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- 28 Jul 2003
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Desearía comenzar mi exposición con una célebre cita que a buen seguro cambiará la vida de muchos de ustedes:
Siempre me ha parecido extremadamente sádico que llegasen un mal día a inventarse los medicamentos comúnmente denominados "de suministro por vía rectal". Dicho en plata, "a introducir a través de la cavidad anal". Y dicho en oro, "pa metérselos por el culo".
¿Qué clase de científico sadomasoquista nazi pudo concebir la feliz idea de inventar los supositorios? Grajeas cilíndricas y alargadas, de material blando fácilmente degradable, de cabeza redondeada y, según pasan los años y avanzan lo estudios, forma anatómicamente cada vez más idónea para deslizarse por la estrechez de lo que sea (el culo, comúnmente); sin embargo, por mucho que haya avanzado este diseño, sigue resultando un suplicio el hecho en sí de alojar el medicamento camino a través del tercer ojo humano.
Vamos a ver… no se trata de ningún acto de reafirmación varonil por mi parte, no es que por quedar como el hombre más macho de España quiera dejar bien claro que a mí no me mole introducirme elementos extraños por el culo, no, no es eso. Vamos, y tampoco es lo contrario, no soy homosepsual ni rarito, respeto al señor ex-forero Phallus mas no comparto sus pasatiempos, no señor, mi cavidad esfinterítica la empleo únicamente como compuerta de desalojo de material natural de deshecho y no para admitir las visitas de elementos extraños de composición artificial (ni mucho menos natural). Lo que pasa, es que el hecho de introducirse uno de estos supositorios por el ojal es, quitando el hecho de parir que jamás experimentaré (mujeres del mundo, de verdad que os compadezco), lo más desagradable que pueda existir en este mundo.
Lo cierto es que hace ya muchos años que no utilizo ninguno y, que la mayoría de los datos que aporto sobre las sensaciones que provocan, están basados en recuerdos de malos tiempos en los que no tenía aún potestad para decidir, ante el médico o mis padres, qué era lo que se podía hacer con mi esfinter anal y qué era lo que no.
Aún recuerdo, en una desagradable amalgama de trauma y pavor, al Doctor Marzal emitiendo su diagnóstico en la consulta:
-Bueno, pues para acabar con esa gripe tenemos dos opciones: una, unas sobrecitos de Clamoxil –que estaban de vicio de ricos- durante una semanita, hasta que al niño le baje la fiebre, o dos: unos supositorios de Edusán que son mano de santo, mucho más eficaces, y en un par de días tenemos al chaval como nuevo…
-Mamá, mamá, supositorios no…
-Tú te callas, niño, a ver si encima te ganas un par de sopapos… ¿Doctor, entonces usted me recomienda mejor los supositorios…? ¿Sí…? – inquiría ella, mientras se rascaba la barbilla a punto de decidirse, mientras mi corazón latía con fuerza envuelto yo en un sudor frío- …bien, pues entonces haremos eso… prepáreme la receta…
Y mi destino, y el de mi ano, quedaba dictado con una simple firma ilegible impresa sobre papel médico. Personas totalmente ajenas a mi corporeidad decidiendo por mi la conveniencia o no de tomar mi agujero del culo por la A-6, la autopista de La Coruña.
Resultaba especialmente patética, tanto para madre como para hijo, la situación de, por lo general, tener que ser ella misma la que, a base de empujones con la punta del dedo índice, tuviese que encargarse de la complicadísima tarea de introducir el supositorio por el lugar indicado (el culo, por si a alguien todavía no le ha quedado claro).
Ella, sentada, te situaba sobre sus piernas bocabajo, con los pantalones por los tobillos y la hucha en pompa, en esa posición tan al gusto de los padres de más rancia preferencia por los azotes a modo de castigo, o por los no menos rancios amantes practicantes del anticuado sadomasoquismo del látex, de modo que el ojal quedase bien accesible para facilitar así su cometido. He de remarcar con especial hincapié lo especialmente patético, triste y humillante de la escena, a ojos de observador ajeno a la causa, sobre todo en el caso de que el hijo que actuaba de pasivo fuese como yo, que ante las recomendaciones de mi madre…
-Tú relájate, no hagas fuerza y no aprietes, deja que se deslice hijo…
…veía tal intento de penetración tan antinatural que incosncientemente comprimía ambas nalgas y por ahí resultaba imposible que nada accediese ni con ayuda de un soplete.
