Matarratas
Freak
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Concluimos, pues, que la mayor parte de los atracos y ataques sufridos son por culpa del atracado y del atacado. Que si uno va donde no debe, con quien no debe y a las horas que no debe, le atracan. Los atracados somos, en este caso, la constante más subnormal de la ecuación. Y para demostrarlo, mi pequeña anécdota. Más allá del yonkarra madrileño pidiendo "pa jaco, que tengo la sidra" ocasional, aquí su conforero vio de cerca la muerte por culpa de la puta mili, y por la puta mili, dejó a la muerte atrás.
Barrio inhóspito de capital inhóspita de provincia inhóspita. No entro en detalles, porque todos sabemos que a la mili podías pedir destino. Yo pedí la marina en Alicante, y me mandaron a dar barrigazos por las innobles tierras extremeñas.
Las tantas de la madrugada, un nivel poco razonable de alcohol y ácido por mi cerebro, perdido como un seminarista en un sexshop, buscando una pensión donde caer muerto unas horas y pasar la tajada antes de volver a la base y ser capaz de articular mi nombre en la garita de entrada. ¿Qué hacemos los astutos? balbucir a los únicos viandantes que encontramos, a la sazón una puta y un gitano de metro y medio, que dónde podemos nuestro cuerpo y nuestra alma morir tranquilos unas horas, que vamos finos. Se le olvidó decirle que llevaba pasta para pagar la pensión y las copas, un peluco así medio majo, y ropita ni pija ni pobre, para ver si me encamaba con las nativas. Va a ser que el pájaro lo dedujo solo.
"Pahí", y me señala la dirección no del paraíso en la tierra, sino de su puto barrio. El cabrón. A estas que prosigo mi odisea nocturna durante varias horas (recuerden, el ácido), y me los vuelvo a encontrar. Curiosamente, el sujetillo tuvo a bien ponerme contra la pared con una fuerza inusitada y, por si la cosa no quedaba clara, un cuchillo jamonero con la punta en mi nuez de Adán. Gritándome el pollo que "le diera cien duros, y algunas cosilla pa ella". Tras otras tantas horas de reflexión, y probablemente gracias al entrenamiento Navy Seals ortorgado por nuestras Fuerzas Armadas durante el mes de instrucción, me quité en un solo movimiento tanto al pollo como al cuchillo, y pies para qué os quiero. Mezcla de la forma física del momento (óptima, no puedo negarlo), del ácido con el que mi corazón sobrealimentaba mis miembros y, para qué engañanos, del puto miedo, volé. El tipo me persiguió unos metros, acicateado por la puta. Pero claro, pronto se vio que su potencia de tren inferior no era la del Kun Agüero, así que desistió.
Entretando, mis niveles de adrenalina no bajaban, así que seguí corriendo como Forrest Gump, porsiaca, a través de ese barrio maldito de esa ciudad maldita, ambos desconocidos por mi, hasta que di de coña con la estación de autobuses donde, un buen samaritano y taxista, llamó a la pulisía para que interviniera. Una vez en comisaría, éramos como unos 20 subnormales a denunciar. El gitanillo, que de tonto no tenía un pelo, se dedicaba a saltear capitalinos en sus noches de fiesta. Y chimpún. Se puso una denuncia por los 20 (ya saben lo que puede llegar a producir un guardia), y a otra cosa.
Barrio inhóspito de capital inhóspita de provincia inhóspita. No entro en detalles, porque todos sabemos que a la mili podías pedir destino. Yo pedí la marina en Alicante, y me mandaron a dar barrigazos por las innobles tierras extremeñas.
Las tantas de la madrugada, un nivel poco razonable de alcohol y ácido por mi cerebro, perdido como un seminarista en un sexshop, buscando una pensión donde caer muerto unas horas y pasar la tajada antes de volver a la base y ser capaz de articular mi nombre en la garita de entrada. ¿Qué hacemos los astutos? balbucir a los únicos viandantes que encontramos, a la sazón una puta y un gitano de metro y medio, que dónde podemos nuestro cuerpo y nuestra alma morir tranquilos unas horas, que vamos finos. Se le olvidó decirle que llevaba pasta para pagar la pensión y las copas, un peluco así medio majo, y ropita ni pija ni pobre, para ver si me encamaba con las nativas. Va a ser que el pájaro lo dedujo solo.
"Pahí", y me señala la dirección no del paraíso en la tierra, sino de su puto barrio. El cabrón. A estas que prosigo mi odisea nocturna durante varias horas (recuerden, el ácido), y me los vuelvo a encontrar. Curiosamente, el sujetillo tuvo a bien ponerme contra la pared con una fuerza inusitada y, por si la cosa no quedaba clara, un cuchillo jamonero con la punta en mi nuez de Adán. Gritándome el pollo que "le diera cien duros, y algunas cosilla pa ella". Tras otras tantas horas de reflexión, y probablemente gracias al entrenamiento Navy Seals ortorgado por nuestras Fuerzas Armadas durante el mes de instrucción, me quité en un solo movimiento tanto al pollo como al cuchillo, y pies para qué os quiero. Mezcla de la forma física del momento (óptima, no puedo negarlo), del ácido con el que mi corazón sobrealimentaba mis miembros y, para qué engañanos, del puto miedo, volé. El tipo me persiguió unos metros, acicateado por la puta. Pero claro, pronto se vio que su potencia de tren inferior no era la del Kun Agüero, así que desistió.
Entretando, mis niveles de adrenalina no bajaban, así que seguí corriendo como Forrest Gump, porsiaca, a través de ese barrio maldito de esa ciudad maldita, ambos desconocidos por mi, hasta que di de coña con la estación de autobuses donde, un buen samaritano y taxista, llamó a la pulisía para que interviniera. Una vez en comisaría, éramos como unos 20 subnormales a denunciar. El gitanillo, que de tonto no tenía un pelo, se dedicaba a saltear capitalinos en sus noches de fiesta. Y chimpún. Se puso una denuncia por los 20 (ya saben lo que puede llegar a producir un guardia), y a otra cosa.