Nadie en su sano juicio quería enrolarse en la armada, salvo que fuese
menor de edad, estuviese en verdadera necesidad de ello o fuese
enrolado a la fuerza: las levas o reclutamientos forzosos.
Durante el siglo XVIII, la época dorada de la navegación a vela. y cuando la
vida del marino fue más dura que nunca, la iniciativa mas gentil que tenía
la corona para buscar reclutas era colocar carteles en las ciudades.
Uno británico de 1780 que rezaba en grandes titulares " Se buscan hombres
galantes para servir al Rey y a la Nación en los Barcos de Su Majestad" a
continuación prometía ominosamente a los nuevos marinos, en letra de menor
tamaño,"una jovial camaradería" y una suma de dinero en efectivo en el
momento de firmar; en tiempos de Nelson podían ascender a unos 30 chelines
(la paga de un mes a los marinos veteranos), una cantidad notoria para la
época, difícil de ganar en tierra.
Sin embargo un poco más abajo la letra pequeña ya evidenciaba cierta
rapacería, como recompensas por traer compañía o "descubrir marineros que
puedan ser alistados...", es decir, informar al almirantazgo de sujetos que
estuviesen en situación precaria (problemas económicos) y que no pudiesen
negarse al alistamiento de otra forma que no fuese correr muy deprisa...
Pero estos carteles no atraían mas que a los niños o jóvenes ignorantes de
los pueblos del interior, que jamás hubiesen visto el mar ni hubiesen
conversado con navegantes. No se dudada en enrolar a chicos de 15 años, y
menos aún (había guardiamarinas de 11 años...), a medio sueldo, como
cualquier bisoño, para que sirviesen criados de oficiales u otras tareas de
grumetillo, como cuidar de los aparejos bajos.
También existían individuos en todos los puertos que hacían de agentes
intermediarios para los marineros, les llamaban "mercaderes de hombres" y
estaban al tanto de los buques que llegaban, hablando con sus capitanes
sobre las necesidad de hombres que tuviese.
Luego se dedicaban a deambular por los muelles y las tabernas del puerto,
buscando marineros, alguno de los cuales se dirigía directamente a ellos,
pues el interés era mutuo. A cambio de una comisión, el mercader de hombres
encontraría al marino el barco que deseara... o que al el le interesase, con
preferencia los barcos dedicados al comercio. Los agentes franceses tenían
fama de honrados, por contra que los británicos.
Los mercaderes de hombres ingleses podían dirigirse a los capitanes de los
barcos asegurando que podía traerle "gavieros de primera maniobra" cuando en
realidad podrían ser vagabundos, que literalmente les vendían. En Inglaterra
no existían cartillas para los marinos profesionales, cualquiera podía
serlo.
En los puertos del Pacífico y los Mares del Sur estos individuos se
convirtieron en verdaderos delincuentes que emulaban las prácticas de las
armadas aplicándolas a la marina mercante, cuyos capitanes consentían que
durante la noche estos viles sujetos llegasen arrastrando abordo personas
inconscientes...
En Extremo Oriente se llegó a un auténtica trata de seres humanos, donde los
mercaderes de hombres vulneraban el derecho elemental de la libertad de
cualquier infortunado que se cruzase con ellos. Era una actividad tan común
que llegó a conocerse en el argot como "Shangaiyaje" (por el peligroso
puerto de Shangai).
Todo valía: desde ofrecer más dinero a otras tripulaciones, pasando por
emborracharles o drogarles, hasta simplemente cogerles por el cuello o
apalearles. Daba igual si eran marinos, vagabundos, muchachos o inocentes
artesanos que estaban donde no debían en el momento de pasar delante de un
mercader o sus sicarios.
Pero los agentes no eran el medio más utilizado por las armadas para
completar sus diezmadas dotaciones.
Una estrategia común de las armadas consistía en enviar un equipo de
marineros veteranos a tierra, bajo la promesa de recompensa por cada nuevo
recluta que trajesen al barco. Las tácticas a emplear eran otra cuestión, en
función de factores tan variables como la necesidad de hombres o los
escrúpulos de los marinos. Baste decir que algunos ya salían del barco
provistos de rebenques o palos.