Y había casos peores, pues bien recuerdo a mi pobre madre con mi hermana cuando ésta contaba apenas nueve o diez años (posteriormente siguió mi camino y por siempre jamás renegó de la vía rectal) tratando de llevar a cabo esta operación. Los gritos de dolor atravesaban los tabiques de doble panderete, haciendo pensar a todo el vecindario que sin duda le estaban practicando alguna tortura del medievo.
El caso es que resultaba todo un espectáculo digno del público más morboso, no obstante, cada vez que mi madre se veía obligada a medicar a la niña con supositorios de Edusán, mi hermano y yo corríamos raudos a la ventana del cuarto de mis padres para observar desde primera fila todo el proceso de acoplamiento. Hasta que mi hermana giraba la cabeza y, roja de furia por el esfuerzo aglomerado con la vergüenza, advertía de nuestra presencia a mi padre a chillidos y nos ganábamos los dos un par de capones de los buenos.
La cuestión es que jamás fui capaz de permitir la introducción sosegada y satisfactoria de supositorios a través de mi culo, con lo cual consecuentemente quedaba éste dolorido como si hubiese tratado de penetrarme algún moreno senegalés de cimbrel sobredesarrollado, aderezado con un escozor interno te obligaba a sentarte en flotador durante el resto del día.
Era ciertamente desagradable la sensación de frescor que te quedaba en el ojete, aneja a la impresión de si te hubieses frotado la cavidad anal con un par de pastillas chupadas de Ricola Eucaliptus, algo ciertamente placentero de situarse en el aliento, mas no así en el trasero, que te impulsaba inconscientemente a caminar con las piernas arquedas apoyándote sobre las puntas, cual jockey equino de biomecánica deformada por oficio. Y aparte, esa sensación de frescor mentolado pronto se prolongaba hacia los intestinos y el estómago, sentías tu bajo vientre como si albergases allí el anticiclón de las Azores, como si te hubieses tragado el interior de un buñuelo de viento, aquello podía ser cualquier cosa menos bueno.
Y qué decir de cuando te tirabas un pedo, aún bajo los efectos del supositorio, que se te quedaba el ojal frío y entumecido como si te lo hubieses tirado dentro de un iglú, y encima despidiendo una rarísima fragancia resultado de la mezcla gaseosa del sulfhídrico habitual encubierto con un hálito de Ambipur Fresh a la Hierbabuena. Peor aún era cuando, a pesar de lo poco recomendable en aquellos momentos, te daba un apretón de no te menees y te veías obligado a descargar vilmente sentado en el retrete. Una tarea que para mí es un placer sin igual, como es el cagar acompañado de un buen SuperHumor Zipi y Zape para amenizar la operación, se convertía entonces en un suplicio chino pues aquello era como defecar cubitos de hielo, amén de la posibilidad de desalojar por error el supositorio y verse obligado a repetir toda la complicada tarea ya descrita.
Toda esta retahíla de negatividades que conllevaban los supositorios hacía que gente como mi hermano llegase a tragárselos bucalmente con ayuda de un trago de agua (casi se asfixia por animal) con tal de no verse sometido a este sádico tormento.
Ciertamente, el caso es que funcionaban muy bien, siendo sincero, he de reconocer que te ponían bueno enseguida. Más, sopesando este simple pro con sus innumerables contras, ¿compensa el hecho de optar por los medicamentos de vía rectal?
Prefiero pasar tres días enfermo en cama, calentito bajo mis mantas y atendido agradable a partes iguales con mimos y zumitos de naranja provenientes de las personas que correspondan (familiares o novia) que tener que ver mi trasero sometido a tal tipo de vejación. Con todos mis respetos, y sin ellos también, los supositorios, que se los metan por el culo los mismos científicos que los inventaron.
