Imagino que a muchos os dará vergüenza escribirle un panegírico a este actor. Era español y triunfó durante el franquismo, en ese cine casposo, cutre y cercenado por la censura y los complejos, compartiendo estrellado con Don Alfredo, con Sacistran, con la saga de los Ozores o con Menéndez. También con los Garisa, con Martínez Soria y con Gracia Morales. No hay mucha épica y ninguan intelectualidad en el cine de sus mejores años. Era un cine para un pais asustado y triste, que se consoloba como podía con comedias coloristas y absurdas sobre suecas, turismo o chicas de la cruz roja.
Yo, como tengo poco pudor y menos gusto, no tengo inconveniente en reconocerle entre mis favoritos. Me gustaba verle en la pantalla, con esa voz aguda y característica, con esos tic nerviosos tan risibles y poco shaskespirianos. No era un actor de método ni de academia. Era un actor del hambre, de la postguerra, con su alopecia prematura, su cara de funcionario y aspecto tan lamentablemente español. Tal vez por eso, porque era como el vecino del 5º, porque era como el tío solterón de una Gran Familia, el paleto en la playa con la mirada bizca de comerse a las turistas, era capaz de llegar y transmitir como pocos, aunque tantas veces más que personajes interpretará caricaturas.
Desde mi pedanteria, con la cursileria inflamada por el recuerdo de tantas tardes de la infancia y adolescencia riéndome con sus películas, escribo estas líneas en homenaje a uno de los más grandes.