Hostia puta.
Menudo gangster de la copia
Donde se cuenta cómo el Caballero de la Triste Figura y su escudero hallaron reposo en la noche, y otras menudencias no menos sabrosas.
Cuenta la historia que, habiendo caminado don Quijote y Sancho Panza más de lo que las piernas de Rocinante y del rucio podían sufrir, llegaron a un claro donde la luna, cual dama curiosa, asomaba su rostro para ser testigo de lo que allí habría de acontecer.
—Sancho —dijo don Quijote, apeándose con la gravedad de un emperador cansado—, esta noche me parece más propicia para meditar en las finezas del amor que para enhebrar nuevas empresas de caballería.
—Señor —respondió Sancho, dejando escapar un bostezo tan ancho como su barriga—, más que meditar en amores, lo que me pide el cuerpo es cenar un pedazo de queso y tumbarme a roncar, que filosofar en ayunas no es cosa de cristianos.
Don Quijote, sonriéndose con gravedad fingida, replicó:
—No seas, Sancho, como esos que confunden la gloria con el estómago. Mas diréte verdad: que tu compañía me es manjar más sabroso que todos los quesos de La Mancha.
Sancho, rascándose la cabeza, miró a su señor con picardía:
—¡Vive Dios, señor! Que si yo le sirvo de pan y queso, vuesa merced me sirve de odre de vino, porque cada palabra suya me emborracha el seso.
A estas razones, don Quijote alzó la voz con tono grave, aunque los ojos le chispeaban:
—Sancho, no ignores que los caballeros andantes hallamos alivio en la amistad verdadera. Y si otros buscan damas de mármol en palacios encantados, yo hallo consuelo en la risa de mi escudero y en el calor que presta cuando la noche es fría.
Sancho, viendo que el aire soplaba gélido y que no había manta que bastase, se arrimó a su amo diciendo entre dientes:
—Pues si es de calor de lo que hablamos, juntemos las carnes, que el frío no perdona ni a caballeros ni a escuderos. Y si la luna se ríe, que ría; más gana de carcajadas tendrá cuando amanezca y nos vea despiertos y vivos.
Así, entre palabras medio serias y medio de burla, se tendieron al pie de un olmo viejo. Y si don Quijote soñó aquella noche con Dulcinea del Toboso, bien pudo suceder que el rostro de la dama tuviese un bigote de escudero y un aliento de vino rancio.
Mas sea lo que fuere, el autor desta historia afirma que ninguno de los dos se quejó del frío en toda la noche, y que por la mañana, al levantarse, Sancho traía en los ojos un brillo más pícaro que de costumbre, y don Quijote, en el corazón, un secreto tan dulce como caballeresco.