*A modo de despedida, añado a mi análisis unas intrucciones de uso en versión portuguesa que encontré fortuitamente navegando por la Intelné. Tal vez sea debido a que tengo un sentido del humor muy gallego, pero en mi opinión no tiene desperdicio…*
Quepassssa dixit
Siempre me ha parecido extremadamente sádico que llegasen un mal día a inventarse los medicamentos comúnmente denominados "de suministro por vía rectal". Dicho en plata, "a introducir a través de la cavidad anal". Y dicho en oro, "pa metérselos por el culo".
¿Qué clase de científico sadomasoquista nazi pudo concebir la feliz idea de inventar los supositorios? Grajeas cilíndricas y alargadas, de material blando fácilmente degradable, de cabeza redondeada y, según pasan los años y avanzan lo estudios, forma anatómicamente cada vez más idónea para deslizarse por la estrechez de lo que sea (el culo, comúnmente); sin embargo, por mucho que haya avanzado este diseño, sigue resultando un suplicio el hecho en sí de alojar el medicamento camino a través del tercer ojo humano.
Vamos a ver… no se trata de ningún acto de reafirmación varonil por mi parte, no es que por quedar como el hombre más macho de España quiera dejar bien claro que a mí no me mole introducirme elementos extraños por el culo, no, no es eso. Vamos, y tampoco es lo contrario, no soy homosepsual ni rarito, respeto al señor ex-forero Phallus mas no comparto sus pasatiempos, no señor, mi cavidad esfinterítica la empleo únicamente como compuerta de desalojo de material natural de deshecho y no para admitir las visitas de elementos extraños de composición artificial (ni mucho menos natural). Lo que pasa, es que el hecho de introducirse uno de estos supositorios por el ojal es, quitando el hecho de parir que jamás experimentaré (mujeres del mundo, de verdad que os compadezco), lo más desagradable que pueda existir en este mundo.
Lo cierto es que hace ya muchos años que no utilizo ninguno y, que la mayoría de los datos que aporto sobre las sensaciones que provocan, están basados en recuerdos de malos tiempos en los que no tenía aún potestad para decidir, ante el médico o mis padres, qué era lo que se podía hacer con mi esfinter anal y qué era lo que no.
Aún recuerdo, en una desagradable amalgama de trauma y pavor, al Doctor Marzal emitiendo su diagnóstico en la consulta:
-Bueno, pues para acabar con esa gripe tenemos dos opciones: una, unas sobrecitos de Clamoxil –que estaban de vicio de ricos- durante una semanita, hasta que al niño le baje la fiebre, o dos: unos supositorios de Edusán que son mano de santo, mucho más eficaces, y en un par de días tenemos al chaval como nuevo…
-Mamá, mamá, supositorios no…
-Tú te callas, niño, a ver si encima te ganas un par de sopapos… ¿Doctor, entonces usted me recomienda mejor los supositorios…? ¿Sí…? – inquiría ella, mientras se rascaba la barbilla a punto de decidirse, mientras mi corazón latía con fuerza envuelto yo en un sudor frío- …bien, pues entonces haremos eso… prepáreme la receta…
Y mi destino, y el de mi ano, quedaba dictado con una simple firma ilegible impresa sobre papel médico. Personas totalmente ajenas a mi corporeidad decidiendo por mi la conveniencia o no de tomar mi agujero del culo por la A-6, la autopista de La Coruña.
Resultaba especialmente patética, tanto para madre como para hijo, la situación de, por lo general, tener que ser ella misma la que, a base de empujones con la punta del dedo índice, tuviese que encargarse de la complicadísima tarea de introducir el supositorio por el lugar indicado (el culo, por si a alguien todavía no le ha quedado claro).
Ella, sentada, te situaba sobre sus piernas bocabajo, con los pantalones por los tobillos y la hucha en pompa, en esa posición tan al gusto de los padres de más rancia preferencia por los azotes a modo de castigo, o por los no menos rancios amantes practicantes del anticuado sadomasoquismo del látex, de modo que el ojal quedase bien accesible para facilitar así su cometido. He de remarcar con especial hincapié lo especialmente patético, triste y humillante de la escena, a ojos de observador ajeno a la causa, sobre todo en el caso de que el hijo que actuaba de pasivo fuese como yo, que ante las recomendaciones de mi madre…
-Tú relájate, no hagas fuerza y no aprietes, deja que se deslice hijo…
…veía tal intento de penetración tan antinatural que incosncientemente comprimía ambas nalgas y por ahí resultaba imposible que nada accediese ni con ayuda de un soplete.