Lo mejor que le podía pasar a alguien era que le siguiesen por media ciudad
una pareja de tipos (vestidos de pantalones blancos y chaqueta azul) hasta
que le revelasen afablemente sus intenciones, intentado convencer al incauto
con la charlatanería y lenguaje propio de los lobos de mar: " -Venid con
nosotros, nuestro barco es el mejor galeón que hayáis visto nunca..."
recordaba el escritor Pemberton. Frases como "Nuestro capitán es muy
agradable..." resultaban especialmente convincentes, si se mezclaban con
expresiones extrañas, para despertar el deseo romántico de aventura de los
jóvenes, quienes muchos asentían encantados, y les acompañaban al barco.
Pero esto sucedía pocas veces.
El método mas extendido para conseguir dotaciones, entre la marina española
y sobre todo la inglesa, era mediante un continente armado denominado grupo
de alistamiento o de reclutamiento. Estos grupos estaban constituidos por
soldados de uniforme, e iban con porras, espadas y armas de fuego, al mando
de un sargento o un teniente, dependiendo del número de personas a
reclutar y las zonas a batir, por lo general eran patrullas muy pequeñas. El
mismo método se utilizaba para reclutar infantería.
Visitaban las cárceles en busca de reos, y en las tabernas prendían por la
fuerza borrachos, fueran honrados trabajadores o vagabundos, lo de menos es
que fuesen gente de mar. Por la calle podían coger a cualquiera que fuese
sospechoso de ser vago o maleante.
Se daban escenas vergonzosas cuando la esposa del marido reclutado se daba
cuenta y acudía al lugar. Tiraban de su esposo de un brazo mientras los
soldados lo hacían del otro, cuando no les escupían, les pegaban o les
agredían. En estos casos siempre se montaban griteríos y algarabías
escandalosas, y con razón. El argumento por parte de los alistadores era que
el Rey le necesitaba y punto. Cualquier intento de resistencia era reprimido
a golpes, está muy documentado en dibujos y xilografías de la época.
Antes de la batalla naval de la bahía de Chesapeake, en 1781, durante la
guerra de independencia que los colonos americanos libraban contra la corona
británica, se dieron situaciones patéticas durante las levas que los
ingleses practicaron entre sus súbditos leales. Los grupos de alistamiento
engrosaron las dotaciones de Su Majestad con 400 hombres que hubo que traer
como fuese hasta los buques. Un oficial de los grupos de alistamiento
recordaba que "sacamos a los maridos de los brazos de sus esposas en la
cama, teniéndolos que buscar debajo de las mantas, y para evitar las
demoras, a algunos nos los llevábamos desnudos..." En algunos casos "sus
parejas de lecho, olvidando la delicadeza de su sexo, nos perseguían hasta
la puerta de la casa con gritos e imprecaciones, revelando su desnudez a la
ruda vista del equipo de reclutamiento."
Estas prácticas estaban prohibidas en Francia.
Los marinos de la armada francesa eran los más afortunados, pues desde
tiempos de Colbert cobraban una pensión de invalidez o retiro por vejez, y
recibían asistencia médica gratuita, tal y como ya la disfrutaban los
infantes españoles desde mucho antes, pues fueron los pioneros de la sanidad
militar.
Las levas inglesas eran temerarias, motivo de escarnio nacional. El bravo
Nelson se avergonzaba al reconocer que un tercio de sus dotaciones en
Trafalgar habían sido reclutadas con tan infámes métodos: " Habría que
hacer algo- dijo, para que nuestros hombres, en el clamor de la guerra,
corrieran a nuestra armada, en lugar de huir de ella"
Un recuerdo para esas miles de personas que se despertaron en una hamaca
entre dos cañones, sin saber cómo habían llegado hasta allí.
Muchos tardarían años en volver a sus casas, otros yacen bajo el mar.
