Desde el momento en el que tú eres el filtro de qué puede o no puede hacer, con quién puede o no puede ir, qué opciones de ocio puede tener (básicamente contigo y cuando y como tú quieras, como acabas de decir), si tiene derecho o acceso a aprender un idioma o no y te eriges en el único proveedor posible de casa, comida, ropa y dinero y todo lo que haga y posea tiene que estar filtrado y visado por ti o si no la embarcas de vuelta a la su país no sé en qué te convierte.
Y mientras tiene todo esto que sienta dos cosas: uno, que es todo gracias a ti, que magnánimamente se lo concedes a cambio de que se deje follar cuando te pique, y dos: que sienta que encima puede perder todo porque como su vida depende de ti la puedes mandar a la puta calle.
Es aterrador, aterrador y repugnante, el concepto que puedes llegar a tener de una relación.
Y no te equivoques: esto sí te convierte en el plantador de algodón de Georgia de 1850. Si no te gusta eso, puedes elegir la versión del cacique que cree que la gente que labra sus tierras son poco menos que su propiedad y tiene derecho a hacer con ellos lo que le dé la gana y que encima le tendrían que estar agradecidos. Una especie de señorito Iván rijoso y gallego, un auténtico miserable, una basura de ser humano.