Gracias al entorno en el que crecí, puedo decir que tengo buenas habilidades sociales, no tanto de las que te hacen ligar en una discoteca llena de humo, si no aquellas que te permiten despertar la curiosidad por conocerte mejor a aquella persona con la que has podido hablar tranquilamente durante unos minutos. Se me dan bastante bien las entrevistas de trabajo, el hacer amigos cuando hay algún interés en común, y ligar en sitios donde las chicas no estén de marcha.
Pero lo cierto es que odio a las personas, la mayoría de la gente me parece ruin, vulgar, pretenciosa e ignorante, no me conmueve el sufrimiento de las personas, cuando sí las injusticias que puedan pender sobre ellas, y no por el sufrimiento que a ellas les acaree, sino el beneficio que en el otro extremo ha obtenido alguien que ha obrado mal.
Dicho eso, lo que quedan son los animales, y como el hilo se inclina a esa dirección, voy a plasmar aquí mi muestra de valor...
Verano, casa de un tio, despues de meterme una paella entre pecho y espalda, a mis 14 años de edad.
Una tarde de esas solo te queda echarte por ahi para no potar, y mientras dejaba pasar los minutos, me envolvia una sedante sensacion de bienestar; la cual fue interrumpida súbitamente por un espantoso alarido.
Mis adormecidas piernas me hicieron saltar de mi comodidad, tan rápido, que alcance a ver por encima de la columna de hierbas del jardin como la parte superior del autobus que atropellaba al perro bajaba despues de lo que parecia un salto provocado por un bache.
En la cortisima y desenfrenada carrera que me separaban de la espantosa visión, los alaridos del chucho ametrallaban mi cerebro, lo cual dejó de importar cuando fui envuelto en un estado hipnótico provocado por la visión de un ser arrastrandose con sus patas delanteras, pero con el trabajo añadido de cargar con todas sus visceras y parte trasera, amasijo rojo, vivo, e inmundo de carnes mutiladas, huesos astillados, y la promesa de una muerte espantosa.
El desafortunado animal avanzaba frenéticamente, con toda su fuerza, como si el dolor y el horror experimentados, pudiesen disminuir paulatinamente al alejarse del lugar del atropello.
No se cuanto tiempo transcurrió, no creo que mas de un minuto, cuando la mano pequeña y regordeta de mi hermano menor, tomo la mia, sacándome de ese espantoso trance, y sus ojos grandes y brillantes, llenos de lágrimas, y pidiendo una explicación, me indicaron que hacer.
Mientras me interponia en su camino, el perro intentó tomar otra dirección, y ante mi proximidad, me lanzo un sonido que no alcanzaba a ser un gruñido, y al acercarse mis manos a su hocico, abrio sus fauces, y con unos movimientos espasmódicos y desequilibrados, logró haceme daño en la mano; no lo culpo, que podria saber él sobre la fuente del dolor? era yo? el aire? la gente que se acercaba?
Al fin pude superar la barrera y llenarme de determinación, concentrandome en sus ojos, agarre su hocico, aferrandome a el y a su nariz, con todas las fuerzas de las que disponia.
"Mira a sus ojos, ignora esa bola roja que se mueve y tiembla cual inmunda gelatina de fresa"
Por un mometo casi se me escapa, así que eche todo mi peso sibre su cuello, girandome y dando la espalda a tan escabrosa visión, temiendo que se moviera lo suficiente como para que aquel saco de visceras y huesos me tocara, ante lo cual seguramente hubiera salido corriendo. Pero no ocurrio.
Poco tiempo pasó, pronto sus fuerzas cedieron, su respiracion se hizo más grave, y sus enbestidas pasaron de debiles a insignificantes; hasta que por fín, cerro los ojos.
Ese fue mi regalo, no la vida, sino la muerte.