que debería ser penalizado, él ha dado un paso, acaso definitivo, atribuyéndose la capacidad de discernir quién es madridista y quién no.
A través de una carta donde pide perdón "ante el madridismo y sólo ante él", Mou ha dado una lección de cómo se puede redactar una carta de disculpas que, en vez de rebajar la tensión, la aumente. Mi hermano Francis Lorenzo, ingeniero de sentimientos y profesor vital, sostiene que algunos individuos poseen el arte especial de ponerle un marco a la vulgaridad. Mou tiene ese don y presume de ello. Su último cuadro no es decente, pero lo parece. Él no pide perdón al agraviado (no fue al madridismo al que le metieron el dedo en el ojo) y más que una disculpa, su infame cuadro queda revestido de un marco donde no sólo no se reconocen sus errores, sino que se redireccionan las culpas. ¿Mi acto fue una agresión cobarde? Y tú más. Él se ha equivocado, pero el Barça más. Mou se queda, "seguro, segurísimo" (Portugal ya tiene seleccionador y no hay alquiler que valga), porque tiene un presidente "con gran inteligencia" (peñistas del mundo, uníos, "lo que hace Mourinho también es madridismo"). El icono de la factoría Jorge Mendes, que llegó como empleado del club y que ha logrado que el club sea su empleado, juez y parte, está dispuesto a establecer un cordón sanitario sobre aquel presunto seguidor del Madrid que reniegue de su absolutismo.
Mou, jefe supremo del artículo 33 (hago lo que quiero, cuando quiero y como quiero), esforzado costalero de la cultura del dedazo (en el ojo de Tito y por ende, en el de Florentino), se ha arrimado al toro más que nunca. Entrenador sin límites, manager general, portavoz del club pero no de sí mismo, ventrílocuo de turno y presidente de facto, ahora se ha autoasignado la tarea de repartir carnés de buenos y malos madridistas. Ha detectado quién merece la condición de madridista y quién responde a un fariseísmo encubierto que no cabe en el club. Quien está con Mou es madridista. Pero aquel madridista que no tolera su agresión cobarde, que no entiende que cuando se pierde no se de la mano, que añora la elegancia de Vicente Del Bosque y que no cree en Villaratos, es pseudomadridista. Hay quien cree que el Trofeo Bernabéu será un plebiscito sobre la popularidad de Mourinho. Nada más lejos de la realidad. Como canta Toni Zenet, esta noche Mou y su yihad se darán un beso de esos que valen por toda la química de la farmacia. La fuerza, sobre la razón. "Brainwashing completed".
Rubén Uría / Eurosport