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Gracias a De Re Militari
menor de edad, estuviese en verdadera necesidad de ello o fuese
enrolado a la fuerza: las levas o reclutamientos forzosos.
Durante el siglo XVIII, la época dorada de la navegación a vela. y cuando la
vida del marino fue más dura que nunca, la iniciativa mas gentil que tenía
la corona para buscar reclutas era colocar carteles en las ciudades.
Uno británico de 1780 que rezaba en grandes titulares " Se buscan hombres
galantes para servir al Rey y a la Nación en los Barcos de Su Majestad" a
continuación prometía ominosamente a los nuevos marinos, en letra de menor
tamaño,"una jovial camaradería" y una suma de dinero en efectivo en el
momento de firmar; en tiempos de Nelson podían ascender a unos 30 chelines
(la paga de un mes a los marinos veteranos), una cantidad notoria para la
época, difícil de ganar en tierra.
Sin embargo un poco más abajo la letra pequeña ya evidenciaba cierta
rapacería, como recompensas por traer compañía o "descubrir marineros que
puedan ser alistados...", es decir, informar al almirantazgo de sujetos que
estuviesen en situación precaria (problemas económicos) y que no pudiesen
negarse al alistamiento de otra forma que no fuese correr muy deprisa...
Pero estos carteles no atraían mas que a los niños o jóvenes ignorantes de
los pueblos del interior, que jamás hubiesen visto el mar ni hubiesen
conversado con navegantes. No se dudada en enrolar a chicos de 15 años, y
menos aún (había guardiamarinas de 11 años...), a medio sueldo, como
cualquier bisoño, para que sirviesen criados de oficiales u otras tareas de
grumetillo, como cuidar de los aparejos bajos.
También existían individuos en todos los puertos que hacían de agentes
intermediarios para los marineros, les llamaban "mercaderes de hombres" y
estaban al tanto de los buques que llegaban, hablando con sus capitanes
sobre las necesidad de hombres que tuviese.
Luego se dedicaban a deambular por los muelles y las tabernas del puerto,
buscando marineros, alguno de los cuales se dirigía directamente a ellos,
pues el interés era mutuo. A cambio de una comisión, el mercader de hombres
encontraría al marino el barco que deseara... o que al el le interesase, con
preferencia los barcos dedicados al comercio. Los agentes franceses tenían
fama de honrados, por contra que los británicos.
Los mercaderes de hombres ingleses podían dirigirse a los capitanes de los
barcos asegurando que podía traerle "gavieros de primera maniobra" cuando en
realidad podrían ser vagabundos, que literalmente les vendían. En Inglaterra
no existían cartillas para los marinos profesionales, cualquiera podía
serlo.
En los puertos del Pacífico y los Mares del Sur estos individuos se
convirtieron en verdaderos delincuentes que emulaban las prácticas de las
armadas aplicándolas a la marina mercante, cuyos capitanes consentían que
durante la noche estos viles sujetos llegasen arrastrando abordo personas
inconscientes...
En Extremo Oriente se llegó a un auténtica trata de seres humanos, donde los
mercaderes de hombres vulneraban el derecho elemental de la libertad de
cualquier infortunado que se cruzase con ellos. Era una actividad tan común
que llegó a conocerse en el argot como "Shangaiyaje" (por el peligroso
puerto de Shangai).
Todo valía: desde ofrecer más dinero a otras tripulaciones, pasando por
emborracharles o drogarles, hasta simplemente cogerles por el cuello o
apalearles. Daba igual si eran marinos, vagabundos, muchachos o inocentes
artesanos que estaban donde no debían en el momento de pasar delante de un
mercader o sus sicarios.
Pero los agentes no eran el medio más utilizado por las armadas para
completar sus diezmadas dotaciones.
Una estrategia común de las armadas consistía en enviar un equipo de
marineros veteranos a tierra, bajo la promesa de recompensa por cada nuevo
recluta que trajesen al barco. Las tácticas a emplear eran otra cuestión, en
función de factores tan variables como la necesidad de hombres o los
escrúpulos de los marinos. Baste decir que algunos ya salían del barco
provistos de rebenques o palos.
