Yo en el año 87 no sabía lo que era la soledad, no como la conozco hoy. Creo que fue el año que hice la comunión, mi única abuela aún vivía, un ser maravilloso que irradiaba amor. Por parte de mis padres me sentía aborrecido, nunca un abrazo, nunca un beso, nunca se preocuparon por mí ni me preguntaba qué tal me iba. Me sentía como un estorbo en una familia numerosa y pobre (humilde se dice ahora), con una madre que me tuvo con cuarentaitantos y un padre que no le recuerdo mucho porque no entraba en casa. Del trabajo al bar, en casa no abría la boca, y si la abría era para bocear; y luego en los bares era un fiera. Siempre he sabido que nací por casualidad, algún día que llegó mi padre borracho. Recuerdo a mi madre siempre enfadada, supongo que por la menopausia, siempre irritable, histérica, resabiada, de vuelta de todo. Yo fui un hijo no deseado, nací por error y lo percibía.
Ya por entonces sentía que era un basurilla, un desheredado, un mierda seca sin futuro. Lo curioso, o no, es que todo el mundo sabía y me hacían saber que mi sino sería fracasar. Tenía que apestar ya a fracaso, y aunque hoy me hace gracia recordarlo, por aquel entonces me hacía daño que la gente me despreciase e hiciesen cábalas sobre mi futuro de mierda, delante mio. No se cortaban, al fin y al cabo qué coño les importaba, me veían como un ser inferior a ellos. Pero joder, era un tierno infante, tenía mi corazoncito, tenía sentimientos, sólo quería agradar, ser como mis amiguitos, que tenían unas familias de puta madre y se criaron sanos mentalmente gracias a una cosa que llaman "cariño". No entendía por qué yo era repudiado y ellos apreciados, se supone que los niños son adorables en sí mismos. Pero de eso nada, ya de niño tanto tienes tanto vales y tanto se te apreciará.
Mi mente no entendía el porqué de mi mala suerte, entonces me ideé una respuesta, me convencí firmemente de que todo lo que me pasaba me lo merecía, que era lo normal, que el desprecio que percibía era lo que merecía. Y ahí empezaron mis traumas, mi única posesión, los cimientos sobre los que se construyó mi personalidad actual.
No recuerdo ni un solo día, ni un solo instante en que me haya sentido solo en los 80. Siempre me sentí acompañado por mí, que era mi mejor amigo y con quien podía fantasear y sorprenderme a mí mismo de mi capacidad de inventarme vidas paralelas, películas, ilusiones. Supongo que los autistas somos más dados a la imaginación que los demás, al no tener la capacidad de relacionarnos con otros, desarrollamos un complejo mundo interior. Como un ciego desarrolla el oído o el olfato para suplir la falta de visión.
Y eso que algunos dicen de los VHS, las consolas, de salir los domingos a los bares con los padres, y demás cosas chachis. Ni por asomo, ni de coña, sólo en mi mente. Por las noches cuando me metía en la cama, antes de dormirme, con la luz apagada; me creaba un escenario con todo lujo de detalles donde poder vivir. Me imaginaba una casa sin goteras, ni voces, ni miedos a un padre alcohólico. Una casa de serie televisiva americana, con muchos juguetes en la habitación, con la nevera llena de comida y bollos de chocolate y crema para después del cole, con padres comprensivos y de voz dulce que explicaban y daban lecciones vitales a sus hijos, un mundo donde la niña que me gustaba del cole se fijaba en mí y sabía que existía. Un puto mundo donde yo existiese y no fuese un mero espectro imperceptible para los demás.
Sí, ya sé que es curioso que en la cabeza de un asocial se cree un mundo paralelo con todo lujo de detalles donde uno es super popular, querido e integrado en la sociedad. Mi cerebro gastaba todos sus recursos en crear un matrix ideal y a mi medida. Y lo creó tan perfecto que nunca salgo de él, lo prefiero al mundo real.
Con los años cada vez me cuesta más mantener el matrix, las neuronas se mueren y no se reponen, uno se va haciendo perezoso mentalmente, y cada vez el mundo interior es más difuso. Menos detallado, menos exacto, y es a través de esas fisuras donde empieza a penetrar la soledad, que devora todo el mundo de fantasía. Supongo que cuando mi mundo interior, mi fantasía, haya desaparecido porque mi cerebro no pueda mantenerla, y me dé cuenta de lo que me rodea y de quién soy en realidad con respecto a mi entorno. Entonces sí, ahí sí que sentiré la más absoluta de las soledades posibles.