@hitsfromthebong, diría que todos hemos metido el asunto en chochos de dudosa calidac a pelo, y todos diría también nos hemos agarrado a dioses desconocidos para que no nos hubieran pasado la bicha o, lo que es peor, haber dejado a la mendruga de guardia con regalo. Vaya días con los putos retrasos en la puta regla.
Como también todos, en mi primera vez hice el subnormal, corriéndome cual monje franciscano ante la mera fragancia del efebo fresco, lozano e ingenuo. Muchas corridas, algunas de ellas más rápidas que Carl Lewis (y del mismo tiempo), muchos empujones infructuosos ante el desconocimiento de tamaña empresa poco o nada lubricada, que es lo que suele suceder cuando tu potencial alfístico se reduce a un puto vespino de segunda mano. Mucho raca raca en seco, mucho ¡ay!, ¡huy! y ¿ya?. Vamos, lo normal, supongo. A principios de los 90 sabíamos nosotros poco, pero ellas en algunos casos, menos. Nuestro mundo erótico eran las pelis que rulaban en VHS o las que mangábamos del kiosko. Poco más, aparte de las cinco pajas al día.
La cuento como primera, aunque fuera lamentable, a una tal Gumersinda (nombre ficticio). Casa de amigo con padres de viaje, 17 yo, 16 ella. Bebercio va, bebercio viene. Porro va, porro vuelve. Morreo, sobeteo, imperialismo intrapernero en marcha, chochamen inicialmente con más baba que la aspiradora del dentista. Allá que nos vamos a cometer el error number one: pajas de y para ambos, como siempre. Lo siguiente, entre nervios, jijís, jajás que nos pillas, que pitos, y flautas, trempanaje no suficiente y orificio más cerrado que el culo de un camello en tormenta de arena. Aquello que no entraba ni a golpes, así que gemidos de lamento, y aquello que baja. Ni postura A, ni B, ni hasta la Z, que no, que no tocaba. Bueno, pues bechis y hasta mañana. O hasta nunca, que buen mes de verano, pero que me piro. Y no volví a saber, tal cuerpo de fracaso se me quedó.
No mucho después, y tras enrollarme con un trío de amigas en la misma noche (verano loco, true story) de esas que no salen más, allá que me coge (en todo) la pava de 18, la amiga inicial, y me lleva al pisillo de su madre, que dormía. No hace falta decir que uno es buen alumno si la maestra sabe, y esta tiparraca sabía latín y arameo. Con la iniciativa adecuada, es decir, toda por su parte, recuerdo noche épica y también recuerdo correrme en innumerables ocasiones y en el mínimo tiempo pero claro, a esas edades, uno da para todo. Aprendí a follar no como un conejo, a comer conejo, eso yes, a correrme en 1,5 segundos cuando me comían la polla y, lo más importante, lo que en líneas generales les mola a las pavas, que es que las escuches, hablando y follando.
Aquí descubrí que aquello de los trempanajes tienen un 90% de mental o más, y que con la compañía adecuada, todos somos quinceañeros. Hubo después de aquello algunos fracasos, pero los triunfos en las cosas de la cama empezaron a ganar terreno, no habiendo nada mejor que la experiencia.