Lo mejor que le podía pasar a alguien era que le siguiesen por media ciudad
una pareja de tipos (vestidos de pantalones blancos y chaqueta azul) hasta
que le revelasen afablemente sus intenciones, intentado convencer al incauto
con la charlatanería y lenguaje propio de los lobos de mar: " -Venid con
nosotros, nuestro barco es el mejor galeón que hayáis visto nunca..."
recordaba el escritor Pemberton. Frases como "Nuestro capitán es muy
agradable..." resultaban especialmente convincentes, si se mezclaban con
expresiones extrañas, para despertar el deseo romántico de aventura de los
jóvenes, quienes muchos asentían encantados, y les acompañaban al barco.
Pero esto sucedía pocas veces.
El método mas extendido para conseguir dotaciones, entre la marina española
y sobre todo la inglesa, era mediante un continente armado denominado grupo
de alistamiento o de reclutamiento. Estos grupos estaban constituidos por
soldados de uniforme, e iban con porras, espadas y armas de fuego, al mando
de un sargento o un teniente, dependiendo del número de personas a
reclutar y las zonas a batir, por lo general eran patrullas muy pequeñas. El
mismo método se utilizaba para reclutar infantería.
Visitaban las cárceles en busca de reos, y en las tabernas prendían por la
fuerza borrachos, fueran honrados trabajadores o vagabundos, lo de menos es
que fuesen gente de mar. Por la calle podían coger a cualquiera que fuese
sospechoso de ser vago o maleante.
Se daban escenas vergonzosas cuando la esposa del marido reclutado se daba
cuenta y acudía al lugar. Tiraban de su esposo de un brazo mientras los
soldados lo hacían del otro, cuando no les escupían, les pegaban o les
agredían. En estos casos siempre se montaban griteríos y algarabías
escandalosas, y con razón. El argumento por parte de los alistadores era que
el Rey le necesitaba y punto. Cualquier intento de resistencia era reprimido
a golpes, está muy documentado en dibujos y xilografías de la época.
Antes de la batalla naval de la bahía de Chesapeake, en 1781, durante la
guerra de independencia que los colonos americanos libraban contra la corona
británica, se dieron situaciones patéticas durante las levas que los
ingleses practicaron entre sus súbditos leales. Los grupos de alistamiento
engrosaron las dotaciones de Su Majestad con 400 hombres que hubo que traer
como fuese hasta los buques. Un oficial de los grupos de alistamiento
recordaba que "sacamos a los maridos de los brazos de sus esposas en la
cama, teniéndolos que buscar debajo de las mantas, y para evitar las
demoras, a algunos nos los llevábamos desnudos..." En algunos casos "sus
parejas de lecho, olvidando la delicadeza de su sexo, nos perseguían hasta
la puerta de la casa con gritos e imprecaciones, revelando su desnudez a la
ruda vista del equipo de reclutamiento."
Estas prácticas estaban prohibidas en Francia.
Los marinos de la armada francesa eran los más afortunados, pues desde
tiempos de Colbert cobraban una pensión de invalidez o retiro por vejez, y
recibían asistencia médica gratuita, tal y como ya la disfrutaban los
infantes españoles desde mucho antes, pues fueron los pioneros de la sanidad
militar.
Las levas inglesas eran temerarias, motivo de escarnio nacional. El bravo
Nelson se avergonzaba al reconocer que un tercio de sus dotaciones en
Trafalgar habían sido reclutadas con tan infámes métodos: " Habría que
hacer algo- dijo, para que nuestros hombres, en el clamor de la guerra,
corrieran a nuestra armada, en lugar de huir de ella"
Un recuerdo para esas miles de personas que se despertaron en una hamaca
entre dos cañones, sin saber cómo habían llegado hasta allí.
Muchos tardarían años en volver a sus casas, otros yacen bajo el mar.
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Gracias a De Re Militari