Y había casos peores, pues bien recuerdo a mi pobre madre con mi hermana cuando ésta contaba apenas nueve o diez años (posteriormente siguió mi camino y por siempre jamás renegó de la vía rectal) tratando de llevar a cabo esta operación. Los gritos de dolor atravesaban los tabiques de doble panderete, haciendo pensar a todo el vecindario que sin duda le estaban practicando alguna tortura del medievo.
El caso es que resultaba todo un espectáculo digno del público más morboso, no obstante, cada vez que mi madre se veía obligada a medicar a la niña con supositorios de Edusán, mi hermano y yo corríamos raudos a la ventana del cuarto de mis padres para observar desde primera fila todo el proceso de acoplamiento. Hasta que mi hermana giraba la cabeza y, roja de furia por el esfuerzo aglomerado con la vergüenza, advertía de nuestra presencia a mi padre a chillidos y nos ganábamos los dos un par de capones de los buenos.
La cuestión es que jamás fui capaz de permitir la introducción sosegada y satisfactoria de supositorios a través de mi culo, con lo cual consecuentemente quedaba éste dolorido como si hubiese tratado de penetrarme algún moreno senegalés de cimbrel sobredesarrollado, aderezado con un escozor interno te obligaba a sentarte en flotador durante el resto del día.
Era ciertamente desagradable la sensación de frescor que te quedaba en el ojete, aneja a la impresión de si te hubieses frotado la cavidad anal con un par de pastillas chupadas de Ricola Eucaliptus, algo ciertamente placentero de situarse en el aliento, mas no así en el trasero, que te impulsaba inconscientemente a caminar con las piernas arquedas apoyándote sobre las puntas, cual jockey equino de biomecánica deformada por oficio. Y aparte, esa sensación de frescor mentolado pronto se prolongaba hacia los intestinos y el estómago, sentías tu bajo vientre como si albergases allí el anticiclón de las Azores, como si te hubieses tragado el interior de un buñuelo de viento, aquello podía ser cualquier cosa menos bueno.
Y qué decir de cuando te tirabas un pedo, aún bajo los efectos del supositorio, que se te quedaba el ojal frío y entumecido como si te lo hubieses tirado dentro de un iglú, y encima despidiendo una rarísima fragancia resultado de la mezcla gaseosa del sulfhídrico habitual encubierto con un hálito de Ambipur Fresh a la Hierbabuena. Peor aún era cuando, a pesar de lo poco recomendable en aquellos momentos, te daba un apretón de no te menees y te veías obligado a descargar vilmente sentado en el retrete. Una tarea que para mí es un placer sin igual, como es el cagar acompañado de un buen SuperHumor Zipi y Zape para amenizar la operación, se convertía entonces en un suplicio chino pues aquello era como defecar cubitos de hielo, amén de la posibilidad de desalojar por error el supositorio y verse obligado a repetir toda la complicada tarea ya descrita.
Toda esta retahíla de negatividades que conllevaban los supositorios hacía que gente como mi hermano llegase a tragárselos bucalmente con ayuda de un trago de agua (casi se asfixia por animal) con tal de no verse sometido a este sádico tormento.
Ciertamente, el caso es que funcionaban muy bien, siendo sincero, he de reconocer que te ponían bueno enseguida. Más, sopesando este simple pro con sus innumerables contras, ¿compensa el hecho de optar por los medicamentos de vía rectal?
Prefiero pasar tres días enfermo en cama, calentito bajo mis mantas y atendido agradable a partes iguales con mimos y zumitos de naranja provenientes de las personas que correspondan (familiares o novia) que tener que ver mi trasero sometido a tal tipo de vejación. Con todos mis respetos, y sin ellos también, los supositorios, que se los metan por el culo los mismos científicos que los inventaron.
*A modo de despedida, añado a mi análisis unas intrucciones de uso en versión portuguesa que encontré fortuitamente navegando por la Intelné. Tal vez sea debido a que tengo un sentido del humor muy gallego, pero en mi opinión no tiene desperdicio…*
Quepassssa dixit
Forero del todo a